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Eva G. De MadariagaRevista Juventud

Del sentir al comprender: base y superestructura como fundamento de la practicabilidad de la revolución

By 06/01/2024No Comments

«La humanidad se propone siempre únicamente los objetivos que puede alcanzar, pues, bien miradas las cosas, vemos siempre que estos objetivos sólo brotan cuando ya se dan o, por lo menos, se están gestando, las condiciones materiales para su realización» Karl Marx, 1859

La futura sociedad comunista se desprende de las premisas realmente existentes en la sociedad de clases, de las condiciones mismas de nuestra existencia hoy. Este fue el gran hallazgo del marxismo; cuyo potencial, parafraseando a Lenin, reside en su exactitud y certeza, probada en la historia y en la vida real. En tiempos en los que pensar posible la revolución es más difícil que nunca antes, porque la organización y vitalidad de sus fuerzas motrices ha sido desactivada, subrayar lo fundamental del comunismo, o lo que es lo mismo, hacer por demostrarlo cierto, vivificarlo y hacer que se piense y comprenda a partir de las premisas de nuestro presente, se vuelve un imperativo.

Estatua de Lenin en la URSS. Autor desconocido

Base y superestructura: la comprensión unitaria de la realidad

Ya en la antesala de la fundación de la Liga de los Comunistas en 1847, Marx y Engels polemizaron con el materialismo feuerbachiano y el idealismo objetivo hegeliano; esclarecieron, crítica mediante, su hasta entonces embrionaria cosmovisión del mundo y, parafraseando al de Tréveris, liquidaron cuentas con su conciencia filosófica anterior. Este manuscrito compilatorio, escrito entre 1845 y 1846 pero que no fuera publicado hasta 1932 bajo el título de La ideología alemana, versaba así:

Los hombres son los productores de sus representaciones, de sus ideas, etc., pero los hombres son reales y actuantes tal y como se hayan condicionados por un determinado desarrollo de las fuerzas productivas y por el intercambio que a él corresponde, hasta llegar a sus formaciones más amplias. La conciencia no puede ser nunca otra cosa que el ser consciente, y el ser de los hombres es su proceso de vida real.

En 1859, concluido el primer periodo revolucionario, en el Prólogo a la Contribución a la crítica de la economía política Marx explica el sentido del citado manuscrito, cuya elaboración resolvió en la conclusión de que las formas sociales no podían comprenderse sin atender a las condiciones materiales de vida y que, a esa misma vez, la anatomía de la sociedad había de ser buscada en la economía política.

El resultado general al que llegué y que una vez obtenido sirvió de hilo conductor a mis estudios puede resumirse así: en la producción social de su vida los hombres contraen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a una determinada fase de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia.

Esto es: es sobre la base del grado o nivel histórico de desarrollo de las fuerzas productivas donde tiene lugar la conformación objetiva de las clases sociales y las relaciones entre las mismas, es decir, el modo en que una sociedad dada se organiza y relaciona con la naturaleza para producir y reproducir la vida. Esta relación se garantiza y naturaliza en y por una superestructura política, moral y jurídica; así como en la forma en que el ser humano se explica su propia existencia social.

Falsea el marxismo, voluntaria o involuntariamente, quien plantea ésta como una separación dualista, topológica y exterior en la que la determinación se entiende metafísicamente: fueron éstas, de hecho, incomprensiones señaladas tanto por Engels, primero, como también por el bolchevismo y sus fundamentadores. La determinación de la superestructura por la base económica no se corresponde a una ley general de causalidad. Lejos de eso, se trata de verificar las leyes tendenciales del automovimiento del capitalismo en el desarrollo histórico. Y entender que el estado concreto de dichas tendencias y contradicciones dibuja los márgenes de posibilidad de la sociedad y la política burguesa; toda vez que son naturalizadas por el propio desenvolvimiento y reproducción de la sociedad capitalista.

El comunismo científico desveló la unidad del proceso de lo real, comprendió que en una situación histórica dada, estructura y superestructura se unifican; de forma que el conjunto complejo y contradictorio de la superestructura es expresión, reflejo y forma concreta de la situación histórica de las relaciones sociales de producción. Que su separación es, por tanto, una abstracción: una separación de carácter didáctico que sirve a la explicación de la primacía de la reproducción ampliada de capital en tanto que fundamento de la totalidad social capitalista y sus formas de dominación.

Comunismo científico, filosofía y sentido común

Este hallazgo del comunismo científico, verificado en la historia, profundizado y concretado al calor del desarrollo histórico, le permite, por su método, aprehender el contenido de las distintas filosofías. Aprehender en el sentido de que puede estudiar el significado real y actuante de éstas, su fundamento social, los estratos de clase en los que solidifican y por qué: en definitiva, puede rastrear y ubicar en la historia y el modo de producción el fundamento de la ideología hecha doctrina.

Frente al materialismo premarxista, el comunismo científico comprendió la justa relación dialéctica entre objeto y sujeto y supuso, por tanto, la verificación de la contradicción como germen de transformación social; es decir, que pudo absorber el contenido de la filosofía idealista en el sentido de su historización. La tesis marxista de las superestructuras, su componente dialéctico, supone la solución filosófica y científica de las distintas filosofías y el papel que éstas han jugado en el desarrollo del conocimiento humano como forma de respuesta a las preguntas planteadas por el propio desarrollo social.

Esta, de hecho, es la justa idea de ortodoxia: la de que el propio contenido del comunismo científico es unitario y suficiente, en tanto que cosmovisión proletaria y revolucionaria, para integrar y explicar desde la noción de totalidad el conjunto del conocimiento humano. Que en tanto que es expresión político-ideológica del interés del proletariado universal, no necesita añadidos teóricos que procedan de otras clases o capas sociales. Y que todo enriquecimiento y desarrollo de su teoría es fruto del propio desenvolvimiento de la lucha de clases y sus expresiones políticas e ideológicas, explicadas históricamente y a partir de las transformaciones cuantitativas en la base social.

Por eso hoy sigue siendo necesario poner en valor el Anti-Dühring, como haría en su día Lenin en Materialismo y Empiriocriticismo, en tanto que fundamentación de principio de que la verdadera unidad del mundo consiste en su materialidad, y no en otra cosa más que en eso. Tesis a la que Engels añadiría: «probada ésta por el largo desarrollo de la filosofía y la ciencia». Y aquí la justeza de recurrir a la historia y al hombre para demostrar la realidad socialmente objetiva del mundo. Engels nos dice que es el desarrollo del conocimiento humano el que permite una aproximación científica a la sociedad capitalista. Y que es a través del conocimiento científico de la sociedad que se descubren sus leyes, tendencias y contradicciones fundamentales.

El comunismo científico comprende el carácter histórico de las relaciones sociales de producción, de la relación social capitalista. Y desvela y comprende necesariamente, por tanto, que en su propio seno está el germen de su transformación. Así que, recapitulando, el hecho de que el conocimiento humano pueda llegar por sus propios medios a la fundamentación de la revolución, al comunismo científico, implica y significa que entre estructura y superestructura, como diría Gramsci, «existe un vínculo necesario y vital». Es en el terreno de las superestructuras, de la filosofía y la ciencia, que el ser humano puede conocer y demostrar la realidad del mundo. Pero también tomar conciencia de su posición social en el conflicto clasista; y actuar en esa lucha de clases, en el sentido de demostrar la practicabilidad y justeza de las distintas ideologías.

El contenido filosófico de este vínculo es el fundamento de posibilidad de la revolución. Es decir, que el comunismo científico como teoría de la revolución comparte suelo social con su constitución como movimiento real. Y precisamente su carácter científico, la validez de sus tesis, se muestra cierto solamente en tanto es verificable en la práctica social. El contenido de esta relación lo expresa Marx en el Prólogo a la Contribución a la crítica de la Economía Política, que dice así:

Cuando se estudian esas revoluciones, hay que distinguir siempre entre los cambios materiales ocurridos en las condiciones económicas de producción y que pueden apreciarse con la exactitud propia de las ciencias naturales, y las formas jurídicas, políticas, religiosas, artísticas o filosóficas, en una palabra, las formas ideológicas en que los hombres adquieren conciencia de este conflicto y luchan por resolverlo. Y del mismo modo que no podemos juzgar a un individuo por lo que él piensa de sí, no podemos juzgar tampoco a estas épocas de revolución por su conciencia, sino que, por el contrario, hay que explicarse esta conciencia por las contradicciones de la vida material, por el conflicto existente entre las fuerzas productivas sociales y las relaciones de producción. Ninguna formación social desaparece antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella, y jamás aparecen nuevas y más altas relaciones de producción antes de que las condiciones materiales para su existencia hayan madurado en el seno de la propia sociedad antigua. Por eso, la humanidad se propone siempre únicamente los objetivos que puede alcanzar, pues, bien miradas las cosas, vemos siempre que estos objetivos sólo brotan cuando ya se dan o, por lo menos, se están gestando, las condiciones materiales para su realización (Marx, 1859/1978, p. 518).

Tres ideas: 1) que toda situación histórica ha de ser explicada desde la contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción, como decíamos antes; 2) que la conciencia del conflicto clasista se adquiere en el ámbito de la superestructura; ámbito desde donde también se lucha por resolverlo; y 3) que la existencia de una conciencia comunista de masa —que implica la identidad de razón, ideología y voluntad política clasista— demuestra que existen las condiciones de posibilidad para su realización.

Así que todos los hombres y mujeres participan de una determinada concepción del mundo; de un sentido común que en el capitalismo es burgués, inmediatamente burgués. Y aquí un apunte fundamental: la particularidad del capitalismo consiste en que ésta es una concepción fetichizada; una comprensión del mundo basada en el reflejo de la relación social capitalista como una relación exterior entre cosas, objetos. Por eso la filosofía burguesa, que —muy rápidamente dicho— fundamenta y es doctrina de la forma burguesa, mercantil, de existencia social, encuentra fácilmente vías y canales de solidificación y asentamiento en la sociedad.

Pero el hecho de que todos los hombres y mujeres participen de una determinada concepción del mundo, es decir, tengan ideología (porque no hay forma de existencia que no implique conciencia, ni hay terreno o ámbito ideológicamente neutral o exterior a la lucha de clases), implica que la sociedad —y los hombres y mujeres que la conforman— pueden también llegar a conclusiones revolucionarias, precisamente porque la base del modo de producción capitalista es contradictoria y él mismo, decíamos, genera el germen de su propia destrucción: el proletariado, clase objetivamente revolucionaria en tanto que su propia liberación presupone la destrucción del germen de toda forma de opresión y violencia. Es decir, que el hecho de que doctrina y sentido común compartan un mismo suelo social implica que es posible que el comunismo científico sea la ideología que dirija, impregne y se difunda por todo el área social. Pero en tanto que ello sólo implica posibilidad, la pregunta que estamos obligados a hacernos los comunistas, de ayer y de hoy, es cómo hacer de ello una realidad.

Espontaneidad y dirección consciente

Es posible, decíamos, por tanto, que el comunismo sea una fuerza actuante y dirigente en la lucha de clases; y hay experiencias probadas de ello en la historia. De ellas también aprendemos que la particularidad del capitalismo, la forma mercancía y la correspondiente comprensión fetichizada de la vida, impide que éste se derive de la mera interacción inmediata de la clase obrera con la sociedad. Esa es la justificación del partido político independiente de la clase: la estructuración política de la conciencia revolucionaria que permite inocular el comunismo científico entre las masas.

En otro artículo de esta revista, publicado en el nº1 y titulado «El tribuno, el ilustrado tardío y el burócrata» se traza la historiografía, la fundamentación y la necesidad del Partido de Nuevo Tipo leninista como destacamento de vanguardia del proletariado y conclusión práctica de los distintos periodos de lucha del movimiento obrero, en general, y de la entrada del capitalismo en su fase monopolista, el imperialismo, en particular. Necesidad que se demuestra, comprueba y desarrolla conforme se asienta en la historia el dominio político e ideológico de la burguesía.

El artículo desarrolla la tesis del Partido Comunista en tanto que vértice de la teoría de la revolución. Pues, recapitulando, aunque espontaneidad y conciencia no se derivan la una de la otra, la lucha económico-espontánea de la clase contiene las potencialidades para su unificación, elevación y constitución en clase consciente de su papel histórico universal. Es decir: 1) que la revolución sólo puede hacerla la clase obrera, por su posición social objetiva, pero 2) que el automovimiento de la sociedad de clases capitalista impide que el movimiento obrero llegue por sí sólo a conclusiones revolucionarias, si bien 3) su propia lucha espontánea, instintiva y reactiva a la violencia capitalista, es forma germinativa de la conciencia político-revolucionaria, conciencia que 4) sólo el Partido puede introducir, como dijera Lenin en el Qué hacer, «desde fuera».

Por eso, este «desde fuera» hay que comprenderlo a partir el análisis de la correlación de fuerzas, de las situaciones históricas, como propuesta filosófica que supone la unificación concreta de la realidad, de base y superestructura: es decir, que concibe al comunismo como una fuerza operante y actuante de la totalidad social, cuyo papel es intervenir sobre ella para organizar a la clase obrera y orientar su lucha hacia la toma del poder y la construcción socialista-comunista. Se trata éste, por tanto, de un debate genuinamente práctico, con implicaciones profundas en las propuestas políticas que se derivan y desprenden de él.

El «desde fuera» de Lenin es un desde fuera del pensamiento fetichizado burgués, de la comprensión inmediata del conflicto económico-corporativo entre obrero y patrón; es decir, desde la vinculación de dicho conflicto con el mapa general de la violencia capitalista y la conclusión de que el fin de dicha violencia, en sus múltiples manifestaciones, presupone el fin del modo de producción y su superación en otro mejor, libre de explotación, para cuya constitución ya están dadas las condiciones objetivas. Por tanto es un «desde fuera» político-ideológico, que exige necesariamente que el partido actúe desde su plena inserción y presencia entre la clase: allí donde ésta desarrolla su vida, se desenvuelve prácticamente en tanto clase productora de la riqueza social, y también en las estructuras y expresiones organizativas desde las que actúa en la lucha de clases para resistir a los ataques y violencias que genera el capitalismo.

El partido, personificado en sus organizaciones de base y militantes —a través, en definitiva, de una estructura y fisionomía que le permite actuar unificada y monolíticamente pero a su vez en ámbitos cada vez más específicos y concretos—, es la corporeización del comunismo científico, de la ideología que expresa los intereses del proletariado. Por eso no puede ser una realidad exterior a la clase —pues recordemos que su fundamento social es también la contradicción capitalista—, sino su parte más consciente que, por tanto, conoce y siente, en tanto vive, las distintas formas de violencia que la clase en sí sólo está en disposición de resistir, pero que desde los marcos del programa comunista pueden elevarse en movimiento revolucionario (resultado objetivado de la fusión del comunismo científico con las masas).

Imperialismo, Partido y hegemonía

Pero esto sólo está el partido en disposición de realizarlo desde el más estricto y honesto análisis de la correlación de fuerzas, desde la más estricta comprobación de su estrategia y táctica en la realidad de la lucha de clases. Analizar la correlación de fuerzas es estudiar minuciosamente el momento político: es decir, el estado de las relaciones sociales de producción, de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, de la incesante revolución en la producción que el capitalismo exige para sobrevivir; y su vinculación orgánica con el grado de homogeneidad, autoconciencia y organización de las clases sociales, así como sus correspondientes formas políticas. De todas las clases sociales y facciones de clase, sus tentativas de conquistar la hegemonía, sus errores e incoherencias, la existencia de contradicciones económico-corporativas entre facciones de una misma clase, etc… a partir de las tendencias que definen los márgenes de su actuación histórica.

Fue Lenin quien mejor comprendió el contenido de los planteamientos de Marx y Engels a lo largo de su vida, de sus análisis y propuestas histórico-concretas, quien comprendió la médula espinal del marxismo y por tanto quien mejor pudo entender los caracteres de la entrada del capitalismo en su fase monopolista. Quien mejor comprendió la vinculación y síntesis del grado de extensión de las relaciones capitalistas de producción y su expresión en la lucha de clases: «El capitalismo se transformó en imperialismo cuando llegó a un grado muy alto de su desarrollo, cuando algunas de sus características fundamentales comenzaron a convertirse en su antítesis, cuando tomaron cuerpo y se manifestaron los rasgos de la época de transición del capitalismo a una estructura económica y social más elevada».

Lenin entendió que el fin de la época progresiva de la burguesía coincidía con la aparición de los monopolios, base fundamental de la fase imperialista del capitalismo, y que implicaba la dirección y hegemonía de la gran industria y el capital financiero. Las superganancias imperialistas generaron una capa de obreros aburguesados, la «aristocracia obrera», base social del oportunismo. Así, la forma doctrinal del pensamiento burgués inmediato, fetichizado, se asentó socialmente. El dominio de la burguesía se encontraba más enraizado y afianzado sobre y en el seno del movimiento obrero: el poder burgués contaba con mayores reservas políticas y organizativas en la vida social. La coptación, junto la intelectualidad y la pequeña burguesía, de las cúpulas de sindicatos y partidos socialdemócratas plegaba y limitaba la política comunista a la inmediatez capitalista.

Por eso era imperativo el deslinde: político, organizativo e ideológico. Por eso era necesario poner el acento en que la acción del partido de la clase obrera debía regirse por el más estricto criterio de independencia proletaria (es decir, por la doctrina del comunismo científico que antes se explicaba históricamente). Pero el contenido de esa necesidad de escisión era la comprensión del nexo entre espontaneidad y conciencia, de la dialéctica de la revolución. Su incomprensión, reverso por tanto del oportunismo de derechas, es el oportunismo de izquierdas, que en tanto hiperboliza el elemento voluntarista no es capaz de comprender la temporalidad y la estrategia revolucionaria para nuestra época. Una época en la que el recorrido de la espontaneidad es menor pues, habiendo madurado las condiciones para la transformación revolucionaria y dando el capitalismo constantes señales de ello, la burguesía, que opera positivamente para la conservación y la defensa de la estructura capitalista, ha afianzado y complejizado su dominio. Esto implica y explica el hecho de que crisis capitalistas cada vez más profundas y recurrentes puedan no tener repercusiones inmediatas en el campo del movimiento de masas —más aún en una coyuntura de triunfo temporal de la contrarrevolución— en tanto el aparato estatal, voluntad centralizada y garante del discurrir de la sociedad burguesa, es tremendamente resistente.

Si el contenido de la política revolucionaria es la dialéctica —por tanto unidad— entre base y superestructura, su forma hoy es la de la hegemonía: la conquista de la mayoría de la clase obrera para la revolución, prioritariamente a través de su estructuración en el núcleo de la unidad productiva; y la difusión de la ideología proletaria, sustanciada materialmente en la lucha de clases, sobre otras capas intermedias afectadas por el imperialismo. Es este el gran aporte de Lenin, octubre y el bolchevismo, vigente hoy en sus fundamentos materiales. Una conquista que hoy exige de trabajo paciente y sostenido por asegurar la base organizativa del partido en el núcleo de la producción capitalista, a través de una política multifacética en su forma y revolucionaria en su contenido, que permita la difusión del comunismo y facilite la desarticulación política e ideológica de todos los resortes del dominio capitalista.

Para ello se requiere también el más honesto ejercicio de realismo: esto es, de nuevo, oponer al pragmatismo reformista —que se pliega a la estrechez del posibilismo capitalista—, pero también al romanticismo revolucionario, la responsabilidad de definir concretamente qué implica organizar la revolución hoy. En un tiempo en que las fuerzas revolucionarias están rebrotando tras décadas de retroceso, la fuerza del partido ha de poder reconocer constantemente el suelo histórico-concreto que pisa y establecer sus prioridades —insertas en un plan— en una dialéctica revolucionaria que progresivamente amplía la influencia proletaria y las fronteras del propio partido, objetiva la conciencia revolucionaria en formas de organización obrera y hace avanzar el ejército de la revolución. Al calor del aprendizaje práctico del comunismo, de la organización de la revolución socialista, se transforma lo que racionalmente sólo era «posibilidad» en potencialidad real de un estado socialista, en un proceso por el cual el partido se prepara y prepara las condiciones sociales para el asalto definitivo a la fortaleza del poder capitalista.

Pero para eso es necesario que el sujeto revolucionario quiera hacerlo; y esta voluntad sólo puede ganarla el partido. Frente al oportunismo de derechas, infantilizador y paternalista, y su reverso de izquierdas, subjetivista y fetichista de las masas, solidarios entre sí en la incomprensión de la relación de la iniciativa histórica de la clase y su orientación revolucionaria, de nuevo, se erige la justa comprensión del materialismo histórico. Es el partido comunista la fuerza que libera al obrero, a la obrera, porque los hace dirigentes en el marco del propio desenvolvimiento de su lucha: que es una lucha que deja de ser resistente en la medida que la clase comprende su papel de iniciativa, en la medida en que ya no se concibe exterior y fetichizadamente sino como persona histórica, agente y artífice de su propio devenir.

La elevación de conciencia de la que antes hablábamos es lo que permite, como diría Gramsci, el tránsito del sentir generalizado de las masas, del instinto revolucionario, al comprender; es, en definitiva, la identificación de la razón (la fundamentación científica del comunismo) y de la voluntad (las masas actuantes en la lucha de clases): la realización de la estructura —las condiciones maduradas en la base para la transformación— en superestructura, en forma política.

Por eso la estructuración fundamental del partido es en el núcleo de la producción capitalista: por un criterio estratégico de asegurar la hegemonía proletaria, como decíamos, pero también de realización de la revolución y proyección de la sociedad futura: de estructuración del autogobierno obrero en la base del modo de producción llamado a transformar. En el momento en que se plantea real y decisivamente el problema de la relación de las clases con el Estado, el elemento definitivo es si el proletariado está lo suficientemente preparado para ser el sujeto que guíe y dirija el futuro estado socialista; si está en disposición de tomar el poder estatal con el fin de acabar con toda forma de producción mercantil hasta hacer posible su extinción.

Marx y Engels. María Daga