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Marina LapuenteRevista Juventud

🚨 De la sirena de la fábrica al algoritmo: las nuevas formas de la explotación de siempre

By 02/10/2022octubre 11th, 2022No Comments

En los últimos años han irrumpido en la realidad laboral juvenil una serie de fenómenos laborales llamativos, definidos por la extrema temporalidad y precariedad. En algunas ocasiones, tienden a identificarse como una novedad de nuestros días que rompe con dinámicas estructurales de un viejo capitalismo. Esta perspectiva, no obstante, confunde rasgos superficiales con otros de fondo de la explotación capitalista. Si queremos contar con herramientas revolucionarias para enfrentar estas nuevas formas de explotación, debemos ser capaces de analizarlas correctamente, y a este fin quiere hacer una aproximación este artículo.

 


El reino de la temporalidad

La temporalidad, elemento definitorio de los nuevos modelos de trabajo, expande un reino que cada vez tiene más pilares como sostén. En España, la tasa de temporalidad se ha consolidado tras las reformas de la crisis de 2008, y la duración media de los contratos ha ido bajando hasta estabilizarse en los últimos años en torno a los 50 días. Uno de cada seis contratos temporales e indefinidos firmados en febrero de 2022 duró menos de 7 días. A estas alturas, ninguna reforma capitalista pretende enfrentar la temporalidad, salvo para, a lo sumo, amoldarla y permitir una mayor productividad a las empresas, como la propia ministra de trabajo actual ha reconocido.

No vamos a ocuparnos de la falsedad de la retórica desplegada por este gobierno, ante la cual se impondrán el limitadísimo alcance de su reforma laboral y el hecho de que muchos cambios solo serán estadísticos. La temporalidad es mucho más que el nombre de un contrato: es la facilidad de despedir a trabajadores indefinidos, son los periodos de prueba de 12 meses, son los contratos de puesta a disposición a través de ETT, las bolsas de trabajo y las apps multiservicio, entre otros muchos elementos que ya caracterizan o que empiezan a emerger en el mercado laboral, afectando especialmente a los jóvenes por el momento.

¿Qué hay de interesante en tantas formas de uso temporal de la mano de obra para las empresas? Definitivamente, que permiten un uso más ajustado y rentable de la fuerza de trabajo, pudiendo tenerla disponible para utilizarla a demanda, es decir, solo las horas, días o semanas que es más útil. A ese uso a pedir de boca de la mano de obra, cada vez más perfeccionado gracias a los avances tecnológicos, distintos ideólogos y políticos lo han llamado «flexibilidad laboral».

Esa tendencia se acompaña de la flexibilización de la producción en más sentidos. Lo que hace décadas, con el modelo fordista de producción, se intentaba concentrar, creando grandes centros de trabajo para el empleo masivo de la mano de obra en distintas fases del proceso productivo, ahora tiende a revertirse. La internacionalización del capital, los adelantos de las tecnologías de la información y la comunicación y la revolución del transporte de mercancías facilita que esa dispersión sea todavía mayor, los monopolios del capital industrial y financiero pueden calcular en qué partes del globo terráqueo ubicar cada fase del proceso productivo para que sea lo más rentable posible. Pero también a pequeña escala vemos nuevas realidades muy típicas, como la fragmentación del espacio de los centros de trabajo en distintas unidades jurídicas.

Nos referimos con esto a una realidad que ya hemos hecho parte de nuestro paisaje laboral: el laberinto de contratas, subcontratas y ETTs que estructura las actividades económicas de las empresas, que les permite agrupar a las plantillas para utilizar o no su fuerza de trabajo según convenga por temporadas o circunstancias. Así lo hace, por ejemplo, el gigante Stallantis, que tiene plantas de producción de automóviles en toda Europa, y alrededor de cada una cuenta con ETTs y contratas que fabrican parte de los componentes y que refuerzan turnos de distintas líneas según van necesitando cada semana.

Pero hay otra serie de nuevos fenómenos: empresas, como las de reparto de comida y mensajería, que ya solo contratan a una parte mínima de la flota y emplea al resto de la fuerza de trabajo a través de «colaboradores» (que aportarán vehículo propio y a quienes no se comprometen a pagar un mínimo) o contratas; apps multiservicio que conectan al consumidor con un profesional que tiene disponibilidad completa para prestar servicios puntuales y, más recientemente, herramientas de flexibilidad interna tremendamente eficientes (los ERTE y el nuevo mecanismo RED), que darán a los empresarios la jugosa oportunidad de contar con mano de obra lista para exprimir en la recámara, a la que llamarán y solo tendrán que pagar las horas concretas que les interese más que trabajen.

Avanzan las formas de trabajo ultratemporal y a demanda a través de distintos procesos que no están aislados, sino que afectan al conjunto del nuestro mercado laboral. La tecnología puesta al servicio de la productividad empresarial ha facilitado muchos de esos cambios. El aspecto de radical actualidad y modernismo adquiere tintes distópicos cuando se advierten cosas como que la función de las notificaciones de las apps en algunas de estas nuevas realidades laborales se asemeja a la que cumplían las sirenas de las fábricas de algunos barrios obreros decimonónicos, que sonaban para indicar cuándo podía acercarse la mercancía humana a intentar vender unas horas su fuerza de trabajo a cambio de un salario.

 


¿Qué hay de nuevo y qué hay de viejo en la flexibilidad?

Cambios en la contratación laboral y cambios en la organización y distribución del proceso de producción han ido de la mano y, al contrario de lo que algunos pretenden, son solo cambios formales que no alteran la esencia del modo de producción vigente, el capitalismo. Estas transformaciones vienen de lejos, de hace unas cinco décadas, y se explican por las propias contradicciones internas del modo de producción. Unas nociones de economía política nos ayudan a comprender mejor por qué aparecen.

En toda empresa hay una parte del capital invertido en maquinaria, tecnología y otros aspectos de los medios de producción (que llamamos «capital constante») y una parte invertida en los salarios de la fuerza de trabajo explotada (que llamamos «capital variable», y que es la que añade el valor a las mercancías). La «tendencia decreciente de la tasa de ganancia» expresa cómo el desarrollo de la acumulación del capital y el desarrollo tecno-industrial provoca el aumento continuado, y a marchas forzadas, de la inversión en medios de producción («capital constante») respecto de la inversión en fuerza de trabajo («capital variable»), que es lo que llamamos «aumento de la composición orgánica del capital». Al ser el trabajo humano el que crea valor, si disminuye su proporción se produce un descenso de la tasa de ganancia, o sea, del valor que se apropia el capitalista extrayendo plusvalía.

Esta tendencia económica fundamental la identificó Karl Marx y la denominó «tendencia decreciente de la tasa de ganancia». Es una tendencia inherente al desarrollo estructural del capitalismo, que no encuentra freno definitivo ni manera de contrarrestarse de manera duradera, y que tiene mucho que ver con el origen de sus crisis cíclicas. En el siguiente artículo profundizaremos en lo explicado, nos vale ahora con lo dicho para entender qué papel juega esa tendencia en el uso cada vez más flexible y ajustado de la fuerza de trabajo: se trata de una manera de hacer más eficiente a la mano de obra, de buscar vías para extraer más plusvalía del capital invertido en explotar a la fuerza de trabajo, para contrarrestar la tendencia decreciente de la tasa de ganancia.

Esa tendencia decreciente, como podemos imaginar, se agrava cuando el capitalismo entra en crisis. Fue el escenario de la de 1973 el que sirvió para las primeras recetas de flexibilización de la explotación, y el que marcó el cambio hacia una producción más compleja, segmentada y flexible. Lo que las administraciones Reagan y Thatcher en EEUU y Gran Bretaña aplicaban de manera especialmente virulenta también llegaba, aunque más suavizado, a España, con ocasión de la crisis de los noventa, a través del gobierno de Felipe González.

La crisis de 2008, más profunda, marcó una tendencia mundial y más aguda a apostar por la flexibilización del uso de la fuerza de trabajo como vía para remontar la caída de la tasa de ganancia. Se mantienen y amplían las facilidades para despedir y las contrataciones temporales y otras formas de desprotección laboral. Y no solo se han extendido fórmulas similares a las de los falsos autónomos para muchas actividades en Europa y EE.UU., sino que en Gran Bretaña ya hace años que existe el contrato de la flexibilidad y la inseguridad absoluta: el contrato zero-hour, que sufre el 3% de la población activa (sobre todo mujeres y personas negras) y con el que la empresa no está obligada a solicita ni pagar ni una sola hora de trabajo a la semana.

Como hemos señalado en el editorial, sin haberse recuperado del todo la productividad mundial tras esa crisis llegó otra en 2020, ante la cual, desde el minuto uno, las instituciones internacionales han apostado por distintas fórmulas de flexibilidad. Hoy la estrategia es combinar esta flexibilidad laboral con políticas proactivas a nivel estatal, la llamada «flexiseguridad». El enfoque de esta estrategia parte de los postulados del capitalismo intervencionista, según los cuales el Estado, como herramienta para asegurar los mecanismos de explotación y dominación de clase, puede servir también como un «escudo social» que mitigue los efectos más perniciosos de la explotación capitalista. Con esto se pretende evitar que las brechas sociales abiertas por el capitalismo contemporáneo sean y parezcan demasiado grandes; tanto que pongan en riesgo su funcionamiento y paz social. Sirve, por tanto, para facilitar el aumento de la productividad empresarial posibilitando una mejor explotación de la mano de obra. La inseguridad y falta de garantías que genera el trabajo a demanda es compensada por el Estado, en lo que implica, de hecho, una transferencia de rentas del trabajo a manos privadas. Es la seguridad de que te puedan seguir explotando sin que perezcas en el intento porque el Estado, con el dinero público, va a financiar a través de ti a las empresas.

En definitiva, la estrategia de la flexiseguridad no cuestiona ni los pilares de la explotación ni las formas que esta adopta en la actualidad. El nuevo modelo laboral responde a las relaciones de producción capitalistas, como hace cincuenta y cien años, y de hecho es fruto de su desarrollo natural, cuyas raíces ninguna política capitalista cuestiona. La socialdemocracia es la delegada innata de este tipo de estrategias que solo ayudan a sostener la explotación «mitigándola», y hoy, en España, es la encargada de presentar lo antiguo como moderno y de forzar una visión en la cual la única opción ante la explotación contemporánea es acogerse a ese colchón de la «flexiseguridad» contra los peores golpes que nos asesta.

 


¿No hay alternativa?

Cuando Margaret Thatcher usaba el «There is no alternative» para presentar sus pioneras medidas flexibilizadoras iba más allá de una contienda electoral. Las tendencias abiertas para contrarrestar la caída de la tasa de ganancia no se han contestado por otros partidos capitalistas: sólo han opuesto a la gestión «neoliberal» otras opciones que también permiten desarrollarlas, pero con soportes públicos estatales y mitigando algunos de los peores efectos en quienes aportan su fuerza de trabajo. El reino del trabajo ultratemporal ya no solo lo defienden Friedman, Hayek y las propuestas de desregulación neoliberal: van desde corrientes sindicales que aplauden las estrategias de consolidación de la flexibilidad de organismos como la UE, hasta grandes partidos que despliegan programas de intervención pública estatal que aseguran esa puesta a disposición flexible de la fuerza de trabajo y hablan de la necesidad de transformar marcos jurídicos que acabarían con derechos laborales históricos.

Efectivamente, no hay mejor alternativa dentro del sistema capitalista; lo grave es que haya parecido real la ausencia de alternativas fuera de este. La alternativa a esta explotación no nacerá del seno del sistema capitalista ni de quienes solo aspiran a gestionar sus leyes de desigualdad, concentración de la riqueza y explotación de la mayoría. La alternativa al reinado del capital pasa por derrocarlo e instaurar el reinado de quienes se niegan a seguir explotados. Por mucho que se pretenda echar tierra, los campos de batalla están claramente diferenciados, y para quienes defendemos hasta sus últimas consecuencias un mundo sin explotación, la contienda está clara y no vamos a guardar las armas cada vez que hagan amago de repartir migajas.