Que la participación femenina en el movimiento obrero de nuestro país esté poco estudiada es síntoma de la poca atención que se le ha dado, durante décadas, a lo que llamamos la “cuestión de la mujer”. No es un secreto que las mujeres han podido dedicar menos tiempo al ámbito político y sindical, pues su desplazamiento impuesto hacia las tareas reproductivas y de cuidados han hecho que su participación haya sido más escasa.
La labor de recuperación y lectura de nuestro hilo rojo, en la que todavía estamos inmersas, va de la mano de nuestra elaboración de propuesta política y concreción de nuestra estrategia. Pretende este artículo recuperar a las mujeres que marcaron su presencia desde los primeros compases del movimiento obrero en España y hacer un recorrido por los momentos cruciales que recorrieron sus propuestas de organización y combate contra la desigualdad y la explotación. Con la perspectiva que nos confiere el paso del tiempo, pero la cercanía que nos genera el sentimiento de ser sus sucesoras, nuestro aprendizaje no quiere caer ni en romantizar épocas pasadas ni en renunciar de manera sectaria a las enseñanzas de cada momento en que nuestra debilidad organizativa o ideológica nos llevó a equivocaciones.
El despertar de la conciencia en el siglo XIX
Aunque muchas veces se ha señalado lo contrario, las mujeres fueron mano de obra en distintas industrias desde los primeros momentos de la industrialización y la expansión de capitales en España. Desde los primeros momentos, la fuerza de trabajo femenina tuvo un papel subsidiario en la producción, nutriendo las filas del ejército de reserva, es decir, siendo fuerza de trabajo disponible muy sujeta a eventualidades, cobrando menos que los hombres, y encontrando su principal rol social en las tareas del hogar.
Pese a que en las fuentes estadísticas del siglo XIX el trabajo de la mujer es prácticamente invisible, aparte de trabajar en las tareas del hogar, las mujeres trabajaban en el campo en diferentes labores agrícolas, en distintas industrias (metalúrgica, producción de bienes, textil), en la minería, en distintas actividades de la industria pesquera en localidades portuarias, así como en servicios y trabajo a domicilio, entre otras ocupaciones.
También desde fecha temprana se da el asociacionismo obrero femenino y la creación de sindicatos para trabajos específicos que desempeñaban las mujeres (hilanderas, cigarreras, conserveras, cargueras,…). Las mujeres estuvieron presentes ya en los primeros fenómenos de movilización de masas de mediados del siglo XIX, que suponían una primera toma de conciencia de la necesidad de organizarse para mejorar sus condiciones de vida inmediatas.
Del espontaneísmo hacia la organización política
Muchas trabajadoras participaron en los ciclos huelguísticos de 1889-1892 y de 1910-1913, defendiendo reivindicaciones economicistas y primitivas como abolir el trabajo femenino, recursos para ser buenas madres y amas de casa, etc., defendiendo la función que, al fin y al cabo, la división sexual del trabajo les asignaba, no concibiendo horizontes emancipatorios más allá.
A pesar de estas limitaciones, esta también es una época de desarrollo de conciencia en el movimiento obrero avanzado, que superó el asociacionismo y comenzó a formar sus partidos nacionales (el PSOE se fundó en 1879). No obstante, todavía no prestó especial atención al papel de la mujer en el modo de producción capitalista ni en la estrategia revolucionaria. La incorporación en mayor escala de la mujer a la producción, a los sindicatos y a la organización política socialista se dio con reticencias de sus compañeros. Hasta el momento en que la mujer empezó a participar junto a los hombres de la clase obrera, las reivindicaciones del sector femenino de la clase no fueron atendidas, e incluso fueron consideradas como un mero capricho.
Tras darse los primeros debates a finales del siglo XIX sobre la cuestión femenina en la II Internacional, los partidos socialistas nacionales comenzaron a fomentar la militancia de mujeres e incluir reivindicaciones específicas en los programas políticos. Con la referencia del movimiento de mujeres que lideraba Clara Zetkin en Alemania, nacieron en España los primeros Grupos Femeninos Socialistas alrededor del PSOE a partir de 1904, en Bilbao y Madrid. Estos círculos todavía no tenían gran implantación entre las mujeres obreras ni apenas capacidad de dirección en el movimiento obrero, además de significar la militancia segregada de las mujeres en el partido.
Los grupos de mujeres socialistas de Madrid dieron lugar a la Asociación Femenina Socialista de Madrid (ASFM) (1906-1926), cuyas dirigentes Juana Taboada y María Ruedas comenzaron contactos directos con Clara Zetkin y otras referentes alemanas y elaboraron en 1913 por primera vez un programa de actuación política para las problemáticas femeninas. También se intentó articular una Federación Nacional de Mujeres Socialistas a partir de los distintos círculos que existían en España (al menos en Madrid, Barcelona, Bilbao, Valencia, Sevilla, Valladolid, Eibar y San Sebastián), lo cual no fue finalmente posible. Los intentos por seguir intensificando los contactos con las dirigentes internacionales se vieron en muchos casos frustrados por las limitaciones organizativas y financieras.
La superación del debate entre reforma y revolución en España
En el movimiento obrero internacional, los debates abiertos por la Primera Guerra Mundial y la Revolución Socialista de Octubre precipitaron la crisis de la II Internacional y la fundación de la III Internacional en 1919, que suponía la superación del debate entre reforma y revolución. La Federación Nacional de Juventudes Socialistas de España, vanguardia en aquel momento del movimiento obrero, mantenía intensa correspondencia con Clara Zetkin y hacía lo posible por estar al día de los desarrollos políticos al respecto del trabajo hacia la mujer.
Al igual que Zetkin y otras dirigentes alemanas rompieron con el SPD para apostar por el proyecto revolucionario, en España le tocó hacer lo propio a mujeres del PSOE y la ASFM como Virginia González Polo, cofundadora del Partido Comunista Obrero Español, que junto al Partido Comunista Español dio origen al Partido Comunista de España en 1921. Virginia ocupó desde el principio la Secretaría Femenina del PCE, seguía los avances de la cuestión femenina en otros países y publicando en los periódicos partidarios.
Estos primeros años de existencia del Partido Comunista en España estuvieron principalmente marcados por las crisis internas y la represión, en los que resultó difícil que el Partido alcanzara influencia y organización entre las masas, incluido el sector femenino de la clase obrera y otros sectores populares. Sumado a la ilegalización del PCE y la UJC en 1923, la muerte de Virginia González, principal cuadro dirigente y enlace con la política internacional de mujer, fue difícil el proceso de clarificación político-ideológica en este aspecto.
II República y Guerra nacional-revolucionaria
Durante la II República (1931-1936) los sectores más dinámicos de la burguesía emprendieron un proceso modernizador de las estructuras de poder, incluyendo reformas que concedieron derechos civiles a las mujeres. En esta época, el Partido aumentó su intervención de masas. También lo hizo entre las mujeres, quienes, durante la II República, participaron en un mayor grado de la vida política y sindical, tomando como suyas las reivindicaciones del movimiento obrero, liderado todavía en gran medida por hombres.
La amenaza del fascismo creció en Europa y la Internacional Comunista aprobó un cambio de estrategia, dando lugar a la política del frente popular en el PCE. Fruto de ello se creó Mujeres contra la Guerra y el Fascismo (llamada después Agrupación de Mujeres Antifascistas), dirigida por Dolores Ibárruri y otras dirigentes como Encarnación Fuyola, y que fue la sección española de la organización homónima impulsada por la Internacional tras la victoria de Hitler en 1933.
Con el recrudecimiento de la escena política, en vísperas de las elecciones de febrero de 1936, la asociación publicó el primer número del periódico Mujeres, su órgano de expresión. Los sectores de la clase dominante cuyos intereses chocaron con las reformas de la República respondieron al triunfo electoral del Frente Popular y con el golpe de Estado fascista de julio de 1936. A partir de entonces, durante la guerra, la AMA intensificó su actividad y llegó a organizar a 65.000 mujeres, convirtiéndose en la organización femenina más numerosa del país. Las mujeres obreras y campesinas participaron en el esfuerzo bélico de distintas maneras. Según distintas estimaciones, entre 3000 y 6000 mujeres llegaron a combatir en las milicias y el ejército. También participaron en el esfuerzo de guerra como cocineras, lavanderas, sanitarias, enlaces comunicativos, en fábricas de municiones, servicios sociales, campañas educativas y proyectos culturales. Las comunistas fueron ejemplo de compromiso, combatividad y diligencia en el esfuerzo militar y político ante la guerra del fascismo, destacando dirigentes como Lina Ódena y Rosario Sánchez «la Dinamitera».
A pesar de que la política militar del PCE fue la única capaz de derrotar al bando fascista, y los enormes esfuerzos organizativos y combatientes que realizó el Partido, siendo ejemplo de sacrificio y audacia, los errores estratégicos de su política le imposibilitaron disputar el poder político a la burguesía.
Mujeres y movimiento obrero bajo la dictadura franquista
Tras el triunfo franquista, el Partido pasó a la clandestinidad y apostó por una estrategia de lucha guerrillera, en la que muchas mujeres participaron a través de la reaparecida asociación Mujeres Antifascistas. Pequeños grupos de mujeres organizaban actuaciones de apoyo e intercomunicación, así como agitación en los mercados, los cementerios y las puertas de las cárceles.
Sobre la base del impulso barredor del movimiento obrero, la dictadura franquista construyó formas de represión y opresión específicas contra las mujeres. Para ello, reforzó el modelo de familia tradicional y de la primacía masculina en la misma y desincentivó el trabajo femenino, aumentando la posición de dependencia de las mujeres obreras respecto a los hombres, y revirtiendo medidas que suponían un alivio para la situación legal de las mujeres.
El Partido Comunista, pese a orientar su política en las claves de la “revolución democrática” y acabar hegemonizado por sectores revisionistas, fue la fuerza principal en la lucha antifranquista en España, también en lo respectivo a la organización de mujeres. En los años sesenta, las militantes comenzaron a crear redes poniendo en contacto a las mujeres de presos con las células del partido, promovieron la movilización femenina y la creación de una organización de masas que uniese los esfuerzos de las mujeres a los de los estudiantes y obreros para derribar al franquismo. Acabaría así naciendo en 1964 el Movimiento Democrático de Mujeres, dirigido por Dulcinea Bellido y Carmen Rodríguez. El Partido no logró hegemonizar la diversidad de posiciones que se manifestaron, y con el paso del tiempo, las organizaciones que se consideraron revolucionarias y defensoras de las mujeres trabajadoras, pasaron a ser dominadas por el oportunismo. Fruto de ello, las posiciones de la burguesía se han difundido y calado hondo en la mayoría de la clase obrera sin encontrar obstáculos.
De la transición a nuestros días
Las mujeres en las asociaciones femeninas y vecinales que intentaba dirigir el PCE fueron una pieza clave en la lucha que terminó con la dictadura franquista, enfrentándose de nuevo a la represión directa. El PCE bajo la dirección de Santiago Carrillo derivó hacia el eurocomunismo, renunciando formalmente al leninismo en 1978. A pesar de esta deriva, algunos militantes se opusieron, dando lugar a proyectos alternativos como el PCPE, que intentó reconstruir la senda marxista-leninista, y comenzando un recorrido que llega hasta nuestros días.
El revisionismo durante décadas ha conseguido crear la ilusión de que la división de clases no existe o es una cuestión secundaria en la desigualdad social y en la cuestión femenina. Las posiciones oportunistas y socialdemócratas, con cierto tufo a obrerismo, tienden a la conciliación de clases, limitando la lucha a parches y victorias parciales. Así se ha procedido a un proceso de desarme ideológico de la clase obrera y las mujeres trabajadoras, muchas veces desde espacios que un día defendieron posiciones revolucionarias. Pero a pesar de esto, cada vez hay más trabajadoras sabedoras de que las condiciones de explotación y el sistema que soporta la desigualdad siguen completamente igual. Todo debe ser cambiado, y es fundamental que las comunistas sepamos explicar las limitaciones para la emancipación que hay bajo el capitalismo y las potenciales de la sociedad socialista-comunista para la liberación de la mujer en su sentido pleno.
La mujer de la burguesía ha conseguido llegar a la cúspide de la explotación al igual que los hombres de su clase y ya se encuentra en posición de disfrutar de derechos reconocidos para todas las mujeres, pero a los que en la práctica sólo acceden ellas por su posición de privilegio social. Muchas trabajadoras son conscientes de ello, pero no cuentan con una estructura estable y organizada para defender sus intereses. Por esto, vemos como muchas de nuestras compañeras acaban abanderando luchas que le son indiferentes para avanzar hacia su emancipación.
Frente a aquellas que hablan de la mujer como algo homogéneo, insinuando que todas tienen las mismas condiciones por el hecho de ser mujeres, y reproduciendo los mecanismos que la clase dominante usa para frenar la lucha obrera, es indispensable exigir a los hombres de la clase obrera la férrea defensa de los intereses de las mujeres de su clase dentro del movimiento obrero y sindical.
Uno de los aprendizajes que nos llevamos de distintos momentos de nuestra historia es lo acertado de que el Partido hiciera distintos esfuerzos por organizar a las mujeres ahí donde vivían y trabajaban, donde el capitalismo mostraba su violencia y su verdad en la cotidianeidad. La unidad empieza por la base y es ahí donde entra en juego la organización independiente de las trabajadoras. La estructura que necesita la mujer obrera es aquella que ponga todo su empeño, su ímpetu y su fuerza en dar las batallas por los intereses de las trabajadoras, sabiendo explicar que son los capitalistas los que necesitan seguir manteniendo el estado actual de las cosas y los pilares de la división sexual del trabajo.
La única división que podemos permitir es aquella en la que se nos diferencie de nuestros enemigos de clase, y es por ello por lo que necesitamos una estructura organizativa propia, independiente, que haga de la rabia de tantas y tantas mujeres de la clase obrera una fuerza que tumbe, para siempre, el sistema que nos condena a la extinción.