Este 12 de agosto se celebra el Día Internacional de la Juventud, fecha conmemorada por países e instituciones de todo el mundo para “apostar por las generaciones futuras” y revindicar a la juventud como motor de dinamismo por un “mundo mejor”. Resulta especialmente llamativo el contraste estos días entre esta fraseología de las instituciones y Gobiernos y la realidad de políticas contrarias a los intereses de la juventud de extracción obrera y popular, de ataques y crecimiento de la explotación y desesperación entre los hijos e hijas de la clase obrera de todo el globo. Es por ello por lo que es de justicia reclamar que el Día Internacional de la Juventud sea no un día de celebración sino un día reivindicativo y de lucha.
Pese a las diferencias culturales y los distintos contextos socio-políticos de cada país, las y los jóvenes compartimos toda una serie de problemáticas e incertidumbres comunes bajo el sistema capitalista. Cada año, más jóvenes vemos negado nuestro derecho a estudiar debido a nuestra posición socioeconómica. Las políticas de privatización, la libre entrada de empresas en nuestros centros educativos y la recaudación de tasas o pagos en cualquier nivel educativo, que únicamente buscan limitar el acceso a la educación y potenciar su carácter elitista, así como garantizar el cumplimiento de las necesidades más inmediatas del mercado, convierten en un privilegio lo que debiera ser un derecho fundamental. Una de las consecuencias más alarmantes es el número de jóvenes analfabetos, una cifra que se ceba especialmente con las mujeres jóvenes de todo el mundo.
Una vez acabados los estudios, la juventud obrera nos encontramos con otra penosa realidad, convirtiéndonos en el sector más vulnerable dentro del mercado laboral: mayores tasas de desempleo, temporalidad y parcialidad no deseada, menores mecanismos de garantías y protección, mayores dificultades para la organización político-sindical… La precariedad protagoniza el día a día en nuestros trabajos, sirviendo a su vez como pretexto para reducir a la baja las condiciones del resto de la clase obrera. Todo esto nos envuelve en un contexto en el que la inestabilidad y la fragilidad prácticamente imposibilitan nuestra emancipación o el desarrollo de un proyecto de vida digno. Los jóvenes nos vemos obligados a destinar elevadísimas cuantías de nuestros salarios al pago de la vivienda, por lo que muchos tenemos que seguir viviendo en el domicilio familiar o bien seguir dependiendo de la ayuda económica de nuestras familias. Por otro lado, el acceso a la cultura, al ocio, al deporte, etc., está estrictamente restringido. Nos empujan a un ocio insano, alienante y que promueve actitudes individualistas, que no hace sino intensificar situaciones de malestar psicológico y mental. Y por último, como ha quedado especialmente evidenciado con la situación actual de emergencia sanitaria desatada por el COVID-19, también el acceso a una sanidad pública y de calidad se ve cada vez más limitado: años y años de recortes y privatizaciones ponen de manifiesto la prevalencia de los intereses económicos sobre los humanos dentro del sistema capitalista.
Todas estas problemáticas se agravan en países que se encuentran bajo ocupación o en guerra. En un periodo en el que las contradicciones inter-imperialistas se intensifican, la juventud se ve forzada a enfrentar la peor cara del capitalismo en su fase imperialista, en la que la incesante batalla por la explotación y el dominio de los recursos del planeta acarrea terribles consecuencias.
El imperialismo, como sistema global, golpea a la clase trabajadora y a la juventud de forma multifacética y además, tal y como se está demostrando con los ciclos económicos, también lo hace cada vez de forma más sincronizada. En este sentido, la pandemia global está fortaleciendo este proceso, sirviendo como catalizador de la crisis que ya se estaba gestando los años previos.
Analizando los datos de la pandemia, desde un punto de vista estrictamente sanitario se podría decir que el virus presenta un riesgo más alto en las personas mayores. Sin embargo, en el plano social y laboral el sector más gravemente golpeado está siendo la juventud. Muestra de ello son las cifras globales sobre la afectación del paro, los despidos y los ERTEs o la “uberización” de las relaciones laborales, que se han disparado durante la pandemia y que afectan principalmente a la juventud. En el plano estudiantil, la realidad de los hogares ha puesto de manifiesto la agudización de la brecha de clase: dispositivos insuficientes o falta de conexión a internet para seguir la actividad docente, espacios inadecuados, familiares afectados por un ERTE, necesidad de realizar tareas de cuidados, afectación psicológica… Condiciones que se dan principalmente en el ámbito de las familias obreras y que redundan en una mayor segregación educativa.
Esto se suma a que, en el día a día, las exigencias de distanciamiento social y confinamiento han evidenciado los enormes problemas derivados de la configuración urbana de los barrios obreros y las condiciones de habitabilidad de las viviendas, además de la certeza de que el empobrecimiento de amplios sectores populares como consecuencia de la crisis económica implicará un acceso a la vivienda cada vez más penoso, reduciendo aún más las posibilidades de emancipación y construcción de un proyecto vital propio de la juventud.
Y mientras tanto, vemos cómo la clase dominante y sus representantes políticos tratan de eludir la responsabilidad que el sistema capitalista, y su afán por primar el beneficio económico ante todo, tiene en esta situación. Se trata de justificar la compleja situación sanitaria a través de comportamientos individuales, sin relación directa o aparente con el sistema de explotación en el que vivimos, ni con la constante privatización y precarización del sistema sanitario. Entre otras cosas, se busca criminalizar a la juventud, situándola como “culpable”, apelando a la “irresponsabilidad” individual, haciendo especial hincapié en el ocio nocturno.
Resulta muy paradójico que frente al ejemplo de solidaridad que buena parte de la juventud ha dado durante toda esta pandemia, como por ejemplo ofreciéndose voluntariamente a ayudar a las personas más vulnerables a realizar diversas tareas o dar clases gratuitas a estudiantes que sufrían la brecha de clase en la educación, los medios de comunicación del capital hagan únicamente hincapié en la supuesta irresponsabilidad en nuestro ocio nocturno. Las conductas irresponsables, que existen (no sólo entre jóvenes), se pueden explicar en parte por un sistema que fomenta el individualismo por encima de todo. Es una actitud cínica por parte de los mismos dirigentes e instituciones que fomentan y mantienen un sistema que reproduce el individualismo pretender que, de un día para otro, en una situación de emergencia sanitaria, toda la población ponga en primer lugar el bien colectivo, igual que lo es poner el foco esencial en este tipo de factores para “criminalizar” y exonerar el contagio masivo a través de los centros de trabajo o el transporte público, donde no se han implementado las condiciones de seguridad colectiva pertinentes, o donde las exigencias patronales y los ritmos y la intensidad del trabajo imposibilitan tomar medidas mínimamente eficaces.
Esta situación, como decíamos, no es exclusiva de nuestro país. La crisis económica, acelerada por la pandemia mundial, nos sitúa a las y los jóvenes de todo el mundo ante la necesidad de unificar nuestras luchas contra la explotación capitalista. En el Día Mundial de la Juventud, los CJC queremos, en primer lugar, reconocer el gran trabajo y sacrificio a todos los y las trabajadoras del sector sanitario (médicos, enfermeros, auxiliares, etc.), que han tenido que afrontar esta compleja situación en condiciones laborables pésimas, con contratos fraudulentos, sin medidas de protección suficientes, con falta de personal y, en muchos casos, sin haber recibido la formación y los protocolos pertinentes. Algo especialmente notorio en los profesionales más jóvenes, muchos de ellos aún estudiantes, de los que se ha pretendido abusar a través de trabajo gratuito o voluntario, mostrando cómo la voluntad del capitalismo no es en ningún momento garantizar la salud de los trabajadores, sino buscar siempre la máxima rentabilidad.
En segundo lugar, queremos destacar que si el sistema imperialista internacional evidencia la necesidad de que la juventud de todo el mundo se una en la lucha contra el sistema capitalista, esta situación de pandemia refuerza esta necesidad de unidad y lucha internacional. Las y los jóvenes tenemos dos claros motivos por los que luchar:
– En nuestros respectivos países es nuestra tarea actuar con altura revolucionaria, ayudar a frenar la pandemia, con entusiasmo juvenil, asistiendo a las personas más vulnerables de nuestra clase, combinando la solidaridad con la lucha por frenar todos los ataques que el capital está llevando a cabo con la excusa de la situación sanitaria. Articular y construir un tejido obrero y popular solidario allá donde los ataques del sistema capitalista se hacen más virulentos en momentos de crisis se torna una necesidad, denunciando la incapacidad del Estado burgués para garantizar siquiera los servicios y derechos más básicos para la clase obrera de todos los países. Hoy la juventud debe ser ejemplo de solidaridad y de lucha en aquellos lugares donde más profundos son los ataques del capitalismo en crisis.
– A nivel internacional, por hacer frente a la agudización de las contradicciones inter-imperialistas en todas sus expresiones, haciendo bandera de la unidad de la juventud contra el imperialismo y la explotación capitalista. El imperialismo hoy se ve atravesado por una crisis que va a golpear en todos los rincones del planeta con una fuerza aún mayor que la anterior crisis económica del período 2008-2014. Ante este panorama es aún más importante que toda la juventud pase a la ofensiva, denunciando los ataques realizados por el imperialismo allá donde se manifiesten e incrementando los lazos que nos unen a todas las organizaciones revolucionarias para articular un combate internacional ante un problema internacional, ante un “padecimiento universal”.
Si bien la responsabilidad de la crisis sanitaria no es nuestra, sí que lo es la de la superación del sistema capitalista y la construcción de un nuevo mundo en el que la humanidad sea el centro de la sociedad, en vez de las ganancias capitalistas: el socialismo-comunismo.
¡Una misma clase, una misma bandera!
¡Que la clase obrera no pague su crisis!