El número #3 de la revista Juventud! sale a la luz pocas semanas después de la conformación del gobierno de coalición; y pocas semanas antes de que termine el año 2023: un año electoral, en el que se han perfilado más claramente los lineamientos, articulaciones y rearticulaciones políticas que van a concurrir en la lucha de clases los próximos años. El cierre de ciclo culmina con la confirmación del bipartidismo ampliado como la forma política del capitalismo español. El PSOE sale reforzado respecto a la anterior legislatura, aún estando necesitado de apoyos puntuales para asegurar su gobierno; y el ala liberal-conservadora lo detecta y, consecuentemente, tensiona.
Los sectores movilizados son la pequeña burguesía y las capas medias radicalizadas, base social de la reacción y protagonistas en escena de las oleadas de algaradas y protestas reaccionarias de los últimos años. Frente a ellos, se alza una socialdemocracia que, en proceso de rearticulación (en favor del PSOE), tras la constatación del fracaso del proyecto aspiracional dirigente del ciclo político iniciado con el 15M, articula bajo sus proclamas defensoras del orden constitucional y la política de Estado a un movimiento obrero aletargado y desorganizado tras años de paz social.
El PSOE de Pedro Sánchez, que ha comprendido que su posibilidad éxito —no solamente parlamentario— está sociológicamente condicionada a su oposición al PP, se ha confirmado como el partido del capital financiero en España, el que en este momento mejor va a acometer las políticas que exigen el capitalismo español y europeo. Su programa —con el apoyo incondicional de Sumar— gobierna sobre el movimiento obrero y también, cosa impensable para quienes fueron jóvenes hace diez años, sobre la juventud.
Que el PSOE sea la opción del 45% de los jóvenes que votan no se trata solo de un fenómeno electoral, más que en tanto expresa una realidad política: se acabó la mayoritaria ilusión juvenil en el proyecto aspiracional de la nueva socialdemocracia, que ha terminado por demostrar su falsedad y fracaso y cuya bancarrota coincide con un periodo de reorganización política y reconfiguración ideológica, también a nivel juvenil.
El elemento solidario de la realidad de los jóvenes de hoy y de ayer es el signo de la crisis; y es su propia experiencia vital la que ha acabado por barrer todo idilio aspiracional y por articular el accionar político de la juventud en términos de desafección y apoliticismo. Es la experiencia del desaliento, de la frustración y la resignación, resultado de asumir grandes padecimientos en un clima de inseguridad permanente; y no conocer alternativa.
Esta vivencia no es sino expresión del carácter endémico y cíclico de las crisis capitalistas, tal como tratamos de explorar en este número de la revista. Pero lejos de los deseos catastrofistas que en su culto a la espontaneidad viven en el dramatismo que desea una hecatombe mundial como acicate revolucionario, sabemos que no se trata de la simple gravedad de la hecatombe cíclica y que, además, esa hecatombe no generará “mágicamente” un desborde revolucionario.
Por ello decimos que es la propia vida, la propia sociedad burguesa la que está en una crisis general y permanente. Que en toda reproducción de las relaciones sociales del capitalismo, no solo en los momentos de recesión, aunque en estos se agudicen, se producen violencias y luchas, y que en consecuencia la solución solo puede ser hacer que estas luchas, que estas reacciones instintivas a las violencias cotidianas, se conviertan en una lucha consciente y organizada día a día, hora tras hora, en cada punto de la producción social.
Estas son las cuestiones sobre las que este número pretende reflexionar: debatiendo y avanzando colectivamente en la construcción de un camino revolucionario que los y las jóvenes hoy puedan transitar con paso firme. Uno que mire a la realidad, y entienda cómo actuar revolucionariamente en un presente de malestar condensado y contenido, no articulado, inestable y gobernado por la paz social. Y ese es un camino capaz de, sostenidamente y con paciencia, transformar la resignación y también la rabia en acción revolucionaria, por la vía de demostrar posible y válida para el presente otra forma de hacer política: nuestra política. Esto es, un camino, que vuelva a colocar al comunismo en el tablero de la lucha de clases; y que haga pensar de nuevo posible y presente la revolución.