Skip to main content

Los jóvenes obreros hemos sido siempre el banco de ensayo de la creciente precariedad laboral a la que se empuja al conjunto de la clase. Hoy, en un escenario de desorganización, en el que muchos han bajado los brazos y nuestras filas son menos compactas, las conquistas históricas de nuestra clase se ven amenazadas y, de hecho, barridas por las necesidades de aquello que llaman «la economía», que no es otra cosa que el capitalismo y su necesidad y tendencia a exprimirnos cada vez más. Así, enfrentamos la amenaza de un modelo laboral ultraflexible y temporal, que se va cristalizando además legislativamente, que concreta las formas de organización del trabajo a las necesidades de la acumulación capitalista: esto es, mano de obra temporal, flexible —interna y externamente— y a demanda como forma concreta para un uso más ajustado y rentable de la fuerza de trabajo.

Bajo el lema «Trabajo temporal, explotación permanente» los CJC lanzamos una campaña que denuncia de la extrema temporalidad y flexibilidad laboral que venimos destacando como características clave de los modelos de trabajo juvenil; que entiende éstas tendencias como expresión y forma concreta consustancial al desarrollo capitalista y la correlación de fuerzas histórica y que propone a la clase, por tanto, como único camino posible, retomar nuestras herramientas históricas de lucha y orientar cada batalla a acabar con el sistema que es culpable de que la creciente miseria sea la constante de vida de la mayoría trabajadora.

 

El origen de las Empresas de trabajo temporal (ETT) y Empresas multiservicio (EMS) en el desarrollo del modelo productivo

La juventud hoy crece siendo víctima de dos grandes crisis capitalistas. El modelo de explotación juvenil, que atraviesa y condiciona todas las facetas de nuestra vida, es resultado histórico de las demandas de la acumulación capitalista que aparecieron en las últimas décadas del siglo XX, que se impusieron más abiertamente tras el triunfo temporal de la contrarrevolución y que, en nuestro país, se han desarrollado con las medidas adoptadas por parte de los gobiernos ante las dos crisis capitalistas de los últimos veinte años. Estos programas de medidas se han desplegado por los dos grandes proyectos de gestión del capital en España —el gobierno del PP, por un lado, y el del PSOE y UP por otro— y han consistido en buena parte en mejorar la disposición de la fuerza de trabajo como mercancía cada vez más barata y flexible para el uso por parte de los capitalistas. El abaratamiento del despido, la facilidad para la contratación temporal, las diversas fórmulas de flexibilidad interna y el refuerzo del papel de las ETT y de la externalización son algunos de los puntos clave de estas reformas.

Las ETT se legalizaron y regularon en España en 1994, durante la tercera legislatura de Felipe González, continuando la tendencia ya consolidada en otros países capitalistas occidentales desde mediados del siglo XX. Estos habían aprovechado los niveles de pobreza existentes tras la Segunda Guerra Mundial para instaurar mecanismos afinados de selección de fuerza de trabajo a demanda, llamados “agencias de empleo”, y similares. La crisis de los años noventa definió la coyuntura en que el PSOE de González desarrollo en nuestro país instrumentos similares al servicio de las necesidades del capitalismo español y europeo, regularizando las ETT y configurando posibilidades para la externalización de servicios y la cesión de trabajadores. Se empezaron a perfilar modelos de organización de la producción que han ido transformando el tejido empresarial; y, con él, las formas de explotación de la fuerza de trabajo hasta nuestros días.

Por un lado, las ETT, que obtenían amparo legal para hacer cesiones de trabajadores, servían a las empresas usuarias para regular a conveniencia el volumen de la contratación en ciertas fases del proceso productivo; es decir, para poder utilizar más o menos cantidad de mano de obra de manera flexible y con menos costes de gestión. Por otro lado, acabó quedando vía libre para la flexibilización de otros aspectos implicados en la actividad productiva mediante la externalización y la creación de “empresas multiservicio” a las que subcontratar algunas partes del proceso productivo, reduciendo costes, pudiendo rebajar salarios, y liberándose de restricciones para usarlas bajo demanda. Los servicios que más se comenzaron a externalizar a contratas de EMS solían ser los de limpieza, seguridad o mantenimiento, entre otros. Este modelo organizativo es sumamente rentable y desde entonces se ha propagado a cada vez más partes de los procesos productivos, especialmente desde la crisis de 2008. Algunos ejemplos de servicios prestados a través de este tipo de cesiones son: la limpieza de los hospitales públicos, el marketing y el diseño de productos, los sistemas de información y programación de ciertas industrias, la logística y el transporte de diversas actividades económicas, etc.

Desde finales del siglo XX existe una tendencia a la fragmentación del proceso productivo en vez de a la concentración, ya que, y en buena parte gracias al desarrollo digital, se encuentra mayor rentabilidad a dividirlo en fases y organizarlas de manera flexible para poder obtener el máximo de beneficio posible en cada coyuntura o situación. Pero la fragmentación no aparece asociada a la dispersión y descentralización de las masas de capital, sino que, esta reorganización del modelo productivo ha sido promovida por interés del gran capital y ha corrido paralelamente a los procesos de concentración de capitales más brutales y acelerados de la historia del capitalismo.

Sobre estos procesos, la propia economía burguesa ha hecho ya muchos análisis, algunos incluso desde perspectivas autodenominadas críticas (o incluso con apariencia marxista). No obstante, la denuncia que se llega a plantear de los modelos de explotación son siempre parciales en tanto llevan implícito el reconocimiento de los marcos capitalistas. Es decir, la tendencia de la ciencia económica burguesa es presentar estos procesos como inevitables, naturalizando así las tendencias de la «economía» y presentándolas como incontrolables en última instancia, limitando el mapa de su actuación, por tanto, a los márgenes del propio sistema. De esta manera, se deja fuera del alcance de la crítica a la contradicción fundamental sobre la que se desarrolla la economía capitalista y la clase social que sale objetivamente beneficiada de estos ajustes: la clase capitalista. O, dicho con otras palabras, se niega la posibilidad de que la organización clasista arrebate victorias a las fuerzas del capital y se niega que dichas victorias sean una de las claves de bóveda para que la clase obrera comprenda que su lucha es el camino para poner fin a su explotación.

Las ETT, las EMS y las plataformas digitales multiservicio en el modelo de trabajo juvenil actual

La función de las ETT es asegurar a las empresas la disponibilidad inmediata o a corto plazo de fuerza de trabajo a demanda, a medida de sus necesidades eventuales. Utilizando los términos que la propia gestión económica empresarial moderna aplica, son «una magnífica herramienta de flexibilidad externa, e interna de manera indirecta».

En la historia de la legalidad de las ETT en España se les ha ido otorgando cada vez una mayor capacidad de actuación. En el año 2013 se firmaron un total de 2’2 millones de contratos por ETT. Conforme se consolidaron los efectos de la reforma laboral del PP que amplió su papel en la contratación, esta cifra anual no ha dejado de aumentar, hasta colocarse en la actualidad en los 3,6 millones anuales del año 2022. La extensión de este tipo de empresas y la ampliación de su papel en el volumen de contratación total en las economías capitalistas occidentales tienen que ver con el aumento de la tasa de paro y el crecimiento de los niveles de pobreza de las capas trabajadoras en términos relativos en estos países durante las últimas décadas. Los 3,6 millones de contratos de puesta a disposición a través de ETT en 2022 representaron el 19,6 % del total de los contratos celebrados a lo largo del año.

Los jóvenes sufren mucho más estos contratos: el 42’6 % del total de contratos por ETT realizados durante 2022 se firmó con jóvenes de entre 16 y 29 años, a pesar de que estos representan solo un 20 % de la población activa aproximadamente.

La CEOE propone, ante la coyuntura actual, potenciar las ETT; darles un mayor margen de actuación y relegitimarlas, siguiendo la tendencia de los países de la UE y las “recomendaciones” que aparecen asociadas a sus fondos. Declaran que este tipo de mecanismos son “herramientas para facilitar la flexibilidad interna de la gestión de personal de las empresas y para canalizar la temporalidad”. Intentaron presionar en este sentido durante la negociación de la Reforma Laboral del año 2021, rebajando finalmente sus demandas probablemente debido a la facilidad de obtener un pacto rápido y suficientemente conveniente con el gobierno de coalición.

Una de las grandes modificaciones de esta Reforma Laboral fue el refuerzo y generalización del contrato fijo-discontinuo como forma de consolidar legalmente situaciones de temporalidad en el trabajo que hasta entonces habían sido fraudulentas; introduciéndose con ella la posibilidad de que las ETT pudieran firmar este tipo de contrato. Hecho particularmente grave en tanto que obliga al trabajador a una disponibilidad absoluta respecto a la ETT, disponibilidad a la que estarían condicionados los derechos laborales más básicos (p.ej. indemnización o derecho a paro).

En cuanto a las empresas multiservicio, hoy en día, con matices, la figura de la externalización (outsourcing) se puede utilizar en cualquier tipo de actividad y por cualquier tipo de entidad. En 2016, se estimaba que el 90% de las empresas con un volumen de facturación superior a los 12 millones de euros tenían externalizados sus servicios complementarios. Pero ya no solo se subcontratan servicios auxiliares, sino también, cada vez más, fases esenciales del proceso productivo, incluidas algunas que exigen un alto nivel de cualificación y especialización de la mano de obra.

La externalización hoy abarca fenómenos muy diversos, ya que ofrece muchas vías de aumento de la eficiencia y abaratamiento de la fuerza de trabajo. Podemos clasificar en, al menos, tres tipos a las empresas multiservicio, con diferentes funciones en la cadena de producción de valor:

  • El primer tipo serían las empresas especializadas en ciertos servicios determinados auxiliares (como la limpieza).
  • El segundo serían empresas creadas directamente por una empresa principal, que dota de la estructura y recursos necesarios y, por supuesto, tiene control directo de su producto y los mecanismos de gestión y decisión. Es una maniobra jurídica para fragmentar los pasos del proceso productivo si interesa para poder adaptar cada uno de ellos a las necesidades coyunturales de la producción.
  • Por último, existen empresas multiservicios que no se especializan en ninguna actividad en concreto y se contratan por otras empresas para gran variedad de tareas, proveyendo de auténticas flotas de trabajadores del perfil necesario a demanda de la empresa usuaria. En los últimos años estas últimas han proliferado, sirviendo de la manera más eficaz a las necesidades puntuales del capital.

Como mecanismos más avanzados de estas tendencias, en los años más recientes han aparecido y se han extendido en España las llamadas plataformas digitales. Estas se presentan como nuevas empresas tecnológicas que solo actúan como base de datos intermediaria entre clientes y profesionales, autónomos o freelancers, pero constituyen empresas de servicios más o menos tradicionales que utilizan fórmulas jurídicas nuevas para contratar trabajadores aprovechando diferentes resquicios legales o llevando al máximo las herramientas de explotación que más precariedad suelen conllevar. De estas, destacan dos tipos sobre las demás:

  • Las “plataformas de profesionales o freelancers, que se quedan una comisión por “poner en contacto a cliente y colaborador” (Click&Task, Freelancer, Emagister, Superprof, Taskrabbit, Taskia, Etece.es, Cronoshare, etc.). Abarcan tareas muy variables: traducción, asesoría legal, redacción, creación y gestión de páginas web, servicios administrativos, clases particulares, reparaciones del hogar, limpieza doméstica, reparaciones y obras, cuidado de personas, mudanzas y transportes, montadores de muebles, entrenadores personales, organizadores de fiestas, y un larguísimo etcétera.
  • Plataformas que prestan un servicio específico y contratan a “colaboradores”, mediante contrato mercantil, mediante la figura TRADE, o combinando una proporción de plantilla fija con subcontrataciones de flotas y cesiones de ETTs. Priman en cinco actividades: transporte (Cabify, Uber, Ontruck); reparto de paquetería, mensajería y comida (Amazon Flex, Comprea, Deliveroo, Delsuper, Glovo, Just Eat, etc.); limpieza y otros servicios a domicilio (Clintu, Flycleaners, GetYourHero); cuidado de personas dependientes (Aiudo, Cuideo, Interdomicilio, Mlosoluciona); y guías turísticos y agencias de viajes (Feel The City Tours, Frikitrip, Leaf.com, Traventia).

La fuerza de trabajo (y particularmente la juvenil) se confirma como una mercancía cada vez más volátil y fácil de intercambiar, utilizar y desechar, configurando nuevos modos de trabajo y de vida para muchas generaciones. El modelo de organización de la fuerza de trabajo que representan las ETT y las subcontratas, así como su particular relación con el entramado jurídico y el propio espacio físico de las unidades productivas, las convierten, además, en elementos corrosivos para las estructuras organizativas políticas y sindicales de la clase obrera en el centro de trabajo. Por su parte, estas últimas realidades nombradas de las plataformas digitales, con formas de explotación más radicalizadas, suponen el súmmum de la atomización de las unidades productivas y la individualización de la relación laboral, sumergiendo a la juventud en pozos de precariedad e inestabilidad sin ningún asidero de organización clasista conocido en la historia reciente.

Dueños de nuestro tiempo; dueños de nuestras vidas

Todo ello conforma un modelo de conjunto, que determina y condiciona el resto de los aspectos de las condiciones de vida y la propia subjetividad de la juventud. No se trata solo del tiempo que dedicamos a trabajar, de la duración de los contratos —que de media en nuestro país es de 52 días— o de la parcialidad de los mismos; no se trata de la flexibilidad horaria o los turnos partidos. Es también el tiempo de transporte, el pluriempleo, trabajar temporadas durante jornadas extenuantes y pasar épocas sin trabajar; es la alternancia de formación y trabajo en pos de la hiperespecialización, la turnicidad y la elevadísima rotación de trabajos. Los jóvenes obreros vivimos en una rueda permanente en la que los ritmos de la producción capitalista condicionan por completo nuestras vidas, condenándonos a dedicar el ínfimo tiempo del que disponemos a buscar desesperadamente una salida rápida e inmediata, que nos acaba empujando a la individualización extrema.

Esta pauta de vida ultratemporal y ultraflexible atraviesa al conjunto de la juventud trabajadora y se define, como decíamos, por la sensación de incertidumbre y eventualidad constante ante la imposibilidad de conocer la duración del puesto de trabajo, de poder planificar un proyecto de vida por estar éste condicionado a los vaivenes laborales y académicos, etc… Una pauta de vida que agudiza la competitividad y fragmentación clasista a la que el capitalismo nos condena: nos vemos abocados a una senda de hiperespecialización en tareas y campos del saber muy concretos, con el objetivo de desmarcarnos y diferenciarnos de nuestros compañeros y compañeras, en pos de una supuesta estabilidad laboral hoy casi imposible de alcanzar.

Esta lógica de competitividad extrema refuerza y entronca, como decíamos, con el estado de desorganización y atomización de la clase. La segmentación y separación dificulta aún más la concepción de cada obrero como parte del mismo proceso dentro de una misma unidad productiva. Separación que a su vez colisiona con las formas legalmente cristalizadas de la representación legal de los trabajadores, dificultando o impidiendo muchas veces la participación en los órganos de representación unitaria a crecientes sectores de la plantilla: aquellos trabajadores afectados por la temporalidad —sea cual fuere el tipo de contrato—, aquellos que a pesar de ser parte de la actividad productiva de una empresa son contratados por otra, etc…

La división del trabajo y sus formas (brecha de género, escalas salariales, subcontratados y contratados por la empresa matriz, becarios, interinos y funcionariado…) generan falsos antagonismos, desplazando del centro del conflicto las relaciones capitalistas de producción. Dicha atomización, y las expresiones ideológicas derivadas de la propia interacción inmediata y la división social del trabajo, conectan y se refuerzan, asimismo, a través de la propaganda reaccionaria de quien encuentra en esta realidad un caldo de cultivo favorable a sus intereses: machismo, criminalización de la clase obrera migrante, etc… Nuestra unidad pasa por superar esta concepción fragmentaria e inmediata, en pro de reforzar la unidad de la clase obrera, la comprensión práctica por parte de cada compañero y compañera de trabajo de que junto al resto de sus compañeros y compañeras de trabajo conforman una clase social; y no sólo una clase social, sino aquella que unida no sólo es capaz de arrancar derechos a los capitalistas y sus gestores, sino transformar radicalmente la base social de su explotación.

Resignarse es dejarlos vencer

Consecuencia de todo lo anterior, la resignación es una de las configuraciones subjetivas de época más extendidas entre la juventud de nuestra clase. La pauta de vida del capitalismo contemporáneo es corrosiva para cualquier voluntad transformadora. La precariedad, el cansancio, la falta de tiempo y la fatiga mental y física refuerzan el pensamiento inmediatista antes descrito. Todo ello imbrica con el hecho de que cada vez son más generaciones las que no conocen otra realidad que la crisis, a la que hoy además se suman la reciente pandemia mundial y la guerra en Europa.

La atomización y división, reforzada por estos nuevos paradigmas, la erosión de las dinámicas y mecanismos de participación y combatividad de la clase en el centro de trabajo favorecen la resignación y la pérdida de toda esperanza en la posibilidad de mejora sustancial a través de la política burguesa, cada vez más distanciada y lejana de la realidad vital de la juventud trabajadora. Pero, a su vez, el hecho de que los jóvenes no encuentren tan fácilmente en sus lugares de trabajo espacios y estructuras de combate clasista refuerza que no se piense en canales de participación más allá de los parlamentarios burgueses, siendo este el punto de conexión de la resignación con el pragmatismo socialdemócrata y la lógica del mal menor.

En este escenario, resulta urgente generar y dirigir experiencias de combate; pensar y buscar las herramientas para recomponer esos espacios y canales, cuyas formas y estructuras deben pensarse desde el estudio de las transformaciones en la producción capitalista. Transformar la resignación en organización de clase apegada al núcleo de la producción capitalista; capaz de saltar por los aires las expresiones políticas e ideológicas de la fragmentación y la individualización del trabajo.

Retomemos nuestras herramientas: ¡transformemos la rabia en respuesta!

Ser prisioneros de la crisis, ser prisioneros del capitalismo, es serlo también de la secuencia permanente entre el propio tiempo de trabajo y el resto de nuestra vida. Romper esos barrotes pasa por comenzar a comprobar que es posible una forma de accionar político militante, que implique protesta, organización permanente y combate clasista. Transitar de nuevo los callejones sin salida de la socialdemocracia es perder un tiempo valiosísimo para recomponer el movimiento obrero y revolucionario en España. Hay que romper con las lógicas pactistas y reformistas, con quienes quieren mantenernos sumisos mientras nos desesperamos en una vida que para los trabajadores jóvenes no va más allá de la rueda permanente entre el trabajo, el transporte y el piso compartido. Hay que organizarse con nuestros compañeros y compañeras de trabajo, retomando y utilizando todas las herramientas a nuestro alcance, no renunciando a nada: hombro con hombro y clase contra clase.

Los CJC llamamos a la juventud trabajadora a transformar el malestar, la resignación y la rabia, en formas de respuesta; a dejar de ser prisioneros subsumidos en la cotidianidad, en la rutina asalariada y sus exigencias porque poco a poco comencemos a recorrer un camino militante, un camino de lucha que implique tomar las riendas de nuestro futuro. Volver a estructurar un tejido organizativo en los centros de trabajo, bajo el criterio de la unidad de clase, es la mejor garantía de resistencia, de recuperación de poder y de verdadera esperanza por un futuro distinto, un futuro mejor: uno en el que los trabajadores y las trabajadoras seamos colectivamente soberanos de nuestro tiempo y de nuestras vidas.