En el año de su centenario, resulta imprescindible regresar a la figura tan fundamental para el cine de Luis García Berlanga, quien, en las décadas de los 50 y 60 en concreto, protagonizó junto a compañeros de profesión como Juan A. Bardem o Luis Buñuel una disidencia crítica y antifranquista que supuso una vital ruptura con el cine que venía haciéndose desde el comienzo de la dictadura.
Con la capacidad de observar, a través de la lupa del humor y el esperpento, los conflictos inherentes a la realidad del país a lo largo de décadas, Berlanga nos ha legado toda una radiografía que conecta estrechamente la crítica a determinados aspectos del mundo de la creación audiovisual, entre los que se destaca el cine de géneros, con esa cara menos complaciente de la sociedad. No obstante, el período que abarcan esos años 50 y 60 goza de una importancia esencial en la carrera del autor por suponer, en primer lugar, sus inicios como director junto a Bardem y, en segundo, por su notable viraje hacia un humor más negro y pesimista en su unión con el guionista Rafael Azcona.
La fundación de la primera Escuela Oficial de Cine, el IIEC, es probablemente uno de los factores decisivos, junto con la notable influencia del neorrealismo italiano, del surgimiento de esa disidencia crítica que fue mudando su forma y esquivando o encontrándose de frente con la censura hasta el final de la dictadura. Ejerciendo como reducto antifranquista gracias a profesores como Carlos Serrano de Osma o Antonio del Amo, este último reconocido cineasta comunista durante la Guerra Nacional-Revolucionaria, sirvió como caldo de cultivo para que personalidades como Berlanga y Bardem iniciaran su andadura conjunta en la industria cinematográfica con Esa pareja feliz (1953), que reflejaba la problemática del acceso a la vivienda para la juventud, recurrente tema de denuncia en otras obras coetáneas como El inquilino (1957) de José Antonio Nieves Conde, o La vida por delante (1958) de Fernando Fernán Gómez.
El tándem entre ambos cineastas volvería a la carga con Bienvenido, Mr. Marshall (1953), de dirección exclusiva de Berlanga pero guión conjunto. Sin embargo la bifurcación hacia la que cada autor quería encaminar su producción cinematográfica, manteniéndose en esa línea crítica con el régimen, era patente. Bardem, con fuertes influencias de autores como Antonioni o Fellini, viraba más hacia un realismo social y dramático, que acentuaba las cuestiones concernientes a la moral, apuntando hacia la hipocresía de la burguesía de la época y el conflicto moral en obras como Muerte de un ciclista (1955) y Calle Mayor (1956).
Berlanga sigue una línea, en esta primera etapa, marcada por un humor que retrata con ternura los marcos en los que se inscribe, ciertamente amable, de un ya marcado protagonismo coral que traslada el género del sainete popular a entornos ruralizados. Un camino de marcado carácter costumbrista y de crítica guiada por el esperpento y la sátira que queda patente en sus obras de entonces: la ya citada Bienvenido, Mr. Marshall, Novio a la vista (1954), Calabuch (1956) y Los jueves, milagro (1957); esta última es al cine de género religioso lo que Bienvenido, Mr. Marshall al cine folklórico: una caricatura paródica que le implicó en diversas problemáticas con la censura. Estas trajeron consigo un significativo proceso de desgaste y frustración en el autor que tendría consecuencias en su obra inmediatamente posterior, produciéndose el salto de ese humor benévolo a la comedia en unas claves mucho más pesimistas.
España en los 60 se caracteriza, entre otros aspectos, por convertirse progresivamente en una sociedad instalada en la cultura del consumo masivo y el disfrute del ocio, siguiendo la misma línea que Europa. En relación con el cine y la censura cinematográfica, el aspecto más destacable será la promulgación del Código de censura que promovía que cada director conociese qué se considera censurable y qué no, haciendo públicos los criterios que se establecían sobre películas y guiones cinematográficos. La implantación de este código no significaba que la censura dejase de existir, pero se empezaron a dar los primeros pasos hacia un cine libre de censura. En el caso de Berlanga, consiguió esquivar en numerosas ocasiones la censura franquista gracias a un uso muy ingenioso del cine como herramienta social. En este periodo su cine será aún más ácido e irónico, a la vez que superficialmente más alegre y cómico.
Ejemplo de ello es Plácido (1961), una inteligente parodia sobre la campaña navideña que el régimen franquista había organizado ese año, que ejemplifica, especialmente, la incomunicación humana. Esta fue una de las muchas colaboraciones entre Berlanga y Azcona, de cuyo tándem surgieron varias obras cargadas de sátira social y humor ácido. Gracias a la capacidad de ambos para representar con sutileza ciertas ideas implícitas, se pudo proyectar el film en toda su integridad, y se transformó en una obra ejemplar contra la sociedad del régimen franquista.
El verdugo (1963), pese a una serie de recortes, también logró desafiar la censura y aprobarse; incluso se presentó en el Festival de Cine de Venecia. Con el fin de reflejar los principales problemas comunes en la España de la época, se plasma un claro alegato contra la pena de muerte, además de la continua lucha del hombre en la sociedad. A Franco se le proyectó en un pase en el propio Palacio de El Pardo, y pronunció el siguiente comentario: ya sé que Berlanga no es un comunista; es algo peor, es un mal español. Berlanga no volvió a dirigir una película hasta 1967.