Camaradas:
En primer lugar nos gustaría agradecer la invitación a una delegación de los CJC a vuestro Congreso Extraordinario: un momento que sabemos crucial en la vida de vuestra organización, al que os emplazáis con voluntad de clarificación político ideológica y definición de un camino estratégico. Saludamos el Congreso desde la camaradería y la cercanía de dos organizaciones que, pese a sus diferencias, hace ya algunos años que entendieron, entendimos, que el estado de debilidad político – organizativa de las fuerzas motrices de la revolución en nuestro país convertía en negligente la evasión de la coordinación en el accionar político de aquellos y aquellas jóvenes comunistas que, organizados en los espacios de vida y trabajo de la juventud, compartían una voluntad transformadora y revolucionaria. Una coordinación que superaba la mera formalidad, pues de principio estaba fundada no en la suma artificial de siglas sino en la mirada realista a la lucha de clases; y, como parte de una misma coyuntura política, al desarrollo organizativo de nuestras propias fuerzas. Allí donde convivimos, allí donde nos encontramos, y con el objetivo fundamental de impulsar y de reforzar el movimiento de masas, trabajamos en la articulación de una política coordinada como vía para articular la movilización juvenil; y hacerlo además en clave de superación de la mera resistencia en lucha general y consciente de los sectores juveniles de la clase.
Compartimos una realidad complicada para ser comunistas, pues lo cierto es que hoy, pensar posible la revolución es más difícil que nunca antes, porque la organización y vitalidad de sus fuerzas ha sido debilitada, tras décadas de claudicación en nuestro país del único proyecto que podía hacerla posible. Subrayar lo fundamental del comunismo, o lo que es lo mismo, hacer por demostrarlo cierto, vivificarlo y hacer que se piense y comprenda a partir de las premisas de nuestro presente, se vuelve un imperativo. Y solo desde las premisas de nuestro presente, a partir de una mirada no apriorística a la realidad de la lucha de clases, seremos capaces de concluir y desarrollar —quienes hoy mantenemos en alto la voluntad revolucionaria de efectivamente organizar hoy, no mañana ni pasado, sino hoy, la revolución en nuestro país— la respuesta a la histórica pregunta de nuestra tradición: ¿qué hacer?
Qué hacer para que el comunismo sea la idea que gobierne el movimiento de masas, qué hacer para que el comunismo sea pensable por la clase como una realidad deseable y posible, qué hacer y cómo organizar a la clase para que el comunismo se aprenda en su práctica, en su ejercicio, a través del papel de tribunos populares de cada uno de los que somos comunistas hoy, qué hacer hoy y cómo hacerlo para superar los vaivenes del movimiento de masas y desplegar una política independiente que nos permita estar en disposición de poner en jaque al poder burgués. Sobre todas estas cosas nos interrogamos nosotros también, y tratamos de resolverlas en la estrategia y táctica de nuestro partido y su verificación en la lucha de clases.
En el último ciclo revolucionario, en el periodo de creación de los partidos comunistas, fue el bolchevismo quien comprendió la médula espinal del marxismo; y por tanto quien mejor pudo entender los caracteres de la entrada del capitalismo en su fase monopolista. Quien mejor comprendió el grado de extensión de las relaciones capitalistas de producción y su expresión en la lucha de clases. Lenin entendió que el fin de la época progresiva de la burguesía coincidía con la aparición de los monopolios, base fundamental de la fase imperialista del capitalismo, y que implicaba la dirección y hegemonía de la gran industria y el capital financiero. Las superganancias imperialistas generaron una capa de obreros aburguesados; y así la forma doctrinal del pensamiento burgués inmediato, fetichizado, se asentó socialmente. El dominio de la burguesía se encontraba más enraizado y afianzado sobre y en el seno del movimiento obrero: el poder burgués contaba con mayores reservas políticas y organizativas en la vida social. La cooptación, junto la intelectualidad y la pequeña burguesía, de las cúpulas de sindicatos y partidos socialdemócratas plegaba y limitaba la política comunista a la inmediatez capitalista.
Por eso era imperativo el deslinde: político, organizativo e ideológico. Por eso era necesario poner el acento en que la acción del partido de la clase obrera debía regirse por el más estricto criterio de independencia proletaria (es decir, por el comunismo científico). Pero el contenido de esa necesidad de escisión era la comprensión del nexo entre espontaneidad y conciencia, de la dialéctica de la revolución, su temporalidad y la estrategia revolucionaria para nuestra época. Una época en la que el recorrido de la espontaneidad es menor pues, habiendo madurado las condiciones para la transformación revolucionaria y dando el capitalismo constantes señales de ello, la burguesía, que opera positivamente para la conservación y la defensa de la estructura capitalista, ha afianzado y complejizado su dominio. Esto implica y explica el hecho de que crisis capitalistas cada vez más profundas y recurrentes puedan no tener repercusiones inmediatas en el campo del movimiento de masas —más aún en una coyuntura de triunfo temporal de la contrarrevolución— en tanto el aparato estatal, voluntad de clase centralizada y garante del discurrir de la sociedad burguesa, es tremendamente resistente.
Y aún así, lo cierto es que la socialdemocracia hoy no es ni si quiera lo que fue cuando los comunistas tuvimos que provocar una escisión general en el movimiento obrero revolucionario, allá por inicios del XX. Al igual que entonces, votan créditos de guerra, sí. Pero años de integración en los aparatos del Estado de los sectores privilegiados de la clase obrera y de la pequeña burguesía, años de pacto de clases en favor del Estado del Bienestar y sobre las espaldas de los explotados de otras zonas del mundo; han terminado por desdibujar definitivamente toda pretensión de radicalidad, todo horizonte de un nuevo modelo social. El socialismo ya no es un objetivo, sino en todo caso una suerte de fórmula moral de que junto a la falsa concepción de un Estado neutral, cubre una política limitada a mitigar levemente los golpes brutales de las dinámicas del capital. Esta subjetividad se intensifica hoy y el «pragmatismo» se vuelve una suerte de confesión histórica, de reconocimiento en palabras de lo que ha ocurrido siempre de facto.
Pero este ejercicio de mitigar los golpes resulta precisamente enormemente favorable a la necesidad de remontar la tasa de ganancia de los capitalistas y a la modernización de sus mecanismos de explotación. Lo hemos visto estos años. Pero esta conclusión no debe llevarnos a su extremo opuesto, a reforzar la incomparecencia del comunismo en la lucha de clases: conseguir victorias inmediatas implica, si reconocemos la existencia del conflicto de clases y el carácter irreconciliable de los intereses de unos y otros, aquello que Marx definía como victorias de la economía del trabajo frente a la economía del capital. Es decir, implica arrebatar, conquistar en beneficio de nuestra mejora material y en perjuicio de su acumulación; conquistar, también, en aprendizajes de lucha y avances organizativos. Si esto no se produce, entonces no son victorias sino contenciones necesarias para garantizar el normal devenir de la sociedad burguesa.
Sucintamente, esta es la realidad que contemplamos y vivimos los jóvenes obreros que no podemos sino buscar las fugas al estado de resignación y pasividad. Los hijos de dos crisis y de la precariedad, del proceso de empobrecimiento y proletarización que viene sucediendo desde hace más de una década, no pueden comulgar con el discurso aspiracional socialdemócrata: simplemente no les es creíble. Al calor de lo cual parece evidente que la respuesta a la pregunta inicial implica la recuperación del Partido Comunista en mayúsculas, sentido entre la clase y reconocido por ella; por resituar un horizonte emancipador y volver a lograr victorias de las fuerzas del trabajo. Pero para que las dos últimas no sean dos instancias separadas, la suma de un economicismo sindical y un maximalismo propagandístico, es necesario que el primero garantice el elemento que los unifica en la simultaneidad de formas de lucha, estructuración y pensamiento con una dirección: el programa, la estrategia, la táctica-plan.
Y eso, camaradas, es una tarea presente, constante y de rabiosa actualidad. Reconocer la derrota no debe llevamos a posponer las tareas presentes a un momento deseado, en que el partido tenga una influencia de masas hoy aún difícil de pensar. Reconocer la derrota implica todo lo contrario, exige poner todas nuestras fuerzas en su superación en acción revolucionaria. Es decir, reconocer en la estructura de nuestra vida social las potencialidades y posibilidades, reconocer también nuestras fuerzas y trazar un camino para fortalecerlas, de la forma que consideremos mejor. Hay una consigna forma ya parte del acervo de nuestra organización que condensa a la perfección esta idea, que es aquella que dice que la revolución no es una entelequia, sino que se organiza y se disputa en el aquí y en el ahora, en cada punto de la producción y la reproducción social y conectando nuestras tareas de hoy con la proyección de la sociedad futura. Y que esperar, será llegar tarde a la cita. Por esta razón queremos finalizar tal como empezamos este saludo: no sobran fuerzas en el camino de recomponer la inteligencia concentrada que moldee el ejército de la revolución en nuestro país. Por ello, no artificial sino realmente, allí desde donde trabaja y vive la clase, allí desde donde existe la potencialidad que estamos llamados a convertir en posibilidad real de organizar la vida de forma radicalmente distinta, los CJC nos encontraremos honesta, revolucionariamente con todo joven comunista que se encuentre en el camino de fortalecer y no en el de seguir debilitando dicho ejército.
Salud al Congreso Extraordinario de la UJCE
¡Que viva la Juventud Comunista!