Encierros, huelgas, pasaclases y pancartas vuelven a agitar universidades e institutos. Tras el cierre del ciclo político y social que ha consagrado a la nueva socialdemocracia como la muleta izquierda de la gerencia del Estado, un nuevo ciclo de movilización estudiantil parece desperezarse al calor de la incapacidad del proyecto socialdemócrata de dar respuesta y salida política al malestar general que atraviesa a la sociedad capitalista. En esta antesala de un nuevo ciclo político, las distintas clases, grupos y organizaciones hacen revista a sus fuerzas y dirimen las características políticas y organizativas que conformarán su programa durante los próximos años. Y en los centros de estudio, una nueva generación de estudiantes se enfrenta al problema de dar forma y dirección a su compromiso militante. Es en este momento que conviene repasar la historia reciente del movimiento estudiantil para situar, a la luz de la experiencia, los desafíos que afronta el estudiantado militante si aspira a impedir la fragmentación organizativa y la subordinación política a la socialdemocracia que caracterizaron la derrota del ciclo anterior. Si aspira, en definitiva, a transitar un camino independiente que asegure y asiente el avance de posiciones del comunismo.
El inicio del anterior ciclo de lucha estudiantil vino provocado por la aprobación del plan Bolonia en el año 2007. Este plan suponía una total reorganización del sistema universitario que buscaba acomodarlo a las demandas del mercado comunitario europeo y el estudiantado contestó con asambleas multitudinarias en facultades de todo el país en un contexto de profunda crisis política y económica. Este movimiento estudiantil se caracterizaba por su carácter masivo y su falta de cohesión organizativa, política e ideológica. Las asambleas tendían a movilizar a amplios grupos del estudiantado, pero su coordinación, cada una centrada en una facultad, era difícil y toda acción solía verse atravesada por fuertes contradicciones y conflictos ideológicos. El eclecticismo imperante tendía a impedir la elaboración de planes y programas a medio o largo plazo y la actividad política de buena parte de las asociaciones y asambleas quedaba reducida al rechazo y reacción frente al plan Bolonia, primero, y los recortes presupuestarios, después. El movimiento estudiantil se encontraba completamente dominado por la reacción espontánea frente a las distintas violencias del capital.
El momento de reflujo que sigue a todo estallido movilizador fue testigo de la conversión de las asambleas en asociaciones en las que quedó organizado el estudiantado más involucrado en las protestas. En ocasiones, como resultado de una decisión política consciente, en otras, producto del vaciamiento de facto de los espacios asamblearios. Durante los primeros años del gobierno liberal-conservador del Partido Popular, el clima social de alta combatividad favoreció la creación de un amplio tejido cultural y asociativo en torno a estas organizaciones, que supieron cómo mantener un entorno político en el que se formaba a nuevas generaciones militantes al calor de la experiencia práctica del movimiento estudiantil. Pero estos éxitos contrastaban con las derrotas sufridas ante las sucesivas reformas y recortes educativos. La persistencia de la descoordinación que había caracterizado las movilizaciones contra el plan Bolonia y la carencia de una unidad política y organizativa a nivel de todo el Estado impedían que la implantación de base del movimiento estudiantil se tradujese en el aumento de sus capacidades de movilización política independiente más allá del ámbito estrictamente local. Las movilizaciones regionales y estatales solían quedar a discreción de las organizaciones de la vieja y nueva socialdemocracia, quienes utilizaban al movimiento de masas como método de presión y promoción política puntual para el fortalecimiento de sus posiciones en el ámbito parlamentario.
La impotencia del movimiento estudiantil poseía, así, una dimensión organizativa: la fragmentación en pequeñas asociaciones le impedía elaborar y ejecutar un programa unitario a nivel de todo el Estado, ámbito administrativo en el que se concreta la dominación política del Capital. Pero contaba, ante todo, con una dimensión político-ideológica. La hegemonía de las posiciones de la nueva socialdemocracia constreñía su horizonte estratégico al de un movimiento separado políticamente del resto de expresiones de la lucha de clases que actuaba como espacio de presión parlamentaria desde la “calle”; es decir, de promoción de la política reformista. Sin embargo, esta línea programática no necesitaba, necesariamente, del beneplácito del movimiento estudiantil organizado, entre el que, a pesar de la importante influencia socialdemócrata, solía ser popular el maximalismo político. Se imponía, independientemente de este, por la fuerza de convocatoria que la hegemonía en la vida pública y mediática otorgaba a las organizaciones reformistas. La debilidad organizativa y el abandono, por parte del conjunto de la comunidad educativa, de las formas de lucha probadas por el movimiento obrero revolucionario aseguraban la subordinación política y el seguidismo ideológico del movimiento estudiantil al programa socialdemócrata.
En este contexto, daba igual la inteligencia y esfuerzo con los que se difundiesen las posiciones del comunismo científico. Mientras estas quedasen limitadas al ámbito de una pequeña asociación de centro, la agenda política que regiría la vida pública estaría dominada por la estrategia de la socialdemocracia. La propia independencia ideológica no era suficiente, esta debía concretarse en una expresión organizada de masas que articulase al estudiantado como una fuerza política y social independiente y estableciese, desde sus propios principios organizativos, las bases para el triunfo del campo revolucionario. Debía concretarse, en definitiva, en una estructura que asegurase la fusión del comunismo científico con las masas a través de su propia experiencia práctica, que asegurase la organización sistemática de toda lucha económica bajo coordenadas revolucionarias.
Es en este sentido que, en el año 2012, en la I Conferencia de Movimiento Estudiantil, los CJC definieron la propuesta estratégica fundamental que la Juventud Comunista realizaba al estudiantado militante: la formación de un sindicato estudiantil estatal organizativamente independiente, formado por la asociación del estudiantado en cada centro de estudios, regido democráticamente desde la base, unido en su programa y acción política y que reconociese la necesaria centralidad del movimiento obrero para toda transformación social emancipatoria. La intervención comunista y las reflexiones y experiencia de más de 8 años de lucha estudiantil de numerosas asociaciones y militantes culminaron en el proceso de creación del Frente de Estudiantes, organización que buscaba ser una síntesis superadora de las distintas experiencias organizativas del estudiantado y condensar, en su acción política, el potencial emancipatorio de las distintas formas de lucha del movimiento estudiantil.
Superando el paradigma de coordinadoras, asambleas y asociaciones, el sindicato dota de unidad y permanencia al movimiento estudiantil a la vez que asegura su carácter de masas y la ampliación de sus fronteras en momentos de auge de la movilización. Por un lado, la sección sindical asegura la participación de toda la militancia en condiciones de igualdad a la vez que la integra en la estructura de acción política, análisis y participación estatal, garantizando la continuidad militante del estudiantado más comprometido y su organización en el seno de los centros educativos. Por otro, la organización de asambleas permite el debate y la decisión amplia del conjunto del estudiantado, articulando el espacio clave de su educación política. Pero buscando impulsar y ampliar estas asambleas, el sindicato, sin rendir su independencia y su experiencia política y organizativa acumulada, las destierra como estructuras permanentes con la consciencia de que la existencia de estas depende del avance y retroceso del movimiento espontáneo y que sin dirección se convierten en espacios de reproducción del sentido común imperante; esto es, de la ideología de la clase dominante.
El sindicato estudiantil estatal organiza y disciplina, de esta forma, las distintas expresiones de lucha y organización del estudiantado bajo una dirección política unitaria producto del análisis, debate y decisión colectiva del conjunto del estudiantado organizado. Pero esto solo no es suficiente para asegurar el triunfo del campo del comunismo en el seno del movimiento estudiantil. Para esto es necesaria la intervención consciente e independiente de la Juventud Comunista que, separada de la inercia, exigencias y limitaciones propias de la actividad sindical, es capaz de analizar el conjunto de expresiones de la vida social y trazar planes específicos de intervención política para el avance político, ideológico y organizativo de las posiciones revolucionarias entre todos los grupos y clases oprimidos por el Capital. Que es capaz, en este sentido, de actuar como intelectual colectivo y tribuno popular organizando y dirigiendo todo conflicto económico-espontáneo bajo las coordenadas de su táctica-plan; es decir, bajo el objetivo político de educar al estudiantado y la clase obrera en general en el carácter de la lucha de clases, su ejercicio y dirección y los principios, objetivos, tareas y práctica del proletariado revolucionario.
Que es capaz, en definitiva, de observar las distintas expresiones organizativas del estudiantado (asamblea, movimiento, asociación, coordinadora, sindicato, Partido), como momentos diferenciados de su desarrollo político, cada cual con un papel distinto en la educación política revolucionaria. Espacios en los cuales, por lo tanto, la conquista de la hegemonía comunista no consiste siempre y necesariamente en la aceptación del programa revolucionario, sino que se expresa en la asunción como propia por parte de cada grupo de estudiantes concreto de aquellos principios político-organizativos que constituyen avances en su educación política; aspecto dependiente del momento de desarrollo específico de la lucha de clases. La confusión y mezcla de estos distintos momentos y, en consecuencia, de las tareas políticas del Partido y la Juventud Comunista constituyen errores que, a la larga, redundan en la desarticulación organizativa del movimiento estudiantil, el eclecticismo ideológico entre las organizaciones de vanguardia, el maximalismo político y el divorcio con las masas o la corporativización e integración de militantes y asociaciones en los movimientos y estructuras de la socialdemocracia.
Ocho años después del Congreso de Unidad Estudiantil que dio lugar al Frente de Estudiantes todas estas reflexiones siguen vigentes. Hoy, como entonces, la defensa del Partido de Nuevo Tipo como centro político-ideológico de la revolución, como herramienta probada para la organización y ejecución de las tareas políticas del campo del comunismo, y la reivindicación del Sindicato Estudiantil Estatal como propuesta estratégica que articula las mediaciones organizativas posibilitantes de la fusión práctica del comunismo científico con las masas constituyen los principios políticos de una propuesta consecuentemente revolucionaria. De una propuesta que, partiendo de las condiciones actuales de la lucha de clases, es capaz de poner en relación espontaneidad y consciencia, dotando de dirección política revolucionaria a todas las confrontaciones que atraviesan la dominación capitalista. Que pone lo político-ideológico al mando a la vez que hace protagonista al estudiantado mismo del proceso de aprendizaje y desarrollo político de su movimiento. Y que sitúa al movimiento estudiantil en conexión directa con el movimiento obrero, fundamento político y social del comunismo.
Tras el retroceso organizativo provocado por el triunfo del gobierno de coalición socialdemócrata y la paralización de la vida estudiantil durante la pandemia, sólo el Frente de Estudiantes ha mantenido una estructura estudiantil organizada a nivel del conjunto del Estado. Esto ha posibilitado, en algunos casos con mayor éxito, en otros con más dificultades, la transmisión de la experiencia militante de la generación que formó el sindicato durante el pasado ciclo. Y ha asegurado, en numerosos centros a lo largo de todo el país, la pervivencia de núcleos organizados unidos por un único programa y herederos de los análisis y estudios realizados por toda una generación militante sobre el carácter y las condiciones del sistema educativo en España, su relación con la dominación capitalista y la integración económico-política del Estado en la Unión Europea y los errores y aciertos políticos y organizativos del estudiantado militante. Ahora, con estos leves vientos de cambio, es tarea de una nueva generación de estudiantes y militantes comunistas recoger el testigo, analizar los aciertos y errores de sus antecesores y poner las bases para que el movimiento estudiantil contemporáneo rompa con las limitaciones del pasado y transite un camino revolucionario. Para que ante cada ataque a los hijos e hijas del pueblo trabajador y a la clase obrera en general el enemigo de clase y su Estado encuentre al movimiento estudiantil y educativo no con las manos abiertas, sino con los puños cerrados.