Narrar lo cotidiano no es fácil, pero Belén Gopegui (Madrid, 1963) lo hace con una sencillez extraordinaria. Existiríamos el mar es una historia de amor. Es también una historia de amigos, de dificultades, de angustias y de miedos. Una novela que encierra tantas vidas que duele. Duele porque es universal el dolor y es universal porque es humano. Muy humano. El lector sentirá como propios los pensamientos y las preocupaciones de Lena, Ramiro, Camelia, Jara y Hugo, haciendo suyos sentimientos como la fragilidad, el aislamiento o la deshumanización a la que están sometidos fruto del trabajo asalariado.
Lo individual y lo colectivo se confunden en Existiríamos el mar. El retrato individual alterna con planos más generales donde un piso compartido se convierte en un espacio de resistencia y solidaridad entre iguales. En el número veintiséis de la madrileña calle Martín de Vargas cenan, charlan y conviven nuestros protagonistas hasta que un día, de la noche a la mañana, Jara desaparece sin dejar ningún aviso. Dos cientos noventa euros sobre su cama, lo correspondiente a un mes de alquiler para no hacer la faena al resto de compañeros es lo único que queda. No tiene trabajo. Está en paro. Y esta situación que arrastra desde hace algún tiempo le produce una desalentadora inestabilidad emocional. Gopegui conoce bien el sustrato con el que trabaja (las relaciones personales, humanas) y a ratos nos hace creer que la novela que tenemos en las manos es un ensayo sociológico y no un libro de ficción.
El ritmo pausado, lo lírico del lenguaje y la naturalidad con la que aborda las situaciones cotidianas hacen de la novela una lectura imprescindible para cualquier tipo de público, familiarizado o no con la obra de la escritora madrileña. Es, sin lugar a dudas, una novela muy gopeguiana que dibuja una constante tensión entre el desánimo y la esperanza, entre la frustración y la confianza en las propias fuerzas. Habla de sindicatos, de militancia, de espacios en los que convergen hombres y mujeres muy diferentes pero atravesados todos por preocupaciones comunes como el no llegar a fin de mes o poder pagar el alquiler. Escrita durante la pandemia, Existiríamos el mar pertenece a ese nuevo género de narrativa que aborda los cambios sociales que hemos vivido en los últimos meses.
El motivo de la desaparición de Jara tendrá que descubrirlo el lector a través de un camino que está lleno de preguntas a sí mismo. Es, en definitiva, una novela que rebosa cercanía y desde el principio nos acoge con los brazos abiertos como el amigo que nos abre las puertas de su casa. Su lectura es un ejercicio de honestidad. Una reflexión urgente, pero pausada; colectiva, pero individual, elaborada al calor de la observación cotidiana y que nos llama a levantar la cabeza y mirar lejos frente a la incertidumbre.