Los jóvenes obreros de hoy somos los hijos de dos crisis: la de 2008 y la 2020. Toda nuestra vida ha estado marcada por ese signo y la consecuente exigencia de esfuerzo y resignación. Herederos de las fábricas cerradas y de la negra y densa sombra del desempleo. Hijos de la “modernidad” europea y la ensoñación “clase mediana” cuya burbuja explotó a la par que la inmobiliaria. Espectadores y víctimas de los desahucios masivos, de la expulsión educativa, de la temporalidad. Protagonistas de una precariedad, de unas formas de explotación, que se confirmaron permanentes con la nueva crisis catalizada por la pandemia en 2020. Encerrados en casa o jugándonos la salud de camino al trabajo sentimos en nuestras carnes el golpe del mazo: condenados a una vida entre el curro temporal, el paro y la competición curricular, condenados a vivir aceleradamente para poder sobrevivir, condenados a ser la avanzadilla de la actualización de las formas de explotación capitalista.
Muchos de los que aún nos podemos considerar jóvenes comenzamos a luchar, todavía difusamente, en aquellos años de respuesta a la crisis de 2008. Otros, algo menores en edad, escuchábamos como un eco lejano las consignas de las plazas y las manifestaciones sin comprender del todo su significado. El símbolo de aquel periodo es el de las manos abiertas en alto. Símbolo de paz contra nuestros explotadores y sus gestores mientras ellos apretaban las cadenas. Símbolo de la hegemonía de la pequeña burguesía en aquel ciclo de luchas, coronada con la llegada al gobierno de Unidas Podemos junto al PSOE.
La renovada confianza institucional con la reconfiguración de una nueva socialdemocracia, cuyos dirigentes cabalgaron a lomos de la ola de respuesta a la crisis desde los despachos de las universidades a las moquetas de los ministerios, llegó a su paroxismo en aquel 2019. Tuvo la historia esa sorna macabra que le caracteriza y bajo su gobierno de coalición con el PSOE estalló una nueva crisis que hizo definitivamente pedazos cualquier esperanza de que ellos recompusieran el “Estado del Bienestar”. Una crisis les aupó y otra ha significado su bancarrota. La pandemia evidenció, concentró y potenció a nivel mundial y en tiempo récord todas las miserias de un sistema que continúa su marcha en un estado entre la vida y la muerte: agotado históricamente, se ve menos amenazado que nunca.
La nueva socialdemocracia cumple en el gobierno su papel: formaliza necesidades del capital “prestando atención” a sus efectos nocivos en la pauperización de la clase obrera, tratando de limar estos pero apuntalando con ello de facto las tendencias del capitalismo contemporáneo. En un momento como el actual, en el que el capital exige vampirizar más rápido y más intensamente, los márgenes de posibilidad son tan estrechos que no hay posibilidad ni de limar muchos “aspectos lesivos” ni de conceder muchas migajas. Aun así, su pretensión favorece políticamente el mantenimiento del consenso social y las lógicas de la paz social.
Una paz social que hoy se recubre de extorsión nacionalista y militarismo. Las metáforas bélicas de la pandemia han dejado de ser metáforas para convertirse en realidad, y ante la nueva guerra de rapiña en Ucrania, ante la desatada inflación que hunde aún más en la pobreza al pueblo trabajador, se nos pide, de nuevo, esfuerzo y resignación. La nueva socialdemocracia se contempla devorándose a sí misma al meternos de lleno en una guerra imperialista bajo la bandera de la OTAN. Si a una de las familias que cohabitan en la nueva socialdemócrata la aupó el periodo de respuesta a la crisis anterior, la otra, la representada por Izquierda Unida, se fundó en las luchas contra la entrada en la OTAN en el 86. No les ha horrorizado, sin embargo, la imagen que les devuelve el espejo, solo les ha hecho ser más “pragmáticos” y “posibilistas”. Un pragmatismo, o lo que es lo mismo, asunción de la plena subordinación a los vaivenes y márgenes del capital que, sin embargo, siempre representará mejor el hermano mayor, el PSOE.
La mayor evidencia de la bancarrota de la socialdemocracia es, precisamente, el hecho de que afrontamos la presente crisis con peores condiciones de vida que la crisis de 2008. La confianza en la vía reformista subordina las luchas independientes de la clase. Si en periodos de “crecimiento económico” se pueden conseguir determinadas “concesiones”, el carácter cada vez más profundo y destructivo de las crisis barre toda pequeña concesión encontrando, además, a una clase obrera aletargada y desorientada por la confianza en la socialdemocracia, con la indudable mediación de los principales sindicatos, plenamente sometidas a los designios de sus respectivos referentes políticos. Evidenciar esto es un ataque a la línea de flotación del pragmatismo y posibilismo socialdemócrata, que ni para las conquistas más inmediatas resulta eficaz, al que debe acompañar una voluntad de recomposición organizativa y política de la clase obrera.
Se trata de que en este periodo de respuesta a la crisis vuelvan a resonar los pasos decididos del ejercito consciente y unificado del trabajo, el sonido de la combatividad clasista. Para ello es necesario que la clase obrera resitúe su confianza única y exclusivamente en sus propias fuerzas organizadas; fortalezca, amplíe y extienda pacientemente su estructuración para hacer que el núcleo de la combatividad se recoloque allí donde se concentra homogéneamente la clase antagónica a la burguesía, allí donde se vive más directamente la contradicción capital-trabajo: en las fábricas, almacenes, polígonos, talleres y oficinas, en los centros de trabajo. Se trata de romper el cordón umbilical con la socialdemocracia e iniciar un camino propio e independiente de fortalecimiento organizativo y teórico.
Estas son, muy sintéticamente, las recetas para pugnar por una creciente hegemonía proletaria en el ciclo que se abre de respuesta a la crisis. Son lo contrario a la desesperanza que se extiende entre nuestra clase, “son gritos en el cielo, y en la tierra, son actos”, que diría el poeta. El grado de organización y conciencia actual nos exige no perder ni un minuto. Empezando hoy por asociarnos con nuestros compañeros y compañeras de trabajo, por transformar la rabia en respuesta y plantar cara a las violencias cotidianas y múltiples del capitalismo y sus gestores, por rebasar las lógicas de la paz social y por ingresar en las filas de la Juventud y el Partido Comunista para que estos vuelvan a ser la “voluntad de combate corporizada”, para que cada lucha, cada paso adelante en la construcción de un tejido organizativo propio, se inserte en un plan de preparación de la revolución.
Esto ofrece, sin embargo, retos especiales para los jóvenes obreros. La cronificación y formalización del trabajo a demanda no solo permite ajustar a la perfección la venta de fuerza de trabajo a las necesidades momentáneas del capital, sino que además es enormemente corrosiva para las conquistas y formas de organización de la clase. La movilidad, la ausencia de garantías, la externalización y subcontratación… son mecanismos que dificultan la organización de los jóvenes obreros. El camino, por tanto, de ese fortalecimiento organizativo y teórico pasa necesariamente por analizar y comprender profundamente los mecanismos contemporáneos de explotación y dominio sobre la base de las leyes que rigen el funcionamiento del capitalismo, estudiar la historia y las transformaciones que nos han traído aquí y las tendencias que operan en el seno del modo de producción, compartir experiencias de lucha a nivel nacional e internacional, aprender de la historia del movimiento obrero revolucionario, de sus errores y aciertos, y buscar en la práctica las fórmulas para ármanos y responder organizadamente.
En definitiva, abrir espacios de reflexión, debate, propuesta y combate, tal y como pretende hacer este número del Juventud!. Si la nueva socialdemocracia consiguió en la crisis anterior canalizar las frustraciones y voluntades de un sector de la juventud obrera hacia una vía reformista de esperanza en la construcción de una suerte de Estado social; esta esperanza casi se ha evaporado en el puente entre una crisis y otra y bajo la brutalidad de las dinámicas estructurales del capitalismo. Hoy sus discursos, en esta fase de refundación en la que están inmersos con SUMAR, resultan cínicos y anacrónicos. El pragmatismo, solo un poquito más radical que el del hermano mayor, aderezado con cierto obrerismo y un vocabulario edulcorado y naif, remake trucho de 2014; parece una broma de mal gusto después de haber comprobado y seguir comprobando que una vez en el gobierno han hecho lo que hacen todos los que quieren gestionar el capitalismo: disponer y organizar nuestra explotación y miseria.
Pero la bancarrota de la socialdemocracia no significa nada si no hace acto de presencia la clase obrera consciente recuperando una alternativa y esperanza revolucionaria. Por ello este número #1 del Juventud! quiere ser una palanca, un acicate para que los hijos e hijas de la clase obrera, quienes llevamos marcada en la frente una explotación de generaciones, pongamos todo nuestro esfuerzo, inteligencia y voluntad para que el símbolo de este ciclo de lucha contra la crisis capitalista no sea el de las manos abiertas, sino el de los puños cerrados.
Agosto, 2022