Hay una pintada en un pueblo de la Alpujarra almeriense cuyo contenido merece estar en el olimpo del ingenio popular junto con clásicos como «vanpiro esiten» o «emosido engañado». Simple y sincera la pintada dice: «sois muy listos». Una apelación a no fliparse, a caminar de forma más llana por el mundo. Pienso mucho en ella por ser capaz de resumir lapidariamente lo que me pasa por la cabeza a la hora de leer ciertos debates sobre comunismo en internet. No es sorpresa para nadie si digo que en el micromundo comunista, sea relativamente usual la gente, normalmente hombres, que se creen muy listos. Afirmaciones categóricas, sarcasmo hiriente, lenguaje innecesariamente complejo, son algunas de las señales más exageradas de esta peculiar inteligencia. Más allá de la broma y de extraños comportamientos individuales en los que podemos caer, en la historia de la tradición comunista se ha tenido que pelear con ciertas tendencias al mesianismo y sectarismo que tienen como uno de sus orígenes una relación poco comunista y menos colectiva con cómo se desarrolla y entiende la teoría revolucionaria. Una relación tóxica que tiene implicaciones prácticas y que merece la pena examinarse.
I. Olvidarse del proceso
Como comunista, hombre y listo que soy, dejadme que explique mi teoría. Los comunistas aspiramos a dar explicaciones totales de cómo se articula la realidad social para transformarla. Como esto es difícil, aplicamos un método que, resumidamente, primero abstrae —es decir, se queda con aquellas partes con más potencial de explicar ese todo— y, luego, tira del hilo para a partir de esas abstracciones, reconstruir, ordenar y relacionar cada vez más partes hasta tener un mapa que refleja la realidad social de una forma más precisa. Este método tiene la potencia de, a partir de pocas categorías, interpretar la realidad de forma increíblemente efectiva y accesible. Marx, por ejemplo, a través de la noción de mercancía, desarrolla progresivamente cada vez más conceptos, como el de capital, fuerza de trabajo, etc., que le permiten aproximarse a una explicación cada vez más completa y científica de cómo funciona el capitalismo. Esto es genial, pero la confusión o desconocimiento entre cómo se exponen estas categorías y en cómo se llega a ellas —es decir, el entender y practicar el proceso por el cual se fraguan— puede llevar a desviaciones de método graves con enormes problemas políticos asociados.
El teniente Kim Kitsuragi del videojuego Disco Elysium explica uno de estos problemas de manera muy precisa: «cierto tipo de joven lee uno o dos libros y, súbitamente, cree que comprende las estructuras secretas de la realidad». Sí, tú y yo también hemos sido ese tipo de joven. Con suerte lo habremos dejado de ser; pero hay gente que, además de no conseguirlo, está orgullosa de ello. Su visión del comunismo queda atrapada en una suerte de obsesión por cuadrar todo rincón de la realidad, todos los procesos históricos, en ese aparato conceptual. Se olvidan las razones originales y el método por los que los autores guiaban sus investigaciones, quedando únicamente sus conclusiones y no su sistema y trayectoria. Olvidamos muchas veces que Marx o Lenin desarrollaron su investigación y estudio durante largos periodos de lectura obsesiva y consulta de datos mercantiles y legislativos de todo tipo antes de presentar sus resultados públicamente. También, y sobre todo, se ignora u olvida el propósito original de estos autores para llevar a cabo sus distintos trabajos: el de dotar a la clase trabajadora de herramientas para su emancipación. La ortodoxia marxista debe de situarse siempre en el método, en la manera de hacer las cosas y el lugar en la historia desde el cuál se hacen; y nunca hacer de las abstracciones, de las categorías que se usan para entender la realidad, la ortodoxia misma.
II. Olvidar (o no tener) el plan
La incomprensión del método y del proceso de investigación se expresa siempre de manera reactiva. Por ejemplo, cuando aparece un nuevo fenómeno que no se puede explicar claramente recurriendo a las categorías conocidas, se da una contradicción que muchas veces no tiene solución dentro del marco conceptual aprendido. Un ejemplo habitual de esto es intentar colocar la noción de mercancía a cualquier cosa: ¿los datos que generamos en internet? Mercancía. ¿El tiempo? Mercancía. ¿Todos los productos culturales? Mercancía. Se acaba repitiendo tanto la categoría para explicar fenómenos donde no se sabe fundamentar cómo exactamente encaja o por qué se afirma tal cosa que acaba perdiendo completamente su potencial explicativo. La solución a esta fricción entre pensamiento y realidad solo puede provenir de una profundización en la última a través de la primera. Desgraciadamente, muchas veces se prefieren añadir nuevas categorías o extender las existentes sin partir del análisis concreto de la situación concreta, desvirtuando el método materialista dialéctico y cayendo irremediablemente en el eclecticismo. En definitiva ocurre una inversión del método marxista: se pretende, conscientemente o no, que la realidad cuadre con la teoría, en lugar de que la teoría responda, explique y por tanto tenga el potencial de transformar el desenvolvimiento mismo de la realidad.
Otra versión de esta incomprensión, mucho más sutil, es la de justificar la práctica política o ciertas creencias escogiendo aquellas teorías, ideas, interpretaciones o autores que más se ajusten a ellas. En este caso, la teoría no se construye, sino que se conforma yendo al catálogo de las ideas y eligiendo aquellas que mejor encajan con lo que se iba buscando. Esta es la otra forma del eclecticismo: que no parte de una filosofía o comprensión unitaria del mundo y por tanto no es capaz de integrar o explicar desde dicha concepción filosófica el conjunto de elaboraciones teóricas no científicas, sino que busca añadidos teóricos de otras capas sociales limitando de esta forma el potencial transformador y práctico de la teoría.
Cuando esta práctica deja de ser un comportamiento individual y se convierte en política organizativa el problema es aún más grave. Las necesidades políticas y organizativas más inmediatas o la reactivad a la propia actualidad política acaban rigiendo la elaboración teórica y el programa. Este pensamiento de carácter reactivo, tacticista de principio, es la manera de pensar por definición del espontaneísmo. Un pensamiento moldeado completamente por el desarrollo de los acontecimientos y que, en consecuencia, es inconexo, ecléctico y contradictorio; que, por tanto, no puede hacer otra cosa que reproducir ciertos aspectos del sentido común burgués. Se anula el pensamiento estratégico, comunista; y, en consecuencia, la capacidad de marcarse metas lejanas, revolucionarias no sólo de palabra, y en base a ellas articular un plan. La ausencia de estrategia clara en la elaboración teórica tiene como resultado la ausencia de doctrina y, en consecuencia, la incoherencia de la línea política conforme va pasando el tiempo, así como la consecuente falta de unidad político-ideológica y el seguidismo a las tendencias intelectuales del momento.
Estas dos desviaciones (reactividad rígida y reactividad flexible, para entendernos) comparten como propósito el justificar lo que ya existe, el estado actual de cosas, y, por tanto, relegar o imposibilitar la transformación radical del presente como objetivo. Alejarnos de ellas exige que nos entrenemos en pensar y vivir la dialéctica; en observar el mundo siempre en perpetuo movimiento e identificar las claves y resortes para transformarlo. Unos ejercicios que los capitalistas practican con bastante más asiduidad que muchos comunistas.
III. En busca de las buenas ideas
Un breve vistazo a la historia de la ciencia enseña cómo teoría y práctica forman parte de un binomio indisoluble donde una se va dando la mano con la otra, muchas veces de forma clara y evidente, otras mezcladas y confundidas, con un objetivo común: resolver problemas, «objetivos» que van surgiendo en el lento y laborioso desarrollo del conocimiento humano.
Marx lo tenía claro: la humanidad se propone siempre únicamente los objetivos que puede alcanzar, porque estos objetivos, estos problemas, sólo brotan cuando se están gestando las condiciones materiales de su realización. Estos problemas son los momentos del propio desarrollo histórico en los que hay que fijar el ojo y atacar con todo el armazón teórico de que se disponga, desarrollando en el camino nuevas herramientas para abordarlos cuando sea necesario. El artículo que sigue desarrolla desde un prisma menos coloquial cuáles son esos momentos.
El caso es que quienes resuelven estos problemas necesitan estar insertos en aquellos lugares donde estos se viven de forma más intensa. Y es ahí, cuando la estructura y superestructura se entrelazan apasionadamente, donde brotan las buenas ideas capaces de articular una transformación radical de la realidad: ideas que no son ni espontáneas ni importadas de la academia, porque se integran en la cosmovisión científica, ni tampoco abstracciones rígidas e inservibles, porque brotan de la propia realidad.
IV. Un ejemplo, el modelo de partido
Este foco en el problema y en el objetivo como primer momento para abordar de forma constructiva y no reactiva todos los debates es fundamental. El ejemplo con el modelo de partido es claro. La pregunta, en este caso, el problema que hay que abordar, es qué tipo de estructura organizativa es necesaria para superar el capitalismo dadas las condiciones presentes. Este problema tiene muchas ramificaciones pero esencialmente se desdobla en tres: las tareas y responsabilidades de los miembros del partido, la relación del partido con las masas y la forma de asegurar la democracia y la unidad de acción. Las respuestas a estas preguntas son muy variadas. Cada respuesta traza una hipótesis de trabajo, una hipótesis que sólo puede ser validada en el transcurso del tiempo y que seguro que necesita de desarrollos ulteriores al calor de la experiencia para funcionar. Mirar a la historia es una forma de atajar, pero siempre debe hacerse conforme a las recomendaciones de la DGT: mirando el retrovisor y evitando por todos los medios conducir en dirección contraria a la flecha negra del tiempo.
La manera en la que se conforma el partido bolchevique es muy ilustrativa. Lenin, principal artífice de este, parte primero de una orientación estratégica clara: la superación del capitalismo como algo que necesita de la intervención activa de la clase trabajadora, cuestión resumida en la máxima: la revolución no se hace sino que se organiza. Esta es la hipótesis de trabajo de Lenin frente a la hipótesis de Bernstein de la llegada del socialismo a través de la reforma y la espera. Para responder, Lenin observa lo que considera las experiencias revolucionarias y formas organizativas más avanzadas en su época para lograr este objetivo: la comuna de París y la socialdemocracia alemana. Pero la reproducción de sus formas no conforman el centro de su reflexión y práctica, sino que sirven como una fuente de inspiración para ayudar a responder a los problemas político-organizativos que los bolcheviques tuvieron que ir enfrentando históricamente para lograr su objetivo estratégico. Es en este proceso de búsqueda y respuesta, de teoría y práctica, donde se acaba conformando un nuevo tipo de partido victorioso moldeado por la historia, con algunas características más particulares, otras más universales pero que entendido como totalidad trasciende, necesariamente, las formas originales que le pudieron servir de inspiración. Parte de los desarrollos de los primeros congresos de la Internacional Comunista así como la elaboración teórica de otros dirigentes comunistas como Gramsci suponen precisamente la formalización y abstracción de estas universalidades del partido bolchevique, que tenían como objeto orientar la acción de los partidos comunistas tras la derrota del ciclo de revoluciones de 1917.
Lenin escribió al final del Estado y la Revolución que era más dichoso vivir la revolución que escribir sobre ella. Ese espíritu tan vivo explica por qué es raro encontrar en revolucionarios como Lenin obras cuyo centro y tema sean interpretaciones largas y detalladas de qué pretendía hacer o decir otro autor u organización. Es raro porque las interpretaciones por sí solas no solucionan los problemas a los que uno se tiene que enfrentar para avanzar. Centrar el debate en la interpretación de una u otra corriente, de una determinada práctica política, es la mayoría de las veces un ejercicio escolástico con la intención de justificar lo que ya se hace, o lo que se cree que hay que hacer a base de reivindicar el éxito de otros como propio.
V. Apuntes finales para ser muy listos
En conclusión, la elección de los problemas a resolver moldea de forma decisiva el desarrollo organizativo e individual; lo cual reside en la dialéctica entre medios y fines. Objetivos relevantes, organizaciones relevantes. Cuando el foco se desvía a que las abstracciones cuadren artificialmente, a la interpretación de la tradición y, en definitiva, a la adaptación mecánica del pasado a nuestra práctica del presente, nos estamos poniendo objetivos minúsculos, de carácter puramente académico y sectario.
Objetivos que no tienen como propósito potenciar y elevar la práctica, sino consolidar lo existente, lo que ya se hace; objetivos, por tanto, que generan una teoría y doctrina pobre. La fuerza del comunismo científico reside en que su objetivo final, la superación del capitalismo, impulsa investigaciones crudas y directas que producen conocimiento extraordinariamente útil. La inteligencia de los grandes comunistas reside precisamente en que, partiendo de este objetivo final con máxima rigidez estratégica, supieron ser flexibles, adaptarse sin caer en esquematismos, sin perderse en las abstracciones y mirando de frente la realidad.
Esta es la inteligencia que necesitamos ejercitar todos los comunistas colectivamente, la de dar respuestas a cada situación concreta, a cada desafío de la lucha de clases, de forma coherente con el método dialéctico y la revolución. Es la inteligencia de saber qué problemas han de ser abordados en cada momento y cuáles no; una inteligencia capaz de encontrar en el presente y no únicamente en lo que existió la fundamentación de por qué hacemos lo que hacemos y por qué vamos por un camino y no por otro. Una inteligencia, en definitiva, que pueda mirar cara a cara a la pintada de «sois muy listos» y reírse de ella porque su pretensión no sea la satisfacción de saber mucho, ni la de tener razón, sino el enriquecimiento teórico y práctico no individual sino colectivo para transformar la realidad que nos es dada.