El centralismo democrático, que rige y organiza la vida interna e imbricación y fusión con la clase obrera de los partidos comunistas, resulta desconocido para buena parte de la población, que posee una idea conformada por las tergiversaciones y bulos que los voceros del capital, incluso aquellos que se presentan como amigos del proletariado, propagan por múltiples vías. ¿Quién no ha escuchado aquello de que el comunismo es algo del pasado? ¿Quién no ha leído que los partidos comunistas son dogmáticos, desprecian la democracia y bloquean toda posible crítica en su seno? ¿A quién no le suena aquello de que los partidos comunistas funcionan de manera autoritaria? Cabe oponer a tanta acusación la siguiente pregunta: ¿cómo es y cómo funciona realmente el Partido Comunista?
El Partido y la Juventud Comunista, su fisonomía y principios organizativos fundamentales obedecen a una serie de criterios de carácter político-ideológico. Es decir, que no son en absoluto caprichosos sino conclusión de un estudio sistemático de la lucha de clases en contraste y comprobación constante con la práctica revolucionaria. Así, es hoy necesario que las y los comunistas expongamos abiertamente, «a la luz del día y ante el mundo entero», como anunciaran Marx y Engels en el Manifiesto Comunista, qué es el centralismo democrático y por qué nuestras organizaciones se rigen por dicho método. Para demostrar la idoneidad de nuestro modelo organizativo, en primer lugar acudiremos a las reflexiones y fundamentación de Marx y Engels, primero; y Lenin, después. En segundo lugar, lo expondremos y lo contrastaremos con las recurrentes acusaciones. Por último, dedicaremos unas líneas a explicar el momento organizativo que vivimos los CJC y cuáles son las conclusiones en ese sentido de nuestro XI Congreso.
Del partido independiente de la clase obrera al partido de nuevo tipo: un partido para la revolución
El centralismo democrático es la materialización y garantía organizativa de la concepción del partido de nuevo tipo leninista. Para comprender su necesidad política, resulta necesario y útil remontarnos en primer lugar a las reflexiones de Marx y Engels, quienes llegado el momento defendieron por primera vez la necesidad de un partido independiente de la clase obrera; y a los aportes decisivos de Lenin y los bolcheviques, que con su teoría y praxis del partido de nuevo tipo clarificaron las claves del modelo de partido para la época del imperialismo.
Los padres del comunismo científico vivieron diversas oleadas revolucionarias de cuya práctica pudieron traducir a teoría revolucionaria valiosas lecciones. El Manifiesto Comunista es la conclusión un primer periodo en el que el proletariado, aún incipiente, luchó todavía de forma dependiente de la pequeña burguesía. En el Manifiesto, del reconocimiento del antagonismo entre las clases, se desprendía ya la necesidad del partido político independiente del proletariado y su organización coherente política e ideológicamente como condición de la emancipación de la clase obrera.
No obstante, no es hasta 1871, con la Comuna de París, primera experiencia práctica de toma del poder político por la clase obrera, cuando las dos clases antagónicas en liza se enfrentan en combate histórico. La experiencia de la Comuna refuerza la concepción de la toma del poder, la necesidad de la dictadura del proletariado y la importancia del partido en el proceso revolucionario. La conclusión y aprendizaje de la Comuna se manifiesta en los sucesivos congresos de la AIT, en un proceso de cohesión ideológica que se salda con la expulsión del bakuninismo; conclusión que implica la necesidad de una organización propia del proletariado, altamente centralizada y unificada ideológicamente.
Así, Marx y, con él pero también después de fallecido este, Engels, fueron desarrollando la teoría del partido, profundizaron en su propia doctrina, al calor de los cambios históricos y la sucesiva complejización y afianzamiento, con el fin del periodo revolucionario burgués, de las estructuras de dominio del capitalismo. Pero será ya en la época de Lenin y los bolcheviques que éstos profundicen y constaten prácticamente el tipo de partido capaz de organizar la revolución en el capitalismo monopolista: un partido monolítico, unificado en lo político e ideológico, centralizado y presente en la cotidianidad de la clase, cuya fisionomía responde precisamente a su papel educador y organizador, a la necesaria imbricación del partido de la revolución y el movimiento de masas. En palabras de Lenin: «El proletariado (…) sólo puede hacerse y se hará inevitablemente invencible, siempre y cuando que su unión ideológica por medio de los principios del marxismo se afiance mediante la unidad material de la organización, que cohesiona a los millones de trabajadores en el ejército de la clase obrera».
Como hemos visto, Marx y Engels, así como Lenin, dedicaron una parte nada desdeñable de sus esfuerzos teóricos a resaltar la importancia de la cuestión de la organización para el triunfo de la clase obrera, pero basten las palabras reseñadas para hacernos una idea, que se haya fundamentada en números anteriores de esta publicación, pues cualquier atisbo de profundizar en sus numerosas reflexiones al respecto excede el propósito de este artículo.
El centralismo democrático, un método para el combate contra el capitalismo
De toda la primera parte del artículo, no obstante, lo que sí nos interesa es comprender que «la forma en que se articulan las relaciones entre espontaneidad y conciencia y por tanto la forma en que se desarrolla la teoría de partido, es la forma en que se manifiesta la teoría de la revolución» (El tribuno, el ilustrado tardío y el burócrata: los fundamentos de la invertención comunista entre las masas, artículo publicado en el Juventud! número 1). El punto de partida para comprender la fórmula organizativa de la que hoy nos dotamos los comunistas es atender a nuestro objetivo fundamental: organizar y unificar al ejército político que realice la revolución socialista en España y construya el poder obrero, en un momento en que los mecanismos de dominio del capitalismo enraízan, como decíamos, con mayor complejidad en la vida social. Para esta titánica labor, hace falta la mayor unidad político-ideológica, una estructura preparada para luchar en todas las condiciones, pero a la vez una íntima conexión y fusión del partido comunista con las masas, actoras y ejecutoras de la revolución.
El centralismo democrático aúna todas estas características, y constituye así la mejor forma de organización de los comunistas en la lucha de clases. Así, el centralismo democrático no puede entenderse como la conjunción conflictiva de dos conceptos antagónicos: el centralismo democrático «es la fusión de dos realidades que solo se pueden desarrollar plenamente para la preparación de la revolución si se las concibe como una unidad». La centralidad es la forma de garantizar la democracia, y la democracia la base sobre la que se constituye la centralidad. ¿Qué significa esto? Abordémoslo tanto desde las definiciones de ambos conceptos como contestando a las acusaciones que a menudo se lanzan contra los comunistas.
La centralidad implica que el Partido se construye como un todo desde el centro político. No es, como ocurre en otros modelos organizativos, resultado de una suma de distintas organizaciones o estructuras que se coordinan. El Partido no es una «coordinadora», no es una «red» de organizaciones que se sitúan por debajo. Es una estructura homogénea, cuya unidad facilita el combate. Por este motivo, existe una dirección central, revocable y elegida democráticamente para acometer unas tareas definidas también colectivamente, y toda una serie de organizaciones a niveles intermedios y de base que se subordinan a ella y que aplican en su realidad concreta los planes generales del Partido. Esto es lo que permite orientar la lucha de masas en cada lugar donde haya presencia enraizada del Partido a unos mismos objetivos, que garantiza a su vez la organización democrática e independiente no sólo del Partido en sí sino del movimiento revolucionario.
Con base en esta noción de centralidad —que, como decimos, es base de la democracia proletaria—, hay quienes nos reprochan una supuesta jerarquía de hierro que anula o dificulta la «libertad» de las organizaciones regionales, locales o de base para realizar sus propios análisis en función de sus diferentes realidades; una supuesta «dictadura» de la dirección central que “controla” todo e impone su voluntad. Nada más lejos de la realidad. El Partido, y en concreto su dirección central, se nutre precisamente de todos los análisis y experiencias de las distintas organizaciones intermedias y de base para elaborar su política general, su propuesta política para cada momento de la lucha de clases. La comunicación constante arriba-abajo y abajo-arriba, lo permite. ¿Qué política acertada podrían elaborar los órganos centrales sin conocer, gracias a todas las células, el estado de ánimo de las masas, su disposición y preparación, su nivel de conciencia a cada momento? Y al contrario: ¿cómo podría una célula dotarse de los análisis más correctos y tener claras las prioridades de trabajo que exige la lucha de clases si no fuese gracias a la visión global de una dirección central que posee el termómetro entre las masas de toda una organización y que se encuentra conformada por los revolucionarios más capaces y experimentados?
Por eso, frente a quienes nos acusan de antidemocráticos, es preciso contrastar su democracia con nuestra democracia. El fundamento de las acusaciones se encuentra en unos principios clave para el proyecto revolucionario —los principios de unidad en lo ideológico y en el combate revolucionario— pero que se deforman y se convierten en el hombre de paja a través del cual criticar el modelo organizativo leninista. La unidad ideológica implica es que se presuponen los marcos del comunismo científico para pensar y planificar la acción del partido, y que es sobre estos marcos sobre los que se desarrollan lo análisis, posiciones y propuestas del partido. Que todo nuevo descubrimiento científico puede comprenderse desde el punto de vista del proletariado como única forma superadora y universal, revolucionaria, de conocimiento. Ser monolíticos en lo ideológico, rechazar el eclecticismo, obedece a que el Partido Comunista, como partido independiente del proletariado, se dota de los principios marxistas-leninistas, de unas herramientas para comprender los acontecimientos y los fenómenos de la realidad. Es decir, que la cosmovisión comunista está completa en sí misma como arma ideológica que debe emplearse contra la burguesía, como concepción totalizante de la realidad que se opone y supera al carácter fragmentario e inmediatista del pensamiento burgués, y por tanto no necesita de añadidos que provengan de sectores de otras clases sociales o contengan elementos que, en el fondo, chocan de frente —aunque en apariencia quizás no lo hagan— contra dicha cosmovisión.
Esto implica que el debate dentro del Partido se da siempre sobre estos marcos esenciales del marxismo-leninismo, en primer lugar; y en segundo, de los acuerdos congresuales definidos colectivamente, en el momento organizativo de mayor expresión de democracia: el Congreso. Así, en los periodos abiertos de debate interno, se permite y fomenta toda discusión siempre que se dé desde el comunismo científico y la honestidad camaraderil; debate que siempre enriquece nuestra posición ideológica y refuerza teórica y políticamente al Partido. Es decir, que las decisiones que tomamos y las posturas que adoptamos colectivamente se enriquecen con las aportaciones de todos, y serán más ricas cuanto más debate fecundo y honesto se dé.
Así lo expresaba Álvaro Cunhal: «La democracia significa esencialmente la ley del colectivo contra las sobreposiciones e imposiciones individuales y sobre todo individualistas. Esto no significa que la democracia menosprecie al individuo, su valor y su contribución. Al contrario. La democracia estimula, motiva y moviliza la capacidad, la intervención, la voluntad y la decisión del individuo. Pero, como gran mérito y superioridad del espíritu y los métodos democráticos, la democracia inserta la contribución de cada individuo en el marco de la contribución de los otros individuos, o sea, inserta la contribución individual en el marco de la contribución colectiva». Las posturas adoptadas colectivamente resultan superiores a las opiniones o posiciones de cada individuo: lo colectivo, en el Partido y la Juventud Comunista, prima siempre por encima de lo individual, no cómo capricho, sino como garantía nuestro papel en la unificación política de la clase obrera.
Puesto que el Partido Comunista es una organización de combate para derrocar el capitalismo, y puesto que por ello todo debate y las conclusiones que se extraigan de este han de estar orientados a la acción, a la praxis revolucionaria, hace falta unidad de acción. Resulta necesario que el Partido actúe como un solo puño, golpeando en una misma dirección. Todo militante aplica en su intervención entre las masas lo acordado colectivamente a lo interno del Partido, aunque su opinión individual original o final difiera del acuerdo adoptado tras el debate. Esto implica que las minorías se subordinan a las mayorías, y ello expresa el carácter verdaderamente democrático de la organización comunista. El ejercicio democrático de la militancia comunista es constante, desde el ámbito de su célula hasta los momentos de más amplio ejercicio de democracia, como son los congresos. Afirmaba Cunhal que «la unidad interna da a la acción global del partido una fuerza incomparablemente superior a la suma de la acción individual de todos sus miembros».
Es en otros modelos organizativos donde, por intentar a toda costa lograr consensos que en ocasiones pueden resultar imposibles de alcanzar, se empantanan debates y se puede llegar a dar una dictadura de las posturas que se hallen en minoría. Esto implica, a su vez, que se atrofia el verdadero fin del partido, que es el contacto con la clase, la constante inoculación de conciencia revolucionaria y la objetivación de ésta en formas de organización y poder que llegado el momento estén en disposición de asestar el golpe definitivo al poder burgués. Es en los modelos organizativos clásicos de los partidos burgueses, y tenemos ejemplos por doquier, donde algunos individuos o grupos que defienden posiciones minoritarias no se pliegan a las minorías, donde resulta así habitual que existan distintas «familias». Estos sectores actúan a menudo de manera subrepticia y, si no consiguen imponer sus ideas o intereses, en ocasiones abandonan el barco. En el caso del Partido Comunista, la quiebra de su unidad condicionaría, impediría, la unificación política de la clase y, en consciencia, el triunfo de la revolución.
Pero la forma en que se realiza este monolitismo es aquella que permite al partido la absoluta flexibilidad en el combate clasista. Sus niveles de estructuración permiten que la política unificada en su acción se concrete y enraíce en cada espacio de vida y trabajo de la clase. Permiten, a su vez, al conjunto del partido operar en cada momento político, luchar en todas las condiciones: así, no es lo mismo, ni las decisiones se adoptan igual, en un piquete que un Congreso, en una asamblea que en una carga policial durante una manifestación. No es lo mismo un periodo de la lucha de clases en que es posible la acción legal del partido que un periodo de clandestinidad. Esto implica también que los órganos de dirección, en sus distintos niveles, adoptan decisiones de las que han de rendir cuentas. No sólo como forma de legitimidad del centralismo democrático, sino como parte del ejercicio de éste, como labor de crítica y autocrítica, de análisis y reflexión sobre la acción colectiva del partido, de detección y superación colectiva de errores y reflexión sobre el momento organizativo que permita fijar mejor los objetivos del proyecto, siempre en relación y concibiendo unitariamente al partido como parte de una situación dada en la lucha de clases.
Apuntalar el centralismo democrático: reforzar las organizaciones regionales y de base, hacer de cada militante comunista un dirigente de masas
Son los principios del centralismo democrático que hemos repasado los que hicieron de éste el modelo organizativo que permitió a numerosos partidos comunistas en todo el mundo desarrollar una lucha incesante contra el capital, lograr revoluciones victoriosas y ejercer el poder obrero. Con base en todo ese bagaje acumulado, el PCTE y los CJC nos dotamos de dicho método y velamos por su cumplimiento a lo interno, así como por desarrollarlo y concretarlo según las condiciones de la lucha de clases, sin condicionar sus bases y fundamentos, pero haciendo valer el principio de flexibilidad que permite al partido luchar en todas las condiciones. Es por eso que los CJC salimos del XI Congreso con unos objetivos y acuerdos claros al respecto de la construcción de la centralidad leninista y el centralismo democrático en nuestra organización.
Durante los últimos tres años y medio, teniendo como base los acuerdos de nuestro X Congreso, hemos reforzado y apuntalado la centralidad de nuestra organización. Estos años han servido para reforzar el cerebro de la organización, el centro dirigente y su irradiación al conjunto de organizaciones de base e intermedias. Se han definido o perfeccionado los momentos y sistemas de planificación, ejecución y rendición de cuentas. Se ha fortalecido la columna vertebral de la organización, los constante comunicación entre las organizaciones de base e intermedias y el Consejo Central, máximo órgano dirigente de los CJC.
La máxima que ha regido este proceso de fortalecimiento de la centralidad leninista en el último periodo ha sido la de colocar lo político ideológico al mando. Esto porque, decíamos, la estructuración por niveles del Partido —y, en este caso, de su Juventud— responde también a una «progresiva concreción sobre realidades de intervención territoriales y sectoriales llegando hasta las organizaciones de base, donde se cristaliza la unidad directa del Partido con las masas» (Cuadernillo del Nuevo Militante). Se trataba de conjugar el momento de desarrollo organizativo de la juventud del proyecto revolucionario, que exigía reforzar determinados aspectos en la construcción y unificación interna, y la planificación organizativa para una coyuntura de repliegue de la movilización de masas, en la que era necesario cohesionar político-ideológicamente no sólo a la organización de vanguardia sino, como se explica en otros artículos de este número, afianzar político-ideológicamente al entorno y círculos de influencia del proyecto comunista.
En el próximo periodo, el objetivo es dar pasos adelante en la substanciación de la centralidad en una mejor intervención de masas de todas nuestras organizaciones intermedias y de base: más imbricada, más activa, mas creativa y audaz, más presente en la cotidianidad de la clase, más capaz de dirigir la respuesta obrera y popular a la crisis capitalista. Se trata, en definitiva, de posibilitar la fusión del comunismo con las masas: que cada militante comunista se convierta en un auténtico dirigente, que actúe como esos tribunos populares que se mueven como peces en el agua en la lucha de masas, que saben vincular siempre toda problemática y violencia concreta del capitalismo que sufran los jóvenes obreros en su día a día con el mapa general de la explotación capitalista, que hagan comprender y asumir a los y las jóvenes trabajadores la necesidad de incorporarse a la lucha activa por derrocar este sistema.
En los próximos años aspiramos a que no haya ni una sola ciudad, ni una sola universidad o instituto sin presencia comunista, sin militantes comunistas que dirijan la respuesta a la crisis con combatividad, en coordenadas revolucionarias. Apuntalar y afinar nuestro método organizativo es condición sine qua non para lograr esas elevadas aspiraciones.