En San Pedro de los Arcos, sobre la Calle Uría, hoy principal arteria comercial de Oviedo, un pequeño grupo de jóvenes comunistas protagonizó uno de los últimos episodios de resistencia durante la Revolución de Octubre del 34. En esta pequeña iglesia de estilo neorrománico contigua a un cementerio, el día 13 este grupo resistió heroicamente a los atroces ataques de la Legión. Todos ellos murieron en combate o fueron fusilados inmediatamente después en las tapias del cementerio. Entre este grupo de jóvenes se encontraba Aida Lafuente.
Son varias las versiones acerca de su muerte, pero la más extendida nos cuenta que Aida fue asesinada por el teniente Dimitri Ivan Ivanoff mientras defendía la posición con una ametralladora. Tras pasar horas junto a sus camaradas disparando contra los legionarios, lo único que quedó de esta joven de 19 años fueron sus “prendas agujereadas por las balas y tintas de sangre”, que fueron rescatadas por unos vecinos, lavadas y entregadas a su madre (Testimonio de Juan Ambou recogido en Historia General de Asturias, Paco Ignacio Taibo). Aida fue enterrada allí mismo, en una fosa común en la que sus restos pasaron a convivir con los de cientos de otros cadáveres.
Las crónicas de la época pronto comenzaron a ensalzar el heroísmo de Aida Lafuente. “De Aida, de su vida y de su muerte, habrá mucho que hablar. Hablaremos. Pero todavía no ha llegado la hora. No tengan prisa los reaccionarios. Han de oír muchas veces su nombre” Estas palabras le dedicaban desde el periódico La Tierra algunas semanas después del suceso. Hoy, más de 80 años después, seguimos recordándola.
Aida, también conocida como la Rosa Roja de Asturias, fue una heroína y un ejemplo para la lucha revolucionaria. Esta joven, al igual que muchas otras mujeres, desempeñó un papel fundamental en la lucha guerrillera asturiana. Educada en una numerosa familia de revolucionarios (entre sus hermanas y hermanos también encontramos figuras destacadas dentro del movimiento comunista asturiano), hija de Gustavo de la Fuente, uno de los fundadores del Partido Comunista en Oviedo, Aida emprendió su lucha hasta las últimas consecuencias. Desarrolló gran parte de su labor militante en la organización Socorro Rojo, disponiendo comedores y hospitales de campaña o recabando dinero para presos políticos y ejerciendo como enlace. Tal como, muy posiblemente, hacía aquel 13 de octubre del 34. De acuerdo con el relato más aceptado, Aida se dirigió a San Pedro de los Arcos con la intención de informar a sus compañeros de la inminente llegada de la Legión y allí empuñó las armas junto a ellos para defender la posición cuando ya todo estaba perdido.
En el anhelo de mantenerla con vida, Alberti clamó en su poema Libertaria Lafuente: “La quiero desenterrar”. Conservarla viva en la memoria, recordar su nombre, es imprescindible. Aida Lafuente, la Rosa Roja de Asturias, fue sinónimo de valor, decisión y entereza; ejemplo de una vitalidad juvenil cercenada por la barbarie. Aida, al igual que tantos otros, alzó la bandera de la libertad para hacer frente a un salvajismo inhumano que cada día nos humilla. “En la boca de su fusil podía estar el amanecer de los trabajadores del mundo” (La revolución fue así [Octubre rojo y negro]. Reportaje de Manuel D. Benavides). Aida escogió la vía de la lucha, eligió emprender una larga senda que hoy nosotros debemos continuar. La única manera justa de honrar su recuerdo es tomar su relevo y continuar el camino de todos aquellos que nos precedieron hasta el final, hasta conquistar el mundo que nos pertenece.