¿Es de verdad este el único sistema viable? Hoy, en el mundo entero, millones de personas son condenadas a exponerse al contagio porque la rueda del trabajo no puede parar, porque valen más los beneficios de unos pocos que la vida de muchos. Hoy hay millones de personas sin acceso a medios sanitarios o con medios insuficientes, millones de personas que viven en barrios hacinados y viviendas reducidas, millones de personas que han visto como la crisis económica desatada por la pandemia les deja al borde del abismo o ante un horizonte lleno dificultades.
En nuestro país esta realidad no es distinta: índices más altos de contagio en los barrios obreros, colas para recoger comida, hospitales públicos saturados… Tampoco entre la juventud: hemos trabajado estos meses expuestos en los supermercados, en el sector del reparto, en las fábricas, en tiendas o en cafeterías por sueldos de miseria, echando horas sin parar porque es más fácil despedirnos, porque necesitamos el dinero para nuestra familia, para poder estudiar o para poder emanciparnos. Una juventud entre dos crisis condenada a ser la punta de lanza en la destrucción de todo derecho.
La crisis económica acelerada por la COVID-19 no ha hecho sino intensificar todas estas violencias que ya eran nuestra cotidianeidad, nuestro día a día: aumentando las brechas que alejan a los hijos e hijas de la clase obrera de la enseñanza, aumentando las dificultades que nos alejan de poder emanciparnos, aumentando las desigualdades que sufren las mujeres trabajadoras, aumentando el miedo y la poca esperanza ante el presente y el futuro, y aumentando con ello además los altos índices de depresión y ansiedad.
¿Cómo puede ser el único sistema viable aquel que genera porcentajes tan altos de depresión entre los jóvenes? ¿Cómo puede ser el único sistema viable aquel en el que millones son condenados a la guerra y la miseria y criminalizados cuando intentan huir de ella? ¿Cómo puede ser el único sistema viable aquel en el que hay ciudades abarrotadas y pueblos despoblados, gente sin casa y casas vacías, barrios sin apenas acceso cultural pero repletos de casas de apuestas?
Por suerte no lo es, por mucho que nos hayan convencido de que sí, por mucho que nos hayan colocado los limites hasta de lo imaginable. Porque si la pandemia y la crisis económica han intensificado todas las miserias de este sistema, también han mostrado más claramente que nunca que somos nosotros, la clase obrera, los que ponemos el mundo en marcha: sin nuestra fuerza no se mueve nada y, en consecuencia, con nuestra organización se puede parar todo, se puede cambiar todo.
Y para ello hace falta que tengamos claro quiénes son los culpables. Porque sí, hay culpables. Son culpables aquellos que viven en amplias mansiones y chalets, quienes deciden el rumbo de nuestras vidas desde consejos de administración, despachos y parlamentos: los capitalistas y gestores políticos a su servicio. Son culpables aquellos reaccionarios que quieren enfrentar al último con el penúltimo, que quieren arrasar con todos nuestros derechos, y también aquellos que dicen estar del lado del pueblo. La socialdemocracia, y estos meses han sido buena prueba de ello, no cuestiona este sistema, solo gestiona nuestra miseria, nos ofrece migajas según los márgenes que le ofrecen los beneficios de las grandes empresas y alimenta el miedo para que nos limitemos a lo que dicen que es el “mal menor” y lo “único posible”.
Pero ya es hora de romper con sus límites, de romper con sus posibles y elegir lo necesario, elegir transformarlo todo de raíz, elegir luchar cada día contra todas las violencias de este sistema. Ya es hora de salir a las calles, de tomar los institutos, las universidades, los barrios, los centros de trabajo, las fábricas… construyendo una trinchera en cada uno de nuestros espacios de vida y trabajo. Ya es hora de tomar partido y volver a levantar la bandera roja como símbolo de combate y esperanza por una nueva sociedad, por un nuevo país, uno bajo nuestro control que se organice en todos sus ámbitos para el bien común y no para el beneficio de unos pocos: un país para la clase obrera.
¡Elige lo necesario!
¡Elige comunista!
¡Únete a la Juventud Comunista!