Gabriel Celaya murió en 1991. Fue un año de muchas derrotas. Un año de finales tristes, de etapas en suspenso. Algunos, felices y apocalípticos, vaticinaron el fin de la historia. Que se acabó lo que se daba, se decía. Pero las cosas, claro, siguieron; y así han pasado 30 años hasta hoy. Y aquí estamos, en el mismo punto pero un poco más cerca de lo que viene, poniéndonos en pie, echando a andar de nuevo, a la calle que (ya saben) es hora de pasearnos a cuerpo. Y recordando al poeta que cantó aquello.
Un retrato por etapas
Gabriel Celaya fue un hombre con tres nombres. Le bautizaron como Rafael Gabriel Juan. Este hijo de una familia de la mediana burguesía vasca quiso ser pintor antes que poeta, pero sería, antes que nada, un ingeniero destinado a gestionar la empresa familiar. Como a todo hijo de la burguesía que se precie, le mandaron a estudiar a Madrid, con tan mala pata para la familia que el joven Rafael Gabriel Juan fue a parar a la Residencia de Estudiantes, donde coincidirá con lo más granado de la Generación del 27 y quedará secretamente determinado a hacerse poeta.
El primer libro de Gabriel Celaya, Marea del silencio, se publica en 1935, cuando sólo tiene 24 años. Pero no aparece firmado como Gabriel Celaya, sino como Rafael Múgica. Su segundo libro, La soledad cerrada, se hace con el premio Bécquer en 1936. Pero la aventura poética parece que quedará en eso, porque Celaya ha de volver a San Sebastián, para incorporarse a la empresa familiar. No sabrá en ese momento que cogerá el último tren que salga de Madrid para San Sebastián antes del golpe de Estado. Y allí le pilla la guerra. Celaya se moviliza en defensa de la República, participa como capitán de gudaris. Con la caída de Euskadi, será hecho prisionero y pasará el resto de la guerra en Burgos, obligado a desempeñar tareas auxiliares.
La soledad cerrada no se publicará hasta 1947, cuando lo haga el propio poeta en su editorial. Lo que se abre para Gabriel Celaya con el estallido de la guerra y la posguerra es un largo silencio de doce años que le sumirá en una profunda insatisfacción personal y existencial. Marginado de todo, vencido y derrotado, continúa escribiendo y definiendo una conciencia en la que arraigará la militancia comunista y, sin duda, la mejor poesía social española de lo que quedaba de siglo.
La poesía social, conciencia de varias generaciones
Se ha hablado mucho sobre la poesía social de los 50 y los 60 en España. A los poetas de la Generación del 36, la gran generación perdida de la lírica española, les sucedieron los poetas del 50 o de la Generación de posguerra, a quienes la guerra les cogió niños. Gil de Biedma, una de sus plumas más representativas, dijo con cinismo de él y sus colegas: “señoritos de nacimiento por mala conciencia escritores de poesía social”.
Tras su vuelta a la vida y a la poesía, Celaya alcanza el culmen de su obra en los primeros 50. En 1951 publica Las cartas boca arriba; en 1952, Lo demás es silencio; en 1953, Paz y concierto; y en 1955 la obra cumbre de la poesía social española, y su cenit literario, Cantos iberos. La poesía de Gabriel Celaya ha transitado de lo existencial-personal a lo colectivo, sin perder esa hondura de sus primeros libros. Celaya había abandonado para siempre la vida burguesa y la fábrica familiar en 1947, al poco de conocer a su compañera de por vida, Amparo Gastón, con quien funda la editorial Cuadernos de Poesía Norte.
En torno a Celaya se reúnen una serie de poetas que participarán en este movimiento poético, como Blas de Otero (el más cercano en tiempo y forma), José Agustín Goytisolo, el mencionado Gil de Biedma o José Hierro. Como decimos, no fueron en realidad demasiados, o fueron quizás muchos. Según se mire. Porque lo cierto es que aquello de poesía social es casi un pleonasmo. Toda poesía es necesariamente social, no puede dejar de serlo, otra cosa es que su vocación sea más o menos colectiva, hermética y pretendidamente elitista o popular. En unos casos su opción social, individualista y sin vocación universal, la condena al olvido por insignificante. En otros, lo social de la poesía lo es en términos amplios, no sólo de tema, sino de destinatario: el pueblo.
Lo cierto es que lo que eleva y hace diferente algunos libros de poesía durante los 50 y 60 como para hacerlos merecedores de la categoría “social” y que tenga un sentido más allá de la inevitable naturaleza de toda obra artística, es el carácter militante, colectivo o de conciencia clasista y abiertamente política. Celaya, militante del PCE, es el máximo exponente de esto. Blas de Otero, también afiliado al PCE en el 52, le dará continuidad. Goytisolo y Gil de Biedma, que también pasaron por el Partido, serán los más destacados de la generación de posguerra. Son estos, quizás, los cuatro grandes de la poesía social de entre los que residían en España. Recordemos que en el exilio continuaban figuras de la talla monumental de Alberti o de Cernuda, también en este compromiso.
Una poética cargada de futuro
Una mirada superficial nos podría dejar el retrato de un Gabriel Celaya reducido a sus libros de los primeros 50, a Cantos Iberos, al musicado por Paco Ibáñez. Ciertamente fue su mejor época. Pero es Celaya un poeta complejo, con una larguísima trayectoria que reúne más de cincuenta poemarios. Se suele decir que pasó por varias etapas estilísticas: surrealista, existencial, social y órfica. Algunos críticos lo dividen, quizás más certeramente, en tres periodos, uno de iniciación, uno de madurez y uno de culminación. De cualquier manera, lo que resulta es un periplo poético complejo, en el que la búsqueda formal estuvo siempre entre las preocupaciones del poeta, sin perder nunca de vista un contenido existencial, histórico y social.
La poesía social de Celaya es la más recordada no sólo por su contenido, sino también por su síntesis y hallazgos formales. Si poemas como España en marcha se han convertido en cumbres de la poesía española no es por lo preciso de su lenguaje y la conexión política y emocional con el público de su tiempo, sino por una perfección formal extraordinariamente acertada, muy pensada. España en marcha, por ejemplo, forma doce estrofas de tercetos, octosílabos los dos primeros versos y de dieciséis el tercero, que fluyen en una prosodia propia del versolibrismo. Será Celaya un verdadero maestro de las estructuras del verso libre o semilibre. Y un investigador infatigable, clásico y vanguardista, moderno, que dramatiza el verso o le da forma de crónica, que lo hace fórmula científica o canto popular.
La obra de Gabriel Celaya, llena de humanidad y conciencia, está cargada de futuro. Su poética es joven aún. Sus temas y preocupaciones, actuales. Su sentido, más necesario que nunca.