Las ONGs suelen ser la puerta de entrada al mundo laboral para miles de jóvenes en España. Las llamativas ofertas , que no piden experiencia, hacen que muchos jóvenes prueben suerte con el trabajo de captador de socios, sin embargo, la mayoría admite no haber tenido unas condiciones laborales decentes.
La precariedad laboral en España es un problema que afecta a millones de personas y ataca con especial brutalidad a los jóvenes. Temporalidad, malas condiciones, presión por llegar a objetivos inalcanzables… son algunos de los ingredientes principales de los trabajos a los que los jóvenes acceden cada día. En ocasiones hemos sido testigos de declaraciones por parte de la prensa y del gobierno que acusan a los jóvenes de no querer trabajar. La realidad demuestra todo lo contrario, los jóvenes sí quieren trabajar, pero es tremendamente difícil que puedan encontrar un empleo que pueda garantizarles cierta estabilidad y donde puedan trabajar con todas las garantías de la ley.
Hoy, un joven residente en Madrid menor de 30 años puede llegar a firmar de media hasta cinco contratos temporales para llegar al año trabajado. Es decir, la mayoría de jóvenes tienen contratos temporales y no saben lo que va a pasar con ellos el mes que viene. Además, España tiene las tasas de temporalidad más altas de toda la UE, pues tan solo el 20% de los jóvenes, según Eurostat, de entre los 16 y 24 años, tiene un empleo de algún tipo. Los que llegan a trabajar no pueden asegurarse salir adelante, debido a que España es el tercer país con más trabajadores de esta edad que aún con un sueldo se encuentran en riesgo de pobreza.
Pero cuando hablamos de los primeros trabajos, aquellos a los que se accede al mercado laboral con 18 años, la cosa se complica. Cuánto más inexpertos, la probabilidad de encontrar un trabajo precario es mayor. Las empresas se aprovechan del desconocimiento de muchos jóvenes a los que hacen firmar contratos abusivos. Mientras que las ofertas laborales en sectores como la hostelería o el comercio exigen una mínima experiencia previa, las ONGs ofertan puestos con condiciones que a priori “no son malas” y simplemente requieren, según muchos de los anuncios que se encuentran en la red, “personas alegres y educadas con don de gentes” para poder captar a los socios. Pero una vez comienza el trabajo, las cosas cambian y la realidad es bien diferente.
Un joven residente en Madrid menor de 30 años puede llegar a firmar de media hasta cinco contratos temporales para llegar al año trabajado.
Diego S-H Pérez cuenta cómo fue esa primera vez para él una vez fue elegido mediante la oferta que solicitó: “Me llamaron para una “entrevista” que resultó ser una formación grupal de tres horas. Nos contaron quiénes eran, a qué se dedicaban y cómo había que hacer nuestro trabajo. No dijeron nada sobre cómo íbamos a cobrar, ni el sueldo ni nada. Lo acabó preguntando un compañero y de malas formas nos contaron en qué consistía el sueldo y las comisiones”. Después de la formación, directamente empezamos en la calle. A Diego le llevaron a una zona muy concurrida donde el objetivo era hacer al menos un socio ese día si quería acceder al puesto. “A una compañera le dio un ataque de ansiedad y acabó yéndose. Yo aguanté como pude pero no conseguí a nadie”. Diego finalmente se fue, y no fue dado de alta ni tenía ningún tipo de contrato. Según él se sintió “bastante timado y que solo estaba perdiendo el tiempo”. Horas perdidas sin absolutamente nada a cambio.
El horario de trabajo que suelen tener estos puestos, concentrado y reducido, permite a muchos de los jóvenes que acceden a ellos compatibilizarlo con sus estudios. Aunque lo que muy pocas veces saben es que precisamente esta situación fomenta el incumplimiento de la jornada laboral. En muchos casos los jefes “recomiendan” a los trabajadores hacer horas extra con la excusa de llegar a los objetivos, algo que es fundamental para mantener el puesto. “Se supone que hacía 20 horas semanales, aunque en ACNUR llegamos a trabajar fuera de nuestro horario sin cobrar nada para conseguir llegar a los objetivos” cuenta Noelia que trabajó en hasta tres organizaciones diferentes entre el 2020 y el 2021.
Otra de las entrevistadas, que trabajó subcontratada para World Vision, comenta que “todo el mundo sabía que hasta que no vendieses no te ibas, no había ningún tipo de fichaje” y que incluso llegaba a salir del centro de trabajo donde estaba asignada para tener más posibilidades y vender más. En su caso solo duró cuatro días y cobró 0.45 céntimos. Pero la presión que sentía era horrible, llegaba a plantearse incluso si valía o no para el trabajo. Al parecer este problema no es solo recurrente en la captación de socios, también lo es en la venta de boletos para diferentes sorteos, como ya el conocido Sorteo de Oro de la ONCE. Arantxa G. que trabajó durante un mes en este puesto, manifiesta que “ganaba 0.50 céntimos por cada billete vendido, había días que no vendía nada, por lo tanto ese día no cobraba, pero aún así hacía las 20H que me correspondían. Mi madre llegó a comprarme billetes para no quedarme a cero”. Finalmente cuando acabó el mes ganó 50 euros.
Ariadna con 18 años trabajó seis meses en ACNUR durante el 2021, de todas las personas entrevistadas es la que más tiempo ha pasado de captadora, ganaba un sueldo fijo y si llegaba a 20 socios al mes, podía llegar a cobrar mucho más. “Considero que el sueldo estaba bastante bien, creo que es un trabajo que te da muchas tablas, aprendes a tratar con gente, a tener paciencia y a saber expresarte” dice. Sin embargo cuando entramos a hablar sobre las condiciones laborales, Ariadna nos contaba que en el trabajo pasaban “cosas muy raras”.
En este caso concreto, aunque tuviera un contrato indefinido, siempre estaba la constante presión de que si no llegaba a sus objetivos de captación la iban a echar en cualquier momento aferrándose a la excusa de que había sido la última del equipo en entrar. “Es un trabajo en el que están amenazando constantemente con echarte, muchas veces nuestro jefe nos obligaba a cogernos vacaciones que no recuperábamos e ir a trabajar para poder llegar a los objetivos. A mi esto personalmente me lo hicieron muchas veces” explica la ex trabajadora.
Aunque Ariadna cobraba su sueldo mensual, era muy difícil llegar a cobrar las tan famosas comisiones que relucen en estas ofertas de trabajo pero que luego en la realidad muy pocas personas llegan a cobrarlas. No solo tenían que hacer socios a pie de calle, luego se emitía una llamada desde central a estas personas y si finalmente te decían que no, evidentemente ese socio no valía. Como tampoco servía para la organización que el socio decidiera darse de baja. “Muchas veces tuve que llamar fuera de mi horario laboral a estas personas para intentar convencerles de que siguieran adelante” comenta. Esto demuestra que la tarea no es solo hacer socios, tienen que mantenerse durante un tiempo determinado, si no es así, habrá que compensar a la organización con la captación de nuevos socios.
Si ya era bastante duro para la mayoría enfrentarse a un trabajo con este tipo de condiciones y presionados por sus superiores, la labor que realizaban en la calle tampoco les ayudaba mucho. No solo tenían que soltar un discurso perfectamente trazado, si no que en muchas ocasiones, puesto que no era sencillo llegar a ese número de socios, se les animaban a recurrir al chantaje emocional.
Guillermo, como los otros entrevistados, apenas duró un mes.. En todos estos casos hay un común denominador: el gran deterioro mental y físico que sufrieron en un periodo de tiempo tan corto.
Guillermo I., que trabajó para Oxfam Intermon, tampoco tiene buenos recuerdos de su experiencia. Pero en su caso, aunque conocía las dinámicas de este tipo de organizaciones, necesitaba el trabajo. “Mi cuota era de 17 socios al mes, pero no llegué a hacer ninguno, además tampoco te dicen al principio que no cualquier socio vale, buscan perfiles específicos y si un mes haces menos socios de los que debes, empiezas el mes siguiente en negativo”. Había días que Guillermo aguantaba muy malos tratos por parte de la gente que intentaba captar, esto añadido a la presión que recibía desde dentro por no hacer socios terminó deteriorando su salud mental. Llegaron a decirle que si los socios no llegaban, tenía que utilizar otras estrategias, como la del “biberón de leche”. “Teníamos un biberón de leche que nos decían que teníamos que echarle tierra y agitarlo con agua, de esta manera conseguíamos una mezcla bastante desagradable que teníamos que decir especialmente a las mujeres con niños o embarazadas que era el agua que consumían estos bebés en África. Me parece muy feo presionar a la gente así”.
Guillermo, como los otros entrevistados, apenas duró un mes.. En todos estos casos hay un común denominador: el gran deterioro mental y físico que sufrieron en un periodo de tiempo tan corto. La ansiedad que generaba la enorme presión que sentían por captar no dejaba que desempeñaran sus tareas con normalidad. Muchos salían de sus turnos llorando de la impotencia, y otros relatan como los nervios y la ansiedad se hicieron una constante en sus vidas.
En una época en la que empezamos a ser más conscientes de la salud mental de los jóvenes y más aún sabiendo que este tipo de ambientes pueden generar depresiones, muchos estudios psicológicos, como el llevado a cabo por Centro de Investigación en Salud Laboral (CISAL) de la Universidad Pompeu Fabra, han demostrado lo que evidenciamos a costa de la salud de los jóvenes: tener un trabajo precario e inestable empeora gravemente su salud mental y la condiciona de cara al futuro. Si sumamos todo esto al hecho de que la mayoría de los jóvenes en estos trabajos no tiene experiencia laboral previa y no conocen sus derechos o ni siquiera existe la organización sindical, el resultado son unas pésimas condiciones de trabajo. Al final, recurrir al “aguante” no debería ser una opción, pero la precariedad nos lleva a aceptar con normalidad que nos podemos quedar sin vacaciones para no ser despedidos, a trabajar muchas más horas de las estipuladas o que no queda otra que convivir con la presión que generan unas malas prácticas y unas terribles condiciones laborales.