Entré a formar parte de los CJC en marzo de 2002, con apenas 16 años. Muchos de quienes actualmente militan en la Juventud Comunista, nacieron precisamente en aquellos años.
La sucesión de crisis capitalistas, guerras imperialistas y otros sucesos que la prensa suele calificar de eventos históricos se han convertido en el día a día de mi realidad política, pero también en la rutina de quienes hoy frisan su segunda década en este mundo. La pregunta que muchos se harán es si es esta la nueva normalidad (o, más bien, la de siempre) y si estamos condenados a ser prisioneros de una vida en crisis.
Volviendo al año 2002, eran entonces los tiempos del «España va bien» y el espejismo de un crecimiento económico sin límites, cuyo principal combustible estaba en el endeudamiento a través del crédito. Quienes éramos entonces jóvenes habíamos recibido la promesa de que el capitalismo realmente existente tenía un ascensor social que, tras pasar las plantas de la educación obligatoria, la formación universitaria y el máster; nos llevaría al empleo estable, la vivienda y coche en propiedad y, quizás, un mes de vacaciones familiares en verano. Esas expectativas rotas llevarían luego a algunos a la indignación y al proyecto político de recomponer una suerte de capitalismo popular, desde una inquebrantable fe en la democracia liberal. A otros, la realidad del capitalismo nos lleva a entender el conflicto de clases inherente al mismo y a tratar de organizar una lucha efectiva para ponerle fin.
Las crisis capitalistas
Para comprender la sucesión de crisis en el capitalismo, hay que partir de la idea de que los ciclos económicos no son estáticos o mecánicamente repetitivos. Marx describió el funcionamiento del capital como un ciclo de reproducción, en que necesariamente participan la forma bancaria, la industrial y la comercial.
Simplificando, todo proceso productivo parte de la inversión de dinero, a través del cual el capital adquiere fuerza de trabajo y materias primas, para lograr una mercancía final que será vendida. El dinero inicial, depositado en cuentas bancarias o procedente de la liquidez que da el crédito (capital bancario), solo se pone en movimiento una vez que alcanza el sector productivo (capital industrial), en que se forman las mercancías a través del plustrabajo del obrero por encima de su salario. Estas se transforman nuevamente en dinero, mayor al invertido inicialmente, cuando se venden al consumidor (capital comercial). Con la venta, el producto se transforma en dinero y el plustrabajo, contenido en la mercancía, en la plusvalía.
El origen de toda la ganancia capitalista está en el proceso productivo: en el plustrabajo. Pero la realización de la plusvalía es imposible sin la circulación del capital entre sus formas bancaria, industrial y comercial. Igualmente, la ganancia se reparte entre ellas a través de múltiples maneras como la renta, el interés o el beneficio. Este ciclo, además, tiende a la reproducción ampliada: no se repite de forma constante, sino que las plusvalías obtenidas se reinvierten en ampliar la producción. La interrupción de este ciclo, en cualquiera de sus fases, origina las crisis. En cada una de ellas, bajo formas diferentes, hay una superproducción de mercancías que no consiguen venderse, impidiendo la realización de la plusvalía. La superproducción es siempre relativa a la demanda solvente, no a las necesidades reales. No es que la clase obrera haya visto satisfechas sus demandas de consumo y no quiera más, sino que se han estrangulado sus posibilidades de adquirir bienes.
Fue el caso de la crisis que comenzó en 2008, en que el endeudamiento masivo, vinculado a la compra de vivienda, redujo drásticamente la demanda solvente de la clase obrera. Si bien los hagiógrafos del capitalismo trataron de relacionar el carácter de la crisis con la formación de burbujas especulativas y el estallido de los activos tóxicos de las hipotecas subprime, el problema no fue de gestión del capital bancario.
Lenin ya describió hace un siglo cómo el capital financiero había nacido de la fusión del capital bancario e industrial, cuando los bancos dejaron de ser meros intermediarios de pagos y pasaron a reinvertir sus fondos en la compra de activos. El capital financiero es el eje fundamental del capitalismo actual y las llamadas crisis financiera afectan al conjunto del ciclo de reproducción capitalista.
Si la superproducción relativa a la demanda solvente es característica de las crisis capitalistas, lo es como síntoma y no como origen. En su génesis está la contradicción entre el carácter social de la producción y la apropiación y gestión privada de la misma. Y de estos polvos, los lodos de la anarquía de la producción o la contradicción entre producción y consumo.
El gigantesco caos productivo del capitalismo es proporcionalmente creciente a su reproducción ampliada, dado que la condición necesaria para esta es una mayor explotación de la fuerza de trabajo (es decir, reducir la capacidad de consumo de quienes se pretende que sean los consumidores necesarios para la realización de la plusvalía), nuevos repartos del mercado mundial (afectando a las cadenas de suministro) y las intervenciones del Estado en la economía.
Ante la crisis, se desata una tormenta de destrucción de fuerzas productivas, paro generalizado y precarización de las condiciones laborales. Así sucedió a partir de 2008 y nunca se han recuperaron. Pero la historia del capitalismo no es un camino ascendente interrumpido por crisis puntuales, sino más bien una larga secuencia de crisis entre las que se suceden ciertos periodos de expansión económica.
¿La crisis de la pandemia o la pandemia como detonante?
Aunque el encadenado de crisis, guerras y catástrofes naturales de los últimos años hacen revestir de cierta incredulidad al término «momento histórico», difícilmente esta generación olvidará el 2020. No se puede negar el efecto económico del parón de la actividad durante la pandemia, ni la de la ruptura de las cadenas de suministros. Ahora bien, si se observan todos los indicadores económicos del 2019, la tendencia a la baja era ya una realidad que la emergencia sanitaria simplemente hizo estallar.
La respuesta mundial de los principales centros de poder capitalistas apostó por subsidiar unas condiciones mínimas de vida (con instrumentos que en España se tradujeron en la renta mínima, los ERTEs, etc.) que permiten sostener el consumo –y, por tanto, a las empresas– mientras se hacen gigantescas transferencias de renta al capital. No fue un escudo social propio del “gobierno más progresista de la historia», sino una estrategia común en Estados Unidos y la Unión Europea.
Los paquetes de estímulo se sostuvieron mediante la impresión masiva de moneda, que generaron una inflación récord. Esta no es más que uno de los mecanismos de trasvase de rentas del trabajo al capital, una constante en el capitalismo. Las transferencias de rentas en ocasiones se hacen a través de mecanismo directos, como los impuestos al consumo de la clase obrera, que luego revierten en subvenciones directas a la actividad empresarial con todo tipo de justificaciones: contratación inclusiva, transformación verde, expansión de las capacidades instaladas, contratación indefinida, etc.
En otros casos, se da por mecanismos indirectos de tipo económico, fundamentalmente la propia inflación. Esta reduce el valor de los pequeños ahorros de las familias obreras, haciéndolas más dependientes de su salario, mientras que se incrementa el precio de las mercancías, cuya venta está controlada por la burguesía.
Pero un segundo trasvase se hizo a escala mundial. La globalización del uso de las principales divisas (en el comercio internacional o como moneda de reserva) mitiga la inflación por debajo de la impresión real de dinero: al no existir un patrón oro, el precio del billete se sostiene con el valor de la producción de todos los países que utilizan una determinada divisa. La nuevos dólares y euros impresos acaban en manos del capital de los países emisores, produciéndose una transferencia masiva de valor desde el proletariado mundial al capital y desde los países periféricos a los centros del capitalismo.
Esta reestructuración de la apropiación del valor a escala doméstica e internacional tiene como consecuencia directa la pérdida de capacidad adquisitiva de los salarios. Dicho en otras palabras, la reducción de la demanda solvente, la superproducción relativa.
Pero como antes mencioné, este es solo el aspecto sintomático, no el verdadero origen, que es estructural al capitalismo. Cuando el océano de liquidez de los paquetes de estímulo de la pandemia llegó a los bancos; estos, fieles a la naturaleza del capital financiero, reinvirtieron los fondos en paquetes de hipotecas y bonos del tesoro, activos típicamente fiables en periodos de expansión económica. La inflación, sin embargo, obligó a los bancos centrales a subir los tipos de interés, reduciendo la rentabilidad de estas inversiones. El Silicon Valley Bank, el First Republic, el Credit Suisse o el Deutsche Bank han estado entre los damnificados.
Lejos de un problema de gestión, esta situación nos muestra cómo el capitalismo navega entre dos mares agitados. Si los bancos centrales suben los tipos de interés, baja la inflación, pero se perjudica a las inversiones del capital financiero. Pero si estos se mantienen o bajan, mejoran la estabilidad de los bancos, a costa de una inflación al alza, que deteriora el consumo.
Y si el mal mayor parece estar en el consumo, nada como generar una demanda artificial, pero de un consumidor muy solvente: el propio Estado burgués. Me refiero, por supuesto, a los programas de rearme y militarización que se extienden por el viejo y nuevo mundo, con el gatillo dispuesto a borrar el Este de Europa del mapa y el ojo puesto en los balances de cuentas.
¿Qué hacer? La fuerza militante
Volviendo a la pregunta del inicio, ¿estamos, particularmente la actual generación joven, condenados a ser prisioneros de una vida en crisis?. Como hemos visto en las líneas que preceden, las crisis son una constante y una necesidad en el capitalismo. Por lo tanto, en la medida en que vivamos bajo la bota de este sistema, la clase obrera está condenada a vivir crisis periódicas.
El capitalismo puede ser y ya ha sido superado por un modo de producción construido por y para la clase obrera. Las propias crisis del capitalismo son una condición necesaria para las crisis revolucionarias. Ahora bien, la superación del capitalismo no es la sustitución de una vieja élite por otra nueva, un cambio de familias en el poder. Es la abolición de la explotación misma, la liberación de las mayorías trabajadoras, la construcción consciente de una sociedad en que desaparezcan las cadenas. No hay revolución sin una organización, conciencia y capacidad de lucha de una parte significativa de la clase obrera del país.
De forma más teórica, podemos decir que el capitalismo pone las condiciones objetivas para su propia abolición, mientras que la clase obrera debe preparar las condiciones subjetivas, proceso revolucionario en el que se profundiza en otro artículo subsiguiente. El discurso y la actitud de aquellos sectores obreros y pequeñoburgueses que han virado hacia posiciones socialdemócratas es que en España no existen esas bases. Ni existirán, si de ellos dependen. El proceso de creación del factor subjetivo de la revolución supone un acumulado de fuerzas donde se crean organizaciones de masas allá donde la clase obrera estudia, vive y trabaja. Este es un proceso consciente, que solo puede desarrollarse bajo el impulso y la dirección de un Partido Comunista.
Pero, además, es falsa la idea de que en España no exista lucha. Existe, pero contenida por burocracias afines al gobierno socialdemócrata, sin una conciencia política desarrollada más allá del instinto de clase y en ausencia de organizaciones que permitan la independencia de las posiciones de clase. Existe la chispa, ahora falta que incendie la pradera. Esa es la labor y el empeño de la organización revolucionaria: que el capitalismo no nos condene a una vida en crisis, que seamos nosotros quienes condenemos a este al basurero de la historia. Para ello, la tarea más importante es desarrollar la fuerza militante. En los CJC y el PCTE estamos comprometidos a crear la trinchera de lucha.