Los CJC ante la crisis en Asturias
Una vida verdaderamente política, revolucionariamente ética
La clase obrera asturiana atraviesa hoy una encrucijada. En la mente de los más jóvenes las imágenes de una Asturias industrial y orgullosa de su identidad, fundamentalmente obrera, componen hoy un todo indivisible en el relato que las instituciones políticas pretenden dejar a la posteridad. La socialdemocracia elabora un discurso romántico, que vincula la prosperidad de la región con el desarrollo capitalista, desarrollo que solo tendría que ser suavizado de sus aspectos más lesivos gracias a la intervención de la clase obrera. En la lucha por la dirección ideológica, los gestores políticos únicamente conceden a la clase un papel secundario, de apoyo; mientras glorifican su pasado, reducen a la impotencia sus aspiraciones presentes.
Antaño, la región se caracterizó por el despegue industrial, arrancando a las clases populares de sus tradicionales faenas en el campo para nutrir de fuerza de trabajo a las incipientes empresas que hacían de los recursos de nuestra tierra su negocio. El desarrollo del capitalismo en Asturias recorrió varias fases y, lejos de suponer un proceso pacífico, implicó la pretensión de disciplinar a toda una clase bajo el dominio de la vida económica; eran los tiempos de las mercancías los que determinaban la vida de los hombres y las mujeres, y no al revés.
La clase obrera industrial asturiana se tiñó de colores variopintos, y un poco como en todas partes, abandonó su raigambre local para adoptar a trabajadores venidos de lejos, únicamente con la falsa promesa de un futuro mejor. Avilés se pobló de obreros llegados de parajes donde el sol regaba los campos con profusión, y ni siquiera el recóndito suroccidente estuvo libre del contacto entre hombre y mujeres con acentos distintos, pero unidos por la miseria material.
Ante los cantos de sirena de un progreso que prometía prosperidad para todos, la técnica moderna impuso su eficacia frente a la vida. No olvidamos los accidentes en las minas, las pérdidas humanas en las campanas de ENSIDESA o el sufrimiento de aquellos que, obligados por la miseria, encerraron el caudal del río Navia entre paredes de hormigón. El capitalismo transformó la faz de la región y destruyó modos de vida tradicionales -sin duda, con sus luces y sus sombras- para crear una sociedad nueva, basada en la explotación del trabajo humano, pero también preñada de solidaridades que articularon los sueños emancipatorios de nuestros abuelos.
Es aquí donde hay que señalar uno de los rasgos más característicos de la Asturias actual; la crisis demográfica nos señala, susurrando de aquellos polvos, estos lodos. Si el crecimiento demográfico del Principado, gracias al crecimiento vegetativo y a los aportes demográficos desde otras regiones de España, se convirtió a la vez en causa y consecuencia del proceso industrializador, el agotamiento de este arroja sombras de duda sobre el futuro de la región. Pero hay que indicar que, para los comunistas, el declive demográfico de Asturias es únicamente un síntoma de un proceso más general. No ecualizamos natalidad con prosperidad -algo propio del discurso fascista, que además fija el papel de las mujeres en la maternidad y el mundo de los cuidados- sino que nos limitamos a constatar cómo la estructura económica influye notablemente en la reproducción biológica y social de la clase. En el capitalismo, la decisión de los jóvenes a la hora de crear vínculos familiares dependerá de los precios en los alimentos básicos, del alquiler, de si pueden conciliar su vida laboral con el cuidado de las criaturas etc. Es por esto, que su decisión se encuentra encerrada, limitada por los movimientos del mercado y las decisiones de maximización de beneficios en aquellos que gestionan el capital. En otras palabras, no nos importa si Asturias sube o baja del millón de habitantes, buscamos construir un mundo para que aquellos que deseen tener hijos puedan hacerlo en las condiciones de una realización plena de sus facultades.
Y ante los jóvenes se nos presentan varias alternativas, ninguna capaz de imaginar un mundo distinto. El discurso hegemónico, tanto en la nueva como en la vieja socialdemocracia, subraya la necesidad de luchar por defender los derechos, en un juego de espejos que nos hace creer que fueron aquellos derechos que “disfrutaron” nuestros abuelos los que habremos de defender hoy. Nos arrincona en la trampa de creer que el mejor de los mundos posibles es el de los polos de desarrollo, el de HUNOSA y ENSIDESA, el de un empleo estable con la única condición de un trabajo alienante para la salud física y mental. No lo dirá abiertamente, pero aún añora la promesa del estado de bienestar, sea en su gestión corporativista o socialdemócrata, una arcadia feliz que no se repetirá a tenor del proceso de crisis constante, de estanflación crónica, en el que vive la juventud obrera actualmente.
Otro discurso, más modernizador, también desde las izquierdas, opta por presentar la volatilidad de la vida como un valor en sí mismo. El desempleo intermitente, que viene y va, y se instala en nuestra existencia como un acompañante incómodo, encuentra su correlato en una incertidumbre convertida en la nueva normalidad. El riesgo -físico y mental- pasa a ser un valor por sí mismo. Ambos discursos nos presentan un dilema interesado, que nos hace elegir entre añorar la explotación estable ejercida contra las generaciones pasadas, o abrazar la explotación flexible de las generaciones presentes. Ambas alternativas nos abocan a un realismo que conserva el estado de cosas existente.
Ante esta forma de realismo, los comunistas reeditamos los viejos sueños, no como una forma de nostalgia, sino de reconocer una promesa en el pasado que aún no se ha realizado, una tarea pendiente que conecta la vivencia de nuestros mayores con la juventud de un presente para vivir de forma digna. Nuestro realismo, constata que la contradicción capital-trabajo, la dominación de género, o la crisis ecológica, entre otros problemas que aquejan a la clase social, son facetas autónomas, pero enlazadas en una misma trama que se fundamenta en la apropiación privada de la riqueza social, un moderno Minotauro que solo el hilo rojo de Ariadna puede hacer sucumbir.
Aspiramos a construir un espacio organizativo para el conjunto de la juventud asturiana de extracción popular, con una hoja de ruta clara; la construcción del socialismo-comunismo. Lejos de apelar a un futuro distante, la germinación de la clase organizada aquí y ahora es la única garantía de victoria en las luchas que se desarrollan. Una organización planteada como un espacio seguro, saludable, en otras palabras, un ensayo en el presente del tipo de relaciones sociales que queremos construir en el futuro. Para ello necesitaremos de todas las ideas, creatividad y trabajo, en definitiva, de toda la riqueza y diversidad de nuestra juventud, con la que construir un amplio tejido que, como un músculo, se fortalezca en cada centro de estudios, en cada centro de trabajo, en los barrios, en la ciudad y en el campo, hasta asestar el golpe definitivo. Invitamos a sumarse a todos aquellos jóvenes que quieran luchar por una sociedad donde, eliminado el beneficio privado en la centralidad de la vida social, podamos reunirnos para ejercer una vida verdaderamente política, por ser revolucionariamente ética.