Nacida en Langreo, Asturias (1980), estudiaste periodismo en Madrid y has trabajado, colaborado y dirigido diversos medios de comunicación, has publicado varios libros, y participas en el podcast rural Dalle Mio Nena. Eres autora, junto al ilustrador Alfonso Zapico, de las obras Los niños de humo (2018), Carboneras (2020) y Rastros de ceniza (2022), que cuentan las luchas y la vida de la clase obrera asturiana, esa vida en la que ya desde niños y niñas el olor a humo que impregna su ropa queda impreso en su identidad. Es un placer contar contigo en este número del Juventud!. Cuéntanos, ¿qué queda hoy de aquel olor de los niños de humo?
Ya no hay minas de las que se saque carbón, pero el carbón y el humo lo llevamos en el ADN. Eso es lo que nos queda, los recuerdos. Pero no solo los recuerdos que nos cuentan escenas, anécdotas o conversaciones, no. También la memoria que nos habla de lucha, de colectivo, de lo que se puede hacer cuando los trabajadores se unen por una meta común. Supongo que con el paso de los años se irá diluyendo, por eso es tan importante crear narrativa que nos hable de donde venimos.
Hace ya más de 175 años dos jóvenes proclamaron: toda la historia de la humanidad es hasta nuestros días la historia de la lucha de clases. España no es ninguna excepción, y no es ningún secreto que a la cabeza de las luchas obreras de nuestro país han estado, históricamente, los mineros asturianos. Es incomprensible no solo la historia, sino la propia identidad asturiana, sin conocer el largo recorrido de las luchas mineras cuyos ecos siguen retumbando entre sus valles. Todas las familias obreras de Asturias tienen decenas de dolorosas anécdotas para contar a sus hijos y nietos. ¿Cuánto hay de personal, de familiar, de recuerdos y sentimientos colectivos, en la historia que narras en tu Trilogía Minera?
Cuando era pequeña estaba convencida de que lo normal en la vida de una “guaja” era que a su alrededor hubiera represaliados por el franquismo, militantes comunistas duros de roer, mineros sindicalistas, familias con historias trágicas que incluyen muertos en cunetas. Fue al irme a vivir a Madrid cuando descubrí que no, que eso era algo “extraordinario”. Tengo una familia muy activa políticamente, militantes comunistas que siempre quisieron cambiar el mundo para mejor desde la participación, así que hay mucho de personal en lo que cuento. Las historias que me han contado, que me cuentan, los que lucharon por la libertad son mis verdaderas musas.
Las protagonistas de Carboneras son, como lo señala su propio título, ellas mismas, mujeres que no solo realizaban trabajos tan duros como los de sus compañeros bajo tierra, sino que también estaban en primera línea del frente en la lucha obrera. Y la represión política toma con ellas un grado de brutalidad adicional: está siempre mediada por la violencia machista que destruye moral y físicamente a la víctima. Las historias de las carboneras y del resto de compañeras son las historias de la clase obrera asturiana, y sin embargo son historias que suelen quedarse en las sombras de la memoria colectiva. A pesar de ser una historia ficticia, ¿fue concebido, Carboneras, con la intención de arrojar luz sobre aquellas historias y experiencias compartidas por tantas mujeres, pero olvidadas con el tiempo? ¿Crees que existe hoy una comprensión más integral de las luchas de nuestra clase y del papel que las mujeres han tenido –y tienen– en ellas?
Soy mujer y como tal llevo entre mujeres toda la vida. Escribir Carboneras fue un acto concebido para darles valor a ellas ya no solo en la lucha obrera, que también, sino en el día a día. Las mujeres son las que sostienen los pilares de una casa. En las cuencas mineras ahora sabemos también que incluso los pilares de una sociedad. Creo que cada vez hay más comprensión y más altura de miras para tenerlas a ellas presentes cuando hablamos de lucha de clases. Y a lo mejor era tan fácil como escuchar a nuestros mayores. Uno de esos históricos comunistas que yo conozco desde que nací, Fausto Sánchez (que murió en la pandemia), siempre nos insistía en la labor de las mujeres durante la posguerra, durante los años duros del franquismo, en la clandestinidad, en el exilio… Sin ellas, defendía Sánchez, nada hubiera sido posible. No es que nunca nos hubiéramos fijado hasta ahora en ellas de manera consciente, es que las mujeres fuimos invisibles, no contábamos ni para las crónicas. Todavía sigue siendo así en tantos países del mundo…
Son conocidas otras obras que narran la cotidianeidad de nuestra clase, los vínculos personales que se establecen entre sus miembros, las historias y los sentimientos compartidos por la situación vital que, con todas sus particularidades individuales, no dejan de tener vínculos comunes que atraviesan todas nuestras experiencias personales. Pensamos, por ejemplo, en la conocida película Novecento, de Bernardo Bertolucci, en Germinal, de Émile Zola, o, por tomar un ejemplo reciente, Existiríamos el mar, de Belén Gopegui. ¿Crees que en este tipo de arte, de literatura, que capta la realidad cotidiana de nuestra clase, existe algún tipo de vínculo? ¿Te han servido de inspiración otras obras anteriores que, aunque narren historias distintas, comparten su componente de clase?
Dice el profesor de lengua Benigno Delmiro Coto que la literatura es “el pozu que nun cierra”. La narrativa de clase obrera tiene unos vínculos fortísimos porque al final de lo que habla es de la lucha diaria por mejorar, por tener esperanzas, porque la gente de tu alrededor también las tenga. Hace años me pidieron que escribiera el prólogo de El círculo de los blasfemos, un libro del escritor Alberto Prunetti. Todas las obras de Prunetti hablan de su origen y pertenencia a la clase obrera, del trabajo de su padre, del papel de su madre… Leyéndolo para escribir sobre ello me di cuenta que sí, que hay vínculos. Porque es el trabajo, la pertenencia a un colectivo en el que todos sus miembros tienen los mismos deseos de mejorar y sufren las mismas injusticias, lo que te hace parecerte. Da igual que seas soldador en Turín, limpiadora en Ibiza, aparcacoches en Bristol, o minero en La Guajira.
Tu padre fue un militante comunista, y sabemos que, además de tu obra, asumes un compromiso político y militante en otros espacios de tu vida, como en la participación de la Plataforma de Mujeres Periodistas de Asturias o de la Plataforma #Lasperiodistasparamos en el contexto de la huelga convocada el 8 de marzo de 2018. Hay, a lo largo de nuestra historia, numerosos ejemplos de escritores y escritoras, como Raúl González Tuñón o María Teresa León, que asumieron un compromiso político y militante con las distintas luchas de la clase obrera. En tu opinión, ¿qué papel puede jugar un escritor o una escritora en las luchas contemporáneas de nuestra clase?
Desde luego si lo que te mueve en la vida es el compromiso con unas ideas lo trasladas sí o sí a tu arte. No hace falta que nadie te lo diga ni que tú te lo pidas a ti misma. Te sale. En mi caso al menos… Yo no soy militante de ningún partido, ni nunca lo seré (creo) precisamente porque no concibo que exista alguien que dirija mis palabras. Supongo que para algunos esto será un “fallo”, pero yo lo que tengo claro a esta edad es que no se necesitan carnets para demostrar el compromiso con la clase trabajadora, con la lucha por los derechos y con la defensa del bienestar obrero. Pensé que me ibas a preguntar si tenía pensado dar el salto a la política activa. La respuesta iba a ser: No lo descarto.
Muchas gracias por concedernos esta entrevista, Aitana, ha sido un placer.
A vosotros.