Como comentábamos en el editorial, no se puede comprender la realidad actual sin atender a la agudización de las contradicciones imperialistas y al estallido de la guerra en Ucrania. Desde hace más de un siglo, el tema de la guerra y la posición de los comunistas ante ella ha sido una cuestión de intenso debate. Se ha escrito mucho al respecto, y el movimiento comunista internacional tiene una rica experiencia sobre cómo posicionarse en una amplia variedad de conflictos que se han dado desde la Primera Guerra Mundial.
La guerra es la continuación de la política por otros medios. Es más, a día de hoy se generaliza lo que se llama la guerra híbrida, que abarca toda una serie de acciones de desestabilización interna del enemigo, por lo que la frontera entre la guerra y la política es cada vez más difusa. Y la política no es más que la expresión de los intereses de las clases sociales, en este caso, de la burguesía (control de mercados, rutas de transporte, materias primas, etc.). La misión de la clase dominante es ocultar los verdaderos intereses detrás de la guerra para que el pueblo defienda sus acciones, rebajando la lucha de clases y garantizando la unidad interna que la burguesía necesita para lanzarse a la ofensiva contra las burguesías vecinas. Por ello, la guerra siempre se vende como humanitaria o defensiva.
¿La intervención de una potencia capitalista en un Estado ajeno puede mejorar la vida de ese pueblo? Temporalmente, sí. En el momento en que todo se trata de un conflicto entre piratas por el reparto del botín, cambiar de esclavista puede, en algunos casos, mejorar las condiciones de vida. Un ejemplo de ello es la victoria del ejército sirio y ruso sobre el Estado Islámico en Siria estos últimos años. Sobre esa base se justifican las guerras «humanitarias» y se trata de generar la confusión sobre qué deberían hacer los comunistas ante la guerra, buscando siempre que se tome una posición subsidiaria a una de las burguesías en liza. Los argumentos siempre son los mismos: 1) bajo el paraguas de mi burguesía el pueblo viviría mejor; o 2) mi burguesía sí que cumple con el derecho internacional y sólo se está defendiendo.
En el fondo de este argumentario hay o bien un interés oscuro para congraciarse con un sector de la burguesía, o bien un profundo desconocimiento del imperialismo. En el campo de los primeros encontramos a toda la socialdemocracia, cumpliendo su papel histórico de traidores a la clase obrera. El mundo entero se está militarizando y avanzando peligrosamente por encima de un polvorín, y en este contexto nuestro Gobierno progresista decidió albergar la cumbre de la mayor organización terrorista del mundo, la OTAN. Tras la estela del Gobierno se sitúan todos aquellos que, sabiendo de los márgenes estrechos de posibilidad que permite la dictadura capitalista, deciden alinearse siempre con la OTAN, o al menos ponerse de perfil, para poder seguir comiendo de las migajas que les reparte el sistema.
En el campo de los segundos encontramos a los maniqueos que tratan los conflictos entre potencias como si fueran partidos de fútbol. Asumiendo ya de antemano la imposibilidad de que la clase obrera levante su alternativa, su visión del mundo se basa en elegir al imperialismo menos malo. Desde esta concepción del mundo, el imperialismo es una actitud agresiva endémica de algunas potencias. Se reduce, por lo tanto, el imperialismo a su aspecto militar, desvinculándolo de su base económica. No es que se niegue que la actitud agresiva parta de intereses económicos, obviamente, pero no se explica por qué otras potencias, que también tienen esos intereses, no tienen, supuestamente, esa actitud agresiva que se achaca a los países de la OTAN. Se daría a entender que potencias como Rusia o China tienen un apego innato por el derecho internacional y el pacifismo y que por lo tanto no están dispuestos a tomar lo que no controlan por medios que no sean respetables; por el contrario, los países de la OTAN serían potencias avariciosas sin respeto a la legalidad internacional. Así pues, el reforzamiento político y militar de potencias que hagan oposición a EEUU sería una buena noticia que garantizaría la paz. De esta manera, la invasión rusa de Ucrania se convierte en una gran noticia, puesto que refuerza el contrapeso a los EEUU y la UE y garantiza el bienestar de la población del Donbass. La lucha antiimperialista queda convertida solamente en una lucha antiyankee.
Y es que ponerse debajo de la bandera de una potencia imperialista con la que crees que se vivirá un poco mejor no es sólo renunciar a levantar un proyecto anticapitalista propio, también es lanzarse un tiro en el pie confiando en supuestos tigres vegetarianos. Porque cuando la potencia imperialista a la que se defiende se haya asentado, ¿cuál se cree que será su actitud con la clase obrera? O aún más allá, cuando Rusia y la OTAN se sienten para reconfigurar el tablero de Europa, ¿alguien piensa que entre las prioridades de alguna de las potencias en la mesa de negociación estará el bienestar de los ucranianos, los habitantes del Donbass o la desnazificación de algo? De lo único que se hablará es de reparto de mercados, rutas de transporte y distribución, control de materias primas, etc., y los muertos de cada bando sólo servirán para inclinar la balanza hacia un lado u otro de las burguesías del mundo.
Los comunistas nos enfrentamos a todas estas visiones recogiendo los análisis de Lenin sobre el imperialismo y bebiendo de todas las experiencias históricas de las que el movimiento comunista internacional ha formado parte. El imperialismo no es una política agresiva, es una fase del desarrollo en la que el mundo capitalista se encuentra inmerso desde hace más de un siglo. El imperialismo lleva a la guerra y la rapiña, pero no como actitud de uno u otro líder o de uno u otro país, sino que es el desarrollo natural producto de la concentración de capital y la competencia entre los principales monopolios del mundo.
No hay que confundir el supuesto respeto a la legalidad internacional de tal o cual país con una renuncia de este a acciones más agresivas. La legalidad internacional existe, formalmente, para defender al débil, aunque en la práctica sea papel mojado. Es obvio, por tanto, que los países que tienen más fuerza se salten continuamente esa legalidad con total impunidad, mientras que los más débiles tratan de aferrarse a ella para defenderse. Pero cuando las cosas se tornan, y ponemos los ojos en otras latitudes donde se intercambian los papeles, veremos cómo el que antes era débil y hacía constantes apelaciones al derecho internacional, ahora impone su voluntad por medio de la fuerza. No hay unos mejores que otros, simplemente hay correlaciones de fuerzas que van cambiando.
Obviamente, es preferible un mundo donde se respeten ciertos acuerdos internacionales que uno donde impere la ley de la selva, pero la historia ya nos ha enseñado suficientes veces que al imperialismo no se lo puede atar a la silla de la paz. Y también nos ha enseñado que el equilibrio militar entre potencias, lejos de garantizar un equilibrio pacífico, es el preludio de los principales desastres. Ya advirtió Lenin sobre la teoría de la multipolaridad cuando expuso que no puede haber equilibrio estable en el mundo imperialista porque el desarrollo desigual de la economía de las distintas potencias hace que continuamente las potencias emergentes llamen a las puertas de la guerra para ir reconfigurando los repartos en virtud de sus nuevas capacidades, mientras que las potencias decadentes se aferran a la fuerza para mantener el status quo que se habían ganado con su anterior predominio. El capitalismo es incapaz de mantener la paz, la paz duradera sólo puede nacer con el poder proletario.
Si la paz sólo la garantiza el poder de la clase obrera, a las falsas dicotomías hay que responderles con proyecto propio. ¿Con EEUU o con los talibanes? ¿Con Rusia o con Ucrania? La respuesta es, siempre: con la clase obrera y contra todo dominio capitalista. Al reformismo esto le parece poco práctico porque ha aceptado los márgenes de posibilidad que le impone el sistema, y en ese margen de posibilidad sólo
hay dos opciones. El cortoplacismo y el reformismo mantienen engrasadas las máquinas de la guerra. Es obvio que en estos momentos la posibilidad de que los soldados rusos y ucranianos giren sus fusiles contra sus Gobiernos y decidan construir un futuro socialista hermanados está muy lejos, pero la mejor forma de que este horizonte siga lejano es tirar arena en los ojos de la clase obrera apoyando a alguno de los dos lados del conflicto, generando odio en el contrario y rompiendo el internacionalismo proletario.
El internacionalismo proletario es un principio que nace de la unión de intereses de todos los obreros del mundo, considerados como una única clase. A nivel material, en una guerra o un conflicto entre países, si hay una sola clase ello implica que sólo hay una posición justa para los comunistas, y esta posición debe ser válida a uno y otro lado de la frontera. Si la posición que los comunistas defienden en un país no se puede defender en el país de al lado, es la señal inequívoca de que es una posición que rompe con el internacionalismo proletario. ¿Cómo se podría estar defendiendo el bombardeo ruso en Ucrania o Siria siendo un comunista ruso consecuente que tiene como misión derrocar a Putin?
En otro plano está la adaptación del análisis a las necesidades de la clase obrera de cada país. Esta adaptación táctica, que en ningún caso implica la negación del análisis principal, busca encontrar las mejores formas para llegar al objetivo propuesto en función de las características locales. Si lo que buscamos los comunistas del mundo es contraponer nuestro programa por la paz socialista a la propaganda de guerra del capitalismo, ¿se debe actuar igual allí donde la propaganda de la OTAN es hegemónica que en aquellos lugares donde lo es la propaganda de otras potencias? Obviamente que no; es por ello por lo que, debiendo tener todos los comunistas del mundo un mismo análisis y objetivo, la presión que deben ejercer en cada país depende del papel que desempeña la burguesía de ese país en el conflicto. La misión principal de los comunistas españoles es luchar contra la OTAN, las bases militares en nuestro país y nuestra intervención en la guerra. A pesar de que aceptamos y denunciamos la corresponsabilidad rusa en la guerra de Ucrania, nuestro papel principal no consiste en reforzar el discurso dominante, sino precisamente en resaltar lo que en España todos ocultan, a saber, la responsabilidad de la OTAN, de nuestro país y de nuestro Gobierno en la última guerra de Europa.