Desde el momento en que la clase obrera alcanzó su edad adulta y empezó a plantearse su programa político surgieron en su seno dos familias claramente diferenciadas: los comunistas y los socialdemócratas. Su enfrentamiento histórico representa un antagonismo profundo en el proyecto político: mientras que los comunistas nacieron para arrasar el mundo capitalista, los socialdemócratas nacieron para sostenerlo.
Sostener el sistema a toda costa actuando como falso aliado de la clase obrera, ésta ha sido la esencia de la socialdemocracia desde siempre. En su labor, la socialdemocracia ha pasado por distintas fases. En un primer momento, hasta la Primera Guerra Mundial, desarrolla una lucha ideológica de confusión y revisionismo de Marx para tratar de convencer a la clase obrera de que la mejor forma de acabar con el capitalismo era mediante la reforma del Estado y no mediante su destrucción.
La revolución soviética vino a dar la razón a los comunistas sobre cómo se debía acabar con la opresión. En el periodo entreguerras, los comunistas adquieren un enorme prestigio entre los trabajadores del mundo y la socialdemocracia cumple la función de defender sin ambages al Estado burgués, convirtiéndose en una pata más del sistema para garantizar su estabilidad. En un tercer momento, fundamentalmente tras la segunda guerra mundial, y hasta hoy, en un importante número de países capitalistas se usó a los socialdemócratas para gestionar el capitalismo y el Estado del bienestar.
Desde siempre el debate entre comunistas y socialistas abarcó todos los órdenes políticos, sociales e incluso psicológicos.
El Estado del bienestar fue una forma concreta de gestión de la dictadura del capital en un momento en el que el poder de los grandes capitalistas estaba en riesgo por el avance internacional de las fuerzas comunistas. Para neutralizar a su adversario el sistema cedió ciertos derechos que trataron de acercarse a los grandes avances sociales que se daban en el socialismo. En el mundo occidental el Estado del bienestar se desarrolló tras la segunda guerra mundial mientras que en España se desarrolló de forma más limitada en las décadas de los 70 y 80 del siglo XX. El Estado del bienestar se pudo desarrollar en los países capitalistas que participaban del saqueo mundial, es decir, que podían comprar a parte de su clase obrera gracias al expolio intenso en países ajenos. El capitalismo nunca ha sido capaz, ni siquiera, de generalizar los beneficios del Estado del bienestar a la totalidad de la clase obrera mundial.
Desde siempre el debate entre comunistas y socialistas abarcó todos los órdenes políticos, sociales e incluso psicológicos. El supuesto dilema, que nos encontramos en muchos otros momentos de nuestras vidas es: ¿aliviar el presente a costa de sacrificar el futuro o apuntar al futuro renunciando a supuestos avances en el presente? Y digo supuesto dilema porque es falso.
El sistema trata continuamente de sobornar a la clase obrera para meterla dentro de los márgenes aceptables por él. A medida que la apisonadora capitalista avanza triturando nuestros derechos, la socialdemocracia ofrece algunas migajas para mitigar las penurias. Las ofertas de la socialdemocracia nunca conllevan un mayor reparto del pastel que es la riqueza social generada, solamente conllevan una menor velocidad de pérdidas respecto a la gestión de la derecha. Así pues, la socialdemocracia nos presenta el debate de la manera siguiente: ¿prefieres un salario mínimo de 736 euros o de 950? Ocultando la tendencia de fondo que es: aún con un salario mínimo de 950 euros, que la pobreza avanza a pasos agigantados en nuestro país y los precios del alquiler, la luz, la gasolina, etc. se disparan.
El paso de 736 a 950 euros y otras migajas que nos lanza el actual Gobierno socialdemócrata no son gratis, vienen con contrapartidas no escritas pero instauradas en las dinámicas de la lucha política. Tales medidas se toman con el objetivo de asentar la paz social, justificar la existencia de la socialdemocracia como legítimo representante de la clase obrera, desmovilizar e institucionalizar las luchas y situar a los oprimidos ante falsos dilemas. Se sobreentiende, por lo tanto, que la clase obrera obtiene ciertas migajas gracias a tener una actitud sumisa. “Y si no lo aceptas y críticas al Gobierno vendrá la derecha y no tendrás ni eso”. Se sobreentiende que los comunistas no conseguirían estas migajas ya que no nos dedicamos a gestionar el sistema. Ahí es donde toma forma el falso dilema entre presente y futuro y es lógico que una clase desorganizada y con poca conciencia tome el camino fácil de decidir comer hoy sacrificando el mañana. La socialdemocracia se impone así al comunismo.
Pero las cosas no son tan simples como las presenta la socialdemocracia. No se trata de comer a cambio de sacrificar la revolución o aspirar a la revolución a cambio de renunciar a comer. Si ampliamos el prisma histórico lo que vemos es que el capitalismo se rige por leyes de funcionamiento, y una de ellas habla de la concentración de la riqueza en cada vez menos manos y, por extensión, que los pobres sean cada vez más pobres. Esto funciona así al margen del color del Gobierno, de manera que podemos asegurar que al finalizar la legislatura del Gobierno del PSOE-UP la clase obrera estará en peores condiciones que cuando empezó. Si hiciéramos un ejercicio de imaginación seguramente podríamos decir que en caso de que el Gobierno fuera del PP-VOX las cosas irían incluso peor, de acuerdo, pero el sistema no puede aguantarse durante un larguísimo periodo solo con su pata derecha, necesita también su izquierda. Por ello, para que la rueda siga girando y que de aquí una década los ricos sean todavía más ricos a nuestra costa, es necesario que en ciertos momentos se hayan cedido ciertas migajas. Por lo tanto, dejarse sobornar por las migajas del sistema es precisamente lo que provoca el hambre de mañana, es lo que permite al sistema seguir existiendo y seguir apretando las tuercas.
El falso dilema era ¿comer o revolución? Si asumir las migajas de hoy implica renunciar a la revolución, ¿quiere decir que los comunistas renunciamos a cualquier mejora en nuestras vidas en pos de la revolución? No, por eso es un falso dilema.
Los comunistas ponen la revolución en el primer plano. Sólo con un país para la clase obrera los oprimidos tendrán garantizada una buena calidad de vida. Para llegar a la revolución se necesitan acumular fuerzas. Organización, conciencia, experiencia de lucha. Los comunistas participamos en todas las luchas del pueblo que vayan en la dirección de mejorar sus condiciones de vida y de trabajo, sin trasladar falsas esperanzas en que sea el capitalismo quien las resuelva. La mayoría de los problemas del pueblo el capitalismo no los va a poder resolver, pero lo va a intentar si la lucha se generaliza. A medida que el pueblo se haga más fuerte, el capitalismo buscará parches y soluciones parciales con el objetivo de contener la lucha. El miedo puede llevar al Gobierno incluso a tomar medidas contra la clase dominante, medidas que tendrán el recorrido justo para desactivar las protestas y recuperar la paz social. ¿No es esto un intento de soborno? Obviamente sí. Y ahí, en el calor de las protestas, volverán a dividirse los socialdemócratas y los comunistas. Las masas influidas por la socialdemocracia aceptarán las medidas del Gobierno y volverán a casa. Las masas influidas por las posiciones comunistas usarán la debilidad del Gobierno para pasar a objetivos superiores. En el proceso de acumulación de fuerzas hacia la revolución se pueden conquistar derechos, negando el falso dilema que nos sitúan encima de la mesa. Si la hegemonía de los comunistas es muy alta dentro del pueblo trabajador, llegará un momento en que el sistema entenderá que las migajas que ofrece no sirven para comprar y apaciguar a nadie. El sistema cambiará de actitud y pasará a promover por encima de todo la represión abierta a todo disidente social. Las formalidades democráticas quedarán abolidas y la socialdemocracia desaparecerá de la escena. La lucha de clases se elevará a lucha violenta por el poder minimizando los sectores de neutralidad. Las condiciones estarán maduras para la revolución.
La socialdemocracia actúa como la quinta columna que divide y debilita la fuerza de la clase obrera. La socialdemocracia canaliza la frustración popular hacia los márgenes del sistema. Lección importante para no olvidar: el primer paso para el triunfo revolucionario es la eliminación de la influencia socialdemócrata en el movimiento obrero y popular.
El elemento fundamental para este hecho es la organización de la clase y el pueblo, el salto de lo individual a lo colectivo es lo que permite la ruptura con los falsos dilemas. Desde lo individual, se es simplemente un sujeto pasivo de la política, un consumidor de propuestas que aparecen retransmitidas por televisión. Desde lo individual, la destrucción del sistema aparece como una quimera, por lo que la única propuesta viable es elegir entre aquello que se ofrece, elegir lo menos malo, que suele ser la socialdemocracia. Desde lo individual no tenemos perspectiva a largo plazo y sólo nos movemos por el beneficio inmediato. El individuo le compra todas las migajas al sistema a cambio a mantener su actitud pasiva, porque lo contrario es quedarse sin nada.
El salto del yo al nosotros desarrolla la conciencia (y viceversa). La colectividad tiene la potencialidad del cambio social. El colectivo ya no es un ente pasivo sino que forma parte activa de la lucha. El colectivo ya no consume propuestas de otros si no que propone su propio programa según sus intereses. Ya no hace falta elegir el mal menor, hace falta desarrollar nuestro programa. El colectivo no sólo piensa en el ahora, si no que lo relaciona todo con las generaciones futuras y los distintos grupos de la sociedad. El colectivo ejerce la solidaridad interna cuando se requiere, evitando verse abocado al soborno que ofrece el sistema. Cuando empezamos a pensar en colectivo como una clase, la socialdemocracia queda arrinconada.
Toda confrontación con la socialdemocracia se resume en la cuestión del poder. En nuestro mundo hay dos clases en liza, a cada cual le corresponde un sistema según sus intereses, el capitalismo o el socialismo-comunismo. No hay término medio. Las terceras vías sólo suelen ser opciones capitalistas para sembrar dudas entre nuestra clase. Quien propone gestionar y mantener el poder capitalista pertenece al campo de los enemigos de la clase obrera. Si estos enemigos se dedican a luchar contra los comunistas dentro de la propia clase obrera podemos llegar a afirmar que son el mayor obstáculo para el avance revolucionario. La barricada de lucha queda formada entre quienes defienden el poder obrero y los que defienden, activa o pasivamente el poder capitalista. Es así de claro. Como aseveró Lenin: “Salvo el poder, todo es ilusión”.