Corría el mes de enero de 1966. En un despacho de Madrid se reúnen destacados miembros del Gobierno de la dictadura con sectores del Ejército: “Yo acabaría con el problema universitario en veinticuatro horas, sacando los tanques a la calle” (Disidencia y subversión, Pere Ysas). El responsable de estas palabras es el general Iniesta Cano, por aquel entonces director de la Academia General Militar de Zaragoza y persona de confianza de Francisco Franco y Carrero Blanco. En ese despacho encontramos, alterados, a una gran representación del denominado “búnker” franquista que no entiende cómo la semilla roja se está extendiendo por las universidades españolas a través de una juventud que, clandestinamente, reclamaba un cambio profundo en la sociedad española.
La reorganización de la Juventud Comunista en España
Tras varios años en los que la estructura estaba quedando vacía, en 1961 el Comité Central del PCE, en su clara apuesta por la Política de Reconciliación Nacional y con vistas a un futuro independiente de las antiguas fuerzas del Gobierno republicano, decretó el fin de las Juventudes Socialistas Unificadas y su clara apuesta por una estructura juvenil propia, la Unión de Juventudes Comunistas de España (UJCE), organización en la cual ya se llevaba varios años trabajando y que tenía gran peso tanto en el exilio como en el interior del país. Huelga decir que van a ser años en los que el traslado de la política de la dirección en el exterior va a atravesar serias dificultades debido a la represión política. Lo que provocó que, en buena medida, fuesen los cuadros intermedios los que construyeran la organización partidaria y juvenil en los territorios. Como consecuencia de dichas dificultades, buena parte de la militancia del interior permanecía ajena a los debates que se sucedían en el Comité Central y actuaba durante los primeros años de la dictadura según el criterio de sus principales cuadros territoriales y con extremadas precauciones a la hora de realizar trabajo militante. Esto hizo que muchas veces entre la organización partidaria y la juvenil apenas hubiera conexiones, fruto en buena parte del miedo a la represión y a la especial debilidad de la militancia juvenil que en los primeros años de posguerra solía ser el blanco principal en las comisarías a la hora de sufrir torturas.
Antes del auge movilizador de los años 60, se experimentaron unos difíciles años de reconstrucción de la organización en el interior. Esta reconstrucción durante los años 40 y 50 se dio, sobre todo, a través de cuadros principales del PCE en el exilio que volvían al interior y trataban de captar a los jóvenes obreros con inquietudes en los centros de trabajo en los que se encuadraban. Estos pasaban a conformar células autónomas del PCE esperando, llegado el momento, la visita de un miembro del Comité Central que les “conectase” con el resto de células de la zona a través de enlaces seguros. La descrita situación afectaba también a la organización juvenil, la cual desde el principio tuvo un carácter de masas más marcado y cuya relación con el Partido se establecía mediante un responsable designado por el PCE.
Tanto el Partido como la Juventud Comunista comenzaron a adquirir un mayor desarrollo tras las movilizaciones desencadenadas por el Plan de Estabilización franquista de 1959, el cual arroja un incremento de la industrialización en el país. Esto provoca un gran éxodo del campo a la ciudad, hace aumentar la mano de obra industrial y genera un crecimiento demográfico en las ciudades que tiene también su reflejo en un número mayor de estudiantes. Este desarrollo de la industria conllevó a su vez un aumento de la movilización social, especialmente capitaneada por el nuevo movimiento obrero.
Antes del auge movilizador de los años 60, se experimentaron unos difíciles años de reconstrucción de la organización en el interior. Esta reconstrucción durante los años 40 y 50 se dio, sobre todo, a través de cuadros principales del PCE en el exilio que volvían al interior (…)
El hervidero universitario: cuando Franco dio por perdida a la juventud
El movimiento estudiantil experimentó un gran desarrollo en los años 1965 y, sobre todo, 1966. Fue en noviembre de 1966 cuando se creó, a iniciativa de los comunistas, el Sindicato Democrático de Estudiantes Universitarios de Barcelona (SDEUB) en el monasterio de los Capuchinos de la ciudad condal, que sirvió de pistoletazo de salida para la creación de estructuras similares en un gran número de distritos universitarios a lo largo de 1967. Las universidades se convirtieron en un auténtico hervidero movilizador y durante los siguientes meses asistimos a una clara voluntad de unificación por parte de las distintas estructuras clandestinas que se habían creado.
Durante todo el año 1967 se sucedieron varias Reuniones Coordinadoras y Preparatorias (RCP) destinadas a establecer puntos comunes y avanzar hacia una coordinación a nivel estatal entre las diversas estructuras creadas en distintos puntos del país. Estas reuniones, impulsadas desde el PCE, tenían como objetivo articular unos ejes de denuncia firmes a nivel político y extender la movilización al conjunto de las universidades del país. Estas reuniones devinieron en un aumento enorme de la movilización: el curso 1967-1968 resultó de especial intensidad en cuanto a movilizaciones; se puede garantizar que no hubo ni una sola facultad que durante ese año “no experimentara cierres y paralización de la vida académica” (Los protagonistas anónimos: una aproximación a la protesta universitaria en Zaragoza a través de cartas e informes de militantes, Sergio Calvo Romero.)
La movilización fue tal que acabó con la dimisión del entonces ministro de Educación, Manuel Lora-Tamayo, y el ascenso a ese puesto de José Luis Villar Palasí en un intento firme de revertir la movilización estudiantil a través de la única vía que conoció el régimen para ello: la represión. El franquismo no dudó en mostrar su rostro más reaccionario durante sus últimos años de vida: desde 1969 encontramos una escalada represiva sin precedentes. Cara visible de ello es el asesinato de Enrique Ruano, un estudiante madrileño, el 17 de enero de 1969, tras ser arrojado desde un séptimo piso por las fuerzas policiales.
De los estados de excepción a los Pactos de la Moncloa: los convulsos años 70
Las movilizaciones tras la muerte de Enrique Ruano se sucedieron con tal fuerza en todo el país que el Gobierno decidió aplicar el estado de excepción una semana después, el día 24 de enero, con una duración de tres meses. Durante este tiempo centenares de jóvenes fueron detenidos y procesados por el Tribunal de Orden Público por su actividad política, tanto en las fábricas a través de las incipientes Comisiones Obreras Juveniles como en las universidades a través de las secciones estudiantiles de las distintas fuerzas del antifranquismo. Durante esta época, el PCE, como fuerza mayoritaria, tomó la dirección del movimiento universitario, por lo que se situó en el foco de las miradas policiales y, tanto en el estado de excepción de 1969 como en el de 1970 a raíz de las movilizaciones contra el Proceso de Burgos, sufrió un descabezamiento de la dirección debido a las detenciones de sus principales dirigentes.
La desaparición en buena parte de las organizaciones del PCE de las universidades, unida al creciente surgimiento de organizaciones a su izquierda como el MCE (maoísta) o la LCR (trotskista), hizo de la universidad un conglomerado de siglas que se tradujo en tensas asambleas al desaparecer las estructuras de masas que habían primado durante toda la década de los 60 (primero la FUDE y el SDEU después) y que habían permitido el auge movilizador.
En el movimiento obrero juvenil la situación no fue mejor, pero, debido a su mayor grado de organización, la principal estructura de masas que tenía el antifranquismo, Comisiones Obreras, pervivió y reforzó su actividad en estos difíciles años. La labor clandestina de los jóvenes obreros se hizo notar especialmente en el relevo en un gran número de ciudades en la dirección de las distintas Intercomisiones, nombre que recibieron las direcciones de las distintas regiones. La situación de prisión o clandestinidad de un gran número de veteranos camaradas provocó que muchos jóvenes e inexpertos militantes asumieran la difícil tarea de la dirección del movimiento obrero de su región en una situación harto complicada, en la que las direcciones de los distintos grupos políticos tenían las miras puestas en preparar la alfombra para la transición a la democracia, como bien demostraron las distintas reuniones en París para articular la Junta Democrática.
No obstante, tras la muerte de Franco se abrió un ciclo movilizador sin precedentes. Nunca en la historia de España había habido tal grado de conflictividad obrera como en el primer trimestre de 1976, año en el que el número de horas perdidas en huelgas obreras creció un 1.000% respecto al año anterior, con un total de 3.638.952 trabajadores en huelga frente a los 556.371 de 1975. Se trata de datos ofrecidos por la propia Organización Sindical Española franquista, lo cual nos permite asegurar fuera de toda duda que las cifras fueron, incluso, muy superiores.
Todo este movimiento obrero, no obstante, sufrió las derivas ideológicas de los partidos políticos que operaban en su seno, especialmente el PCE, que acabaron generando una falta de dirección política en las Comisiones Obreras, convertidas en lugar de disputa entre los distintos sectores de dicho partido en vistas a colocarse en una mejor posición una vez llegada la ansiada legalidad. Esto provocó que el antifranquismo, que en un inicio tuvo un afán de ruptura total con el régimen, acabara claudicando tras la incapacidad de llevar a cabo con éxito la huelga general convocada a finales del año 1976. Se daba el clima propicio para que se aceptara en buena parte las condiciones impuestas desde el aparato franquista encabezado por Adolfo Suárez en los Pactos de la Moncloa.
La Transición y sus efectos: desilusión y esperanza a partes iguales
Una buena parte de la militancia antifranquista, que durante estos años había sido partícipe y agente importante, con la llegada de la legalidad y la asunción total del eurocomunismo en el seno del PCE, acabó desencantada. El cambio de un modelo organizativo celular a uno por agrupaciones municipales o territoriales con fines electorales, equivalió a enseñar la puerta de salida a todos aquellos que concebían la militancia como algo más que la conformación de una lista electoral cada cuatro años y un despacho en una de las recién creadas centrales sindicales legales. No obstante, cabe señalar que nada afectó tanto a la moral de grandes sectores del partido como la renuncia oficial al leninismo en el IX Congreso del PCE, celebrado en 1978, algo que muchos vieron como una imposibilidad de recuperación del partido por el que habían realizado tantos sacrificios.
Esto llevó a que honrados militantes marxistas-leninistas, durante los últimos años del franquismo y los primeros de la transición, empezaran a elevar críticas a la dirección del PCE, exigiendo una vuelta al leninismo. Durante esta época muchos de ellos fueron invisibilizados, denigrados o directamente expulsados acusándolos de todo tipo de vilezas y reafirmando al PCE como la única alternativa viable.
Una vez llegados los años 80, muchos de estos militantes habían comenzado a formar grupos y células por todos los puntos del país con la finalidad de intentar reconstruir el Partido de vanguardia. Otros muchos, todavía dentro del PCE y gracias a la laxitud y la ausencia de centralismo democrático que impuso el carrillismo, formaron corrientes y organizaciones propias en el seno del propio partido con los mismos fines, entre las que destacaban las conocidas como Células Comunistas.
Aquellos que recuperaron el hilo
Nuevamente, nos es necesario regresar a un frío mes de enero para concluir este artículo, en concreto el de 1984. Entre los días 13 y 15 de aquel mes se celebró el Congreso de Unidad de los Comunistas, donde se dio cita la mayor parte de los sectores que desde hacía varios años venían reclamando la necesidad de un proyecto leninista en España. Este evento fue especialmente importante para todos aquellos ya no tan jóvenes que durante años habían luchado contra el fascismo y que habían visto cómo su referente partidario se desvanecía. Tras este congreso se demostró que el hilo rojo en España seguía más tenso que nunca a pesar de todos aquellos que pretendieron, infructuosamente, deshilacharlo o teñirlo.
Un año después de celebrarse aquel congreso, exactamente otro 13 de enero, la juventud de vanguardia en España volvía a construir una organización que recogía todo el legado de quienes, como Enrique Ruano, perdieron su vida luchando por una idea de justicia y libertad. Un año después de celebrarse aquel congreso, los jóvenes allí presentes volvieron la vista atrás para prometer a Trifón Medrano, Aida Lafuente o Lina Ódena, entre muchos otros, que su ejemplo estaba más vivo que nunca y que cada día de militancia estaría destinado a lograr la revolución por la que ellos murieron. Un año después de celebrarse aquel Congreso, hace ya más de 36 años, nacían los Colectivos de Jóvenes Comunistas.