La creciente influencia de las ideas y conceptos de la derecha reaccionaria entre sectores de la izquierda y el movimiento comunista, así como la adopción consciente de estas consignas por parte de grupos dirigidos por oportunistas, son fenómenos que han adquirido una cierta relevancia en Italia.
Para comprender de qué hablamos, citemos tan sólo unos pocos ejemplos. No es raro hoy oír en televisión, acogidos mayormente en canales de derecha, a dirigentes “comunistas” o a filósofos pseudo-marxistas como Diego Fusaro lanzar consignas sobre la defensa de la patria y la reconquista de la soberanía nacional, como si Italia fuese una especie de colonia y no un país miembro del G7, la séptima potencia industrial del mundo y la segunda/tercera en la UE, con decenas de bases militares y misiones en el extranjero para defender los intereses de grandes monopolios italianos como ENI.
Las razones del deslizamiento hacia este particular y nuevo eclecticismo deben ser analizadas y comprendidas. En un contexto de creciente presión ideológica, la situación de debilidad de las organizaciones comunistas se convierte en un terreno fértil para la difusión de ideas procedentes del pensamiento burgués, y ello sucede hoy principalmente en aquellas formaciones que son más bien extrañas a la lucha de clases y están desconectadas de los sectores más combativos de la clase obrera.
Las razones por las que algunos grupos dirigidos por oportunistas en Italia han elegido adoptar estas posiciones yacen en el seno de los límites históricos de las experiencias comunistas que sucedieron a la disolución del PCI en 1991. En las últimas décadas el problema de reconstruir un partido comunista en Italia se ha visto a menudo limitado al intento de gestionar, primero, y reconstruir, después, la “base” del consenso electoral y de “opinión” del partido histórico. Las repercusiones de esta concepción del partido “de consenso”, que se encuentra en antítesis con la visión leninista del partido de lucha y vanguardia de la clase, continúan produciendo hoy consecuencias. Esto sucede también debido a la historia específica de nuestro país.
En Italia, los comunistas perdieron la representación parlamentaria en las elecciones de 2008, el año en el que la Izquierda Arcoíris, una coalición promovida por los dos partidos comunistas que existían entonces, se quedó en el 3% de los votos y no consiguió ningún diputado. Desde la derrota del Arcoíris, de la cual es consecuencia la creciente marginalidad de las formaciones comunistas en la política italiana, el debate sobre el oportunismo como causa de la derrota se ha vuelto popular entre la izquierda. Pero este debate ha quedado a menudo incompleto, no ha tratado realmente cuestiones de principio.
El argumento utilizado por los teóricos de esta nueva distorsión ecléctica es que sería la respuesta de los comunistas “de verdad” al oportunismo de la izquierda, que nos hizo perder el consenso de los trabajadores. El razonamiento es más o menos el siguiente: “hoy la gente vota a la derecha porque odia a la izquierda ‘chic radical’ y ‘globalista’, a la izquierda de los derechos civiles, de los inmigrantes; para volver a conseguir el consenso de los trabajadores que votan a la Liga, debemos distanciarnos todo lo posible de esa izquierda y resaltar la diferencia entre nosotros y ellos”. Una especie de “viraje a la derecha” que trata de imitar el “viraje a la izquierda” de partidos como la Liga de Salvini o de la Agrupación Nacional de Marine Le Pen, que llamaron durante años a la gente “decepcionada con la izquierda” al afirmar que hoy son ellos los que llevan en alto las banderas de los trabajadores y los valores de la izquierda “auténtica” del pasado. Esta visión es errónea por varias razones. La primera es que parte de una premisa falsa. Hoy una parte sustancial del proletariado no vota, ya sea por abstención o por estar excluida del voto (caso de los inmigrantes); la parte restante vota a la derecha, al Movimiento Cinco Estrellas (M5S) o al centro-izquierda, según los mecanismos de construcción de consenso que operan en los medios de comunicación y en la sociedad. La segunda es que atacar a la izquierda –más o menos radical– en estos términos no es de ninguna forma una crítica al oportunismo. Ninguna crítica al oportunismo puede tener como objeto la mera comunicación; esto es, lo que necesita decirse para tener un mayor consenso. Si quieres analizar el oportunismo debes ir a la sustancia (la naturaleza de clase de un partido, su estrategia, etc.).
La crítica marxista a la izquierda oportunista, que tiene como objetivo la aceptación política del capitalismo y su transformación en una fuerza disponible para la gestión y administración de los asuntos de los capitalistas, es reemplazada por Fusaro y compañía por la crítica de la izquierda “fucsia” o la izquierda “liberal”; toda crítica es llevada a un nivel moral y de valor que no rompe el esquema de las posiciones existentes en el terreno de las fuerzas políticas burguesas. Simplemente se mueven en ese terreno adoptando otra posición, critican a la izquierda burguesa convirtiéndose en derecha.
La crítica al centro-izquierda que instrumentaliza los derechos civiles para cubrir sus políticas antipopulares y para autorretratarse como fuerza progresista (es el caso, por ejemplo, del Gobierno Renzi, que concedió las uniones civiles mientras votaba una “Ley de Empleos” contra los trabajadores, o de Tsipras en Grecia, que hizo lo mismo mientras aplicaba el memorándum antipopular del BCE) es sustituida por la invención de un contraste artificial entre derechos “civiles” y “sociales”, desechando los primeros con el argumento de que “no interesan a los trabajadores”.
El ataque a las posiciones que limitan la inmigración a una cuestión humanitaria vinculada a la recepción, negando las responsabilidades de las políticas imperialistas y los grandes monopolios, es distorsionado y cambiado a eslóganes contra la inmigración, utilizando impropiamente el concepto de “ejército industrial de reserva” con el que Marx señalaba a la masa de desempleados que produce una competencia a la baja de los salarios.
Esta noción es usada por los oportunistas que definen a los inmigrantes como ejército de reserva al servicio de los capitalistas para atacar los derechos de los trabajadores italianos, aceptando la retórica derechista sobre los inmigrantes que “nos roban el trabajo”. Sobre cuestiones de género y LGBT, la detallada crítica marxista a las filosofías idealistas y posmodernas desaparece y es reemplazada por delirios sobre la “ideología de género”, buscando deliberadamente el argot usado por los sectores reaccionarios y eclesiásticos.
La imprevisibilidad de la política nacional contribuye a aumentar la presión sobre el movimiento comunista. Desde hace unos años, se han hecho intentos en Italia de organizar un polo “soberanista” distinto de la centro-derecha, transversalmente a los partidos y a los alineamientos a izquierda y derecha. Con una retórica que niega cualquier relevancia a la dialéctica histórica entre progreso y reacción, entre emancipación y opresión, afirmando que el único conflicto hoy es el que hay entre la élite y el “pueblo”, teniendo esto último un sentido abiertamente interclasista y, sobre todo, con el apoyo abierto a los sectores dirigentes del capitalismo italiano, al ser “nacional”.
Hace años hubo pequeños grupos políticos que, refiriéndose a personajes como el ruso Alexandr Dugin, ideólogo del “eurasianismo”, teorizaban abiertamente el sincretismo entre el “marxismo” y la ideología reaccionaria y parafascista. Su existencia y su viraje a la izquierda fueron también una reacción al eclecticismo “de izquierda” de Rifondazione y similares. Estas formaciones desaparecieron en poco tiempo, dado que su excesivo llamamiento al imaginario nacionalista y de extrema derecha los hacía inadecuados tanto para “virar” realmente a la izquierda como para sustituir a los partidos nacionalistas ya existentes (en los que, de hecho, acabaron muchos de aquellos militantes).
Las operaciones de hoy tienen una carga ideológica mucho menos marcada, pero la visión estratégica sobre la lucha de clases es de hecho la misma: la llamada a la defensa del capitalismo italiano. Precisamente por esta razón son mucho más perniciosas. Hoy sigue creciendo el número de periódicos, blogs y proyectos editoriales que promueven, de formas y modalidades mucho más insidiosas, y también dirigiéndose a una audiencia “de izquierda”, consignas típicas de la derecha reaccionaria y el “soberanismo” burgués o pequeñoburgués, a menudo con importantes puntos de contacto con teorías de la conspiración (Big Pharma, señoreaje bancario, antivacunas, etc.). Los sectores que intentan esta operación tratan de “reclutar” figuras de la izquierda para demostrar que el soberanismo no es una idea “de derechas”, sino una elección de “sentido común”.
Otro factor de presión es el contexto internacional que ve el surgimiento de nuevas potencias capitalistas que compiten hoy por la hegemonía con los EE.UU. y sus países aliados. En 2019, la agencia de noticias Sputnik, propiedad del Gobierno ruso, informó, en un tono notable de celebración, de una escisión en un pequeño partido sueco de un grupo de poco más de una docena de personas concentradas en una sola ciudad con el siguiente titular: “Los comunistas suecos crean un nuevo partido sin multiculturalismo, LGBT ni Greta” (Thunberg, N. del A.). Aquel artículo fue el más leído en Sputnik Italia durante toda la semana en la que se publicó. En la competencia interimperialista, en el terreno político, también ocurren intentos de influir en la política de otros países, y es evidente que hoy el movimiento comunista, también debido a su debilidad estructural, es el blanco de operaciones que aspiran a modificar su posicionamiento.
La influencia efectiva de estas tendencias sobre el movimiento clasista y obrero es extremadamente limitada. Ninguna de las movilizaciones y protestas obreras en el centro de trabajo de los últimos meses está ligada, de forma directa o indirecta, a sectores “comunistas” que hayan abrazado esta nueva forma de eclecticismo “de derecha”. Se puede observar, de hecho, que esta es precisamente la consecuencia de la ausencia de la radicación efectiva en el centro de trabajo y de experiencias concretas de lucha en ese terreno. Muchos de los sectores obreros que han mostrado una particular combatividad en los últimos años (como los de la logística) muestran un alto porcentaje de trabajadores inmigrantes. Bastaría con estar presente mínimamente en esas luchas para darse cuenta de que es el racismo, y no la inmigración, el que puede usarse como herramienta para dividir a los trabajadores y, sobre todo, darse cuenta de que allí donde la unidad y la solidaridad obrera se desarrollan, en los momentos en los que luchamos codo con codo, la controversia contra el “multiculturalismo” y el “ejército industrial de reserva” construida para seguir la propaganda de la derecha no tiene realmente cabida.
Otra cosa distinta es, sin embargo, la influencia más general que puedan ejercer las concepciones nacionalistas sobre los sectores de la clase movilizados. Y es precisamente en estos casos cuando se manifiesta cómo de dañinos pueden ser los sectores de la “soberanía de izquierda” disfrazados de comunistas, aunque sólo sea de manera potencial, al apoyar y señalar a los trabajadores precisamente aquellas posiciones que por contra se deberían denunciar y desenmascarar.
Un caso emblemático es la lucha de los trabajadores del transporte aéreo y la aerolínea Alitalia, en la que vemos la intervención de sindicalistas vinculados a organizaciones soberanistas (de derecha) que intentan inclinar esa lucha hacia una dirección completamente nacionalista, como una lucha del “pueblo italiano” contra la adquisición de la aerolínea nacional (la “compagnia di bandiera” en italiano) por parte de una corporación extranjera. Esa misma posición es ahora apoyada por varios sectores “comunistas” que orbitan en la esfera del soberanismo de izquierda, y consiste en una tendencia establecida de identificar como enemigo sólo al capital extranjero, a las “multinacionales” culpables de aplastar el “made in Italy”.
Una posición peligrosa que aspira a desarmar a los trabajadores justo cuando debemos responder con la lucha frente a las sirenas de la “unidad nacional” que llaman a los trabajadores a la “paz social”, que permiten a los empresarios italianos aplicar sus planes de gestión de la crisis sin contratiempos. Planes cuyo precio a pagar son miles de despidos y un ataque a los derechos laborales. Igual de importante, sino más, es la lucha de 142 trabajadores despedidos en una empresa, Treofan, que vio la intervención sistemática de Gianluigi Paragone – antiguo diputado del M5S y recientemente fundador del pequeño partido soberanista Italexit– en la manifestación obrera, señalando como únicos enemigos a la multinacional india dueña de la empresa y a las políticas italianas de “dejar a los empresarios extranjeros venir a Italia a hacerse con nuestra industria nacional”. De nuevo, intervienen en un contexto de lucha de clases para desviarla hacia el nacionalismo, como si el problema fuese el capitalismo de otro país y no el propio capitalismo.
Por último, no es una coincidencia que el principal sector social en el que abren brecha las teorías sobre la oposición entre el pueblo italiano y las élites globalistas –que ya son de hecho la negación de la lucha de clases en tanto que eximen a los capitalistas italianos de sus responsabilidades (o, como máximo, tildan a algunos de ellos de “traidores” por haberse vendido al capitalismo extranjero)– son precisamente las clases medias, la pequeña y mediana burguesía, a la que pertenece la mayoría de miembros de esas formaciones políticas. El intento de estos sectores sociales de presentar como lucha “del pueblo italiano” su propia lucha por la supervivencia en la competencia de mercado frente al gran capital y por pedir ayuda, socorro y subsidios al Estado para apoyarlos, es como poco tan viejo como la retórica de Italia como “nación oprimida” utilizada para justificar y construir el consenso sobre las ambiciones imperialistas del capital italiano.
Respecto a estos sectores, que en tiempos de crisis muestran cierto protagonismo y, sobre todo, la capacidad de imponer sus reivindicaciones como cuestiones centrales del debate nacional, es de verdad necesario mantener la claridad. Como comunistas, sabemos bien que la construcción de un amplio frente de clase en torno a la clase obrera y los trabajadores asalariados, que también incluya a pequeños comerciantes, artesanos y sectores similares en lucha con los grandes monopolios, es una tarea estratégica y revolucionaria.
Al mismo tiempo, debe quedar claro que llamar a la unidad de la nación e invocar una “alianza social” entre los trabajadores y la pequeña burguesía en una fase en la que la pequeña burguesía está organizada y los trabajadores desorganizados tendrá como resultado arrastrar a los sectores más atrasados del proletariado a la estela de los movimientos reaccionarios de la pequeña burguesía. Y es precisamente esto, más allá de las tendencias personales de los dirigentes individuales que tomen esta senda también por su propio beneficio, el auténtico punto de llegada del eclecticismo soberanista disfrazado de “comunismo”: desarmar y hacer inofensiva la lucha de clases de los trabajadores, desviarla hacia los callejones sin salida del nacionalismo y la paz social cuando se necesita volver las armas contra un enemigo que no está tras las fronteras, sino en primer lugar y principalmente en nuestra propia casa. Sólo en el campo de entrenamiento de la lucha de clases puede uno desarrollar “anticuerpos” frente al veneno del nacionalismo. Incluso cuando esté teñido de rojo.